POR LEOCADIO REDONDO ESPINA, CRONISTA OFICIAL DE NAVA (ASTURIAS)
Nos dejamos atrás ya diciembre de 2017, y con ello debemos dejar constancia de la falta de tres mujeres, como fueron; Celia Vigil Caso, María Canteli Escobio e Isabel Alonso Redondo.
Celia Vigil Caso nos dejaba, en Oviedo, el día 7. Natural de La Polenava (Nava), tenía 90 años y era viuda de Ángel García Redondo, con el que tuvo dos hijos; Celestino Vicente (Tino) y Miguel Ángel.
Durante siglos, y hasta hace poco tiempo, la gente del campo necesitó del carru para desarrollar mejor sus labores. Y esa necesidad la cumplían los especialistas en construirlos, es decir, los “carreros”, que era como se les denominaba familiarmente.
Por esa razón Ángel, el que fue marido de Celia, era conocido en Nava como “Angelín el de los carros” o “Angelín el carreru”. Ángel, que nació en Les Cases de la Fuente – Paraes (Nava), fue uno de los 14 hijos del matrimonio formado por Regina Redondo, de La Goleta (Tresali), y Celesto García, nacido en la casa próxima a la capilla de San Antonio, en Piloñeta (Nava). Y como a Celesto le apodaban “el Monxu”, Angelín heredó, también, el mote, pasando a ser, para algunos, Angelín “el Monxu”, o “el del Monxu”.
Según me cuenta la familia, Ángel empezó con la construcción de carros en un taller ubicado en La Laguna, en el que estuvo hasta los primeros años cincuenta del pasado siglo, pasando luego al taller nuevo que se construyó en El Pelambre, en la margen derecha del río, sentido descendente, en el que se mantuvo hasta 1972, popularizando el rótulo “Carrocerías Ángel García” pintado en blanco sobre el fondo azul marino de los laterales.
Pero, al parecer, no se limitó Ángel a los carros. Buen ferreru, y buen torneru, hizo también boleres, llagares y toneles, entre otras cosas. También me recuerdan que, a lo largo de sus años de profesión, pasaron por el taller, para trabajar con él, gentes como Ernesto Suárez, de Cesa, Alfredo el de Joselu, de Castañera, Fermín, de Orizón, Pepe el de Lucinio, también de Castañera, y Laureano Baragaño, entre otros.
Además, y con independencia de su faceta profesional, Angelín (que falleció en 1992, a los 72 años) fue muy conocido como acreditado catador de sidra. También dotado de buena voz, formó parte del coro local, en la cuerda de tenores, la misma de sus hijos, que militaron con él en la citada agrupación. (Al respecto, cabe decir que Tino sigue siendo miembro, en la actualidad, del Coro Errante y de la Sociedad Coral naveta).
El día 8 finaba, en su domicilio de La Cogolla (Nava) María Canteli Escobio. Contaba 86 años y era viuda de Alfonso Peláez Lafuente, con el que tuvo una hija; Mercedes. María era hija de José Canteli y de Mercedes Escobio, y tiene dos hermanos, que le sobreviven, que son Manuel y Berta.
En cuanto a Alfonso Peláez, le recuerdo especialmente como buen aficionado al fútbol, pues durante mucho tiempo asistió regularmente al viejo campo de Grandiella, para presenciar los partidos del equipo local.
Y el día 9 de diciembre fallecía en Residencial La Sirena, de Gijón, Isabel Alonso Redondo, a los 93 años. La historia del comercio naveto de los últimos decenios no se entendería sin tener en cuenta el importante establecimiento que las tres hermanas Alonso Redondo, es decir, Isabel (+), Benilde y Beatriz (+) regentaron en la calle Luis Armiñan, con la enseña de su padre, Aquilino Alonso. Isabel, la hija mayor, ahora fallecida, era viuda de Sabino Montes Rodríguez, con el que tuvo tres hijos; José Manuel, Rubén y Luis.
En cuanto a Sabino Montes, (Feleches-Siero, 1920), ferroviario de profesión, podemos decir que inició su trayectoria en la Compañía de los Ferrocarriles Económicos de Asturias en 1938, y que fue, durante años, Jefe de Estación titular de Nava (ya lo era en 1964, cuando yo ingresé en la Compañía), cargo que ostentó hasta su jubilación. Sabino, que también formó parte de la Corporación Municipal naveta, con el grupo del PSOE, entre 1983 y 1991, falleció en Gijón en abril de 2010, a los 89 años.
Como ya quedó apuntado, profundizamos en el mes postrero, y vamos dejando atrás los días, con la consecuencia de que, sin hacer ruido, hayamos rebasado ya Santa Lucía. Ocurre que hay una fijación popular y un amplio refranero sobre esta fecha, 13 de diciembre, porque coincidía con el solsticio de invierno hasta 1582, que fue cuando Gregorio XII reformó el calendario, eliminando diez días. La reforma afectó el contenido de los refranes, determinando que el solsticio de invierno, y por lo tanto el día más corto del año, en el hemisferio norte, tenga lugar en torno al día 21 de diciembre, como ocurrirá en el presente.
De la página l4 de La Nueva España de hoy, domingo 31 de diciembre,