POR DAVID GÓMEZ DE MORA, CRONISTA OFICIAL DE LA PERALEJA, DE PIQUERAS DEL CASTILLO, VALDEPINO DE HUETE, SACEDA DEL RIO Y CARECENILLA (CUENCA)
Remarcar la situación económica en la que se encontraba una familia, era importante en esa sociedad jerarquizada y clasista de la época. Es por ello, que los Alcázar de Verdelpino de Huete, no dudarían en dejar constancia de su posición, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XVII, punto de inflexión en el crecimiento social de este linaje, esparcido entre las localidades de Verdelpino de Huete y Caracenilla, y que ya había entroncado con casas de similar situación económica como los Medina.
El fortalecimiento que suponía asociarse con linajes que se insertaban dentro de un mismo núcleo de poder, era vital para mantener esas aspiraciones de medrar. No será por ello casual que los Medina, insertados dentro del Santo Oficio, viesen en los Alcázar (por aquellas fechas también vinculados con el mismo), una posibilidad que permitía retroalimentar un crecimiento recíproco de ambas casas.
Esto sin lugar a duda es lo que pensaría la familia de doña Francisca de Alcázar, cuando decidió dar un paso más, al sellar alianza matrimonial con una casa procedente de fuera de la órbita geográfica en la que se habían movido sus antepasados. Y es que después de Verdelpino y alrededores, la ciudad de Cuenca era sin lugar a duda por aquellos tiempos el enclave donde se hallaban los apellidos más granados de lo que hoy es su provincia.
Doña Francisca de Alcázar y Medina, fue la mujer del vecino conquense don Juan Ramírez de Mesa. Esta mandó redactar su testamento en el año 1688, solicitando que el día que falleciese su cuerpo fuese sepultado en el Convento de San Francisco de la capital conquense, justo donde estaba enterrado su primer marido, don Julián de Burgos.
La petición de misas fue muy grande, demostrando de esta forma la disponibilidad de bienes que poseía. Así pues, doña Francisca solicita que “que se diga por mi ánima dos mil misas rezadas, dando limosna a dos reales y medio de vellón por cada uno y que se digan las quinientas misas en mi parroquia, y otras quinientas misas en el dicho Convento de mis santo padre San Francisco, y ciento cincuenta misas en el Convento de San Pablo orden de predicadores, y trescientas misas en el Convento de la Santísima Trinidad, y doscientas en el Convento de Nuestra Señora de la Merced, y ciento cincuenta en el Convento de Nuestro Padre San Agustín, y las doscientas misas restantes se hagan decir por sacerdotes de la dicha ciudad o fuera de ella, a disposición de mis albaceas” (AMH, caja nº14, fols. 77v-78).
Salta a la vista que Francisca quiso que los rezos por su alma se efectuasen en diferentes espacios religiosos, dejando de concentrar todas sus mandas en la parroquia de la localidad, o en alguno de los conventos de Huete, tal y como solían hacer algunos de los representantes de la nobleza local o labradores con recursos. Esto obviamente era una muestra más de esa distinción que la élite quería marcar respecto las familias bien aposentadas de su pueblo.
Por aquel entonces los Alcázar eran en Verdelpino de entre los nativos del lugar, una de las familias más ricas, por no decir la que más. Un hermano de doña Francisca era el doctor don Juan de Alcázar, este cura de dicha localidad. Otro primo era Antonio de Sepúlveda, integrante de una casa de hidalgos que también veremos en la tierra de Huete.
Resulta interesante una mención que se recoge en el testamento de doña Francisca, en la que se especifica que “digo y declaro que por fin y muerte de Julián de Burgos, mi primer marido, se me dieron y adjudicaron cuatro manadas de ovejas para en pago y satisfacción de mi dote, las cuales se están hoy en ser con más de tres manadas de vacío que desde aquel tiempo hasta hoy se han aumentado, todo lo cual con los bienes muebles y alhajas que hay en mi casa son bienes propios míos libres” (AMH, caja nº14, fols. 78-78v).
Tengamos en cuenta que la tenencia de animales, era uno de los recursos que reportaba beneficios cuando el número de cabezas iba más allá del consumo familiar. Entendemos que con el término de “manada”, estaría refiriéndose a un rebaño, no estipulándose la cantidad, aunque suponiendo que por cada uno de estos se incluirían varios centenares de ejemplares.
Entre las prendas que se citan, leemos un vestido de picote de Mallorca, además de otras piezas y que repartirá entre sus familiares. Igualmente no podían faltar los donativos y limosnas para la gente más pobre y necesitada, pues con esto quedaba claro su compromiso, como los actos positivos que iba efectuando de cara a la purgación de su alma, además de demostrar ante el vecindario, la capacidad económica de la familia. Y es que no debemos de olvidar que este tipo de acciones, además de la benevolencia y preocupación espiritual que arrastraba su práctica, también cabría incluirlas junto con la demostración de poder que significaba el poder llevarlas a cabo, puesto que obviamente, había un claro componente desde la perspectiva social.
FUENTE: https://davidgomezdemora.blogspot.com/2024/04/estatus-y-poder-el-ejemplo-de-dona.html