EL PINTOR YECLANO EMILIO PASCUAL HA CREADO LAS ILUSTRACIONES QUE APOYAN ESTE VIAJE GOZOSO DESDE EL SIGLO XII AL XX
Dejó escrito Miguel de Cervantes que «no hay néctar que iguale a un vino generoso», y lo dijo alto y claro el mismísimo doctor Fleming, ¡salud!: «Si la penicilina cura enfermos, un buen vino resucita moribundos». Y por si esto fuese poco, la diosa de la canción mexicana Lila Downs les hizo esta recomendación a los lectores de ‘La Verdad’: «Contra la tristeza, el vino». Ese vino que festejan, desde ese adolescente dios Baco pintado por Caravaggio hasta las canciones de Manolo Escobar. Logra la unanimidad, y ni ángel ni demonio alguno lo prohibirían. Y del fruto de la vid trata, precisamente, ‘El tema del vino en la lírica española’, que ha escrito el cronista oficial Miguel Ortuño Palao (Yecla, 1924), e ilustrado el pintor Emilio Pascual, también yeclano, nacido en 1961, y que ha sido publicado por Ediciones del Azar con el patrocinio de ‘Yecla, denominación de origen’, ‘Yecla, ruta del vino enológico’ y el ayuntamiento de la ciudad. Las imágenes de Emilio Pascual parecen pintadas para ser bebidas: sin prisas, disfrutándolas… «Creo que el arte es indispensable e insustituible. No es el pan, pero sí el vino de la vida», defiende.
El libro de Ortuño Palau comienza su andadadura en el siglo XII y la termina en el XX. Se inicia aludiendo a la presencia del vino en el ‘Cantar del mío Cid’, y concluye su viaje festivo y apetecible, antes del apartado dedicado expresamente a los poetas de Yecla, con versos de Francisco Sánchez Baustista (Llano de Brujas, 1925), quien en su obra ‘Alto acompañamiento’ (1992) escribe: «Y mimará las viñas / de apretados racimos bajo pámpanos / de tamizada luna atardecida». Y en ‘España, predio amado’, exclama: «… se me subido España a la cabeza / con un vino agrio / y a la vez jugoso».
Por el libro desfilan Gonzalo de Berceo (siglo XIII); el Arcipreste de Hita (XIV), quien en su ‘Libro del buen amor’ recomienda que para que una comida sea completa no falte consumir «un cuarteto de buen vino», lo que equivalía a medio litro; y San Juan de la Cruz (1542-1591), cuyo impagable ‘Cántico espiritual’ (1577) hace referencia «al adobado vino», a que «está ya florecida nuesta viña», y a una experiencia de altísimo voltaje emocional y sensorial: «En la interior bodega / de mi Amado bebí». También en el bíblico ‘Cantar de los Cantares’ las imágenes relacionadas con los viñedos y su licor tienen enorme poder: «Mi amado, mi querido / es cual racimo de uvas regalado…».
Al lector curioso, amante o no (?) del vino, le gustará conocer su presencia en la obra de Quevedo, Lope de Vega, Luis de Góngora o, ya en el XIX, de José Zorrilla, en cuyo célebre ‘Don Juan Tenorio’ leemos que el italiano Buttarelli, como recuerda Ortuño Palao, «presume de tener dos botellas de un muy antiguo Lácrima Christi y menciona cuatro vinos italianos y uno francés: «Aquí hay Falerno, Borgoña, Sorrento». Mientras los sevillanos elogian el jerez, él, don Juan Tenorio, elige «un oporto y un valdepeñas».
Y llegados al siglo XX, bendito sea el encuentro con el nicaragüense Rubén Darío: «Una copa me dio el sino / y en ella bebí tu vino / y me embriagué de dolor, / pues me hizo experimentar / que en el vino del amor / hay la amargura del mar». Y junto a él, Manuel Machado -«… vino, sentimiento, guitarra y poesía / hacen los cantares de la patria mía»-, Miguel de Unamuno -«Es tu vino, Señor, tu propia sangre…»-, Antonio Machado -«Yo escucho los áureos consejos del vino…»-, García Lorca y su ‘Poeta en Nueva York’ -«… porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino / ni quien cultive hierbas en la boca del muerto», Aleixandre y la irrepetible Gloria Fuertes, quien no albergaba duda alguna al respecto: «Del vivir nace el cantar, / el cantar es como el vino de su uvas».
No se olvida en su libro Ortuño Palao de recordar que «Murcia tiene numerosos cantares, antiguos y populares», relacionados con el vino. Ejemplo: «Nadie planta su viña junto al camino / porque todo el que pasa corta un racimo». Ni de citar al archenero Vicente Medina y sus ‘Aires murcianos’ (1929), ni al lorquino Eliodoro Puche y su ‘Noche de otoño’. El vino, ay: universal y eterno. Cuenta el autor que «tiene la Biblia cuarenta y tres menciones acerca del vino; la primera corriente sobre este tema es la del elogio, y la segunda la de la preocupación por los efectos de la bebida». Y que también «en el mundo musulmán hay muchos refranes acerca de él». «Sabemos», informa, «que en la corte de Alhaquén II el vino se bebía en pequeños sorbos y siempre en compañía porque favorecía la amistad».
A propósito de sus ilustraciones para este libro, Emilio Pascual explica que «tienen un planteamiento bastante lírico y oriental en su elaboración». Y eso, porque «están trabajadas directamente, sin dibujo preparatorio, con las técnicas de la acuarela y de la tinta china». Tienen «un estilo espontáneo, libre, casi descuidado, más centrado en los trazos que en la línea que dibuja las formas». En ellas, el artista ha dejado «que el pincel sea el protagonista, tratando de mostrar la vida de la vid tanto en su forma como en su color». «Podría decirse», apunta, «que estos dibujos son la síntesis de lo real, pues he trabajado los rasgos específicos de las vides, pero sin detenerme en sus detalles».«Todo aquel que sea capaz de permanecer un rato en el campo, sentado en una piedra, es capaz de ver mi pintura», sostiene el también escultor yeclano.
Primer mandamiento
«Es necesario», continúa, «desarrollar una sensibilidad para aprender a ver y poder realizar así una pintura que esté ‘dibujada’ desde el sentimiento de la mirada». Sí, «es necesario ver para conocer, y aprender a ver para reconocerse en unas obras acordes con el propio pensamiento». Está en total sintonía Emilio Pascual con estas palabras de Leonardo da Vinci: «El primer mandamiento que el pintor debe cumplir consiste en saber ver». Y con estas otras de María Zambrano: «La pintura es un lugar privilegiado donde detener la mirada».
Así lo cree Emilio Pascual: «La pintura debe ser el espacio de algo vivido y no imitativo. Por eso, mi concepto de arte no es conceptual ni intelectual, sino que está basado en lo vivido, en la contemplación de lo natural, en la espera, en la sensibilidad de la mirada». Y también por eso, en efecto, su pintura «habla de sensaciones, de sentimientos. Pinto formas, pero sin describirlas. Pinto mis visiones, y también pinto el silencio». Según el artista, al igual «que las pinturas chinas siempre están acompañadas de poesía y caligrafía y, según esta cultura, la poesía es el espíritu de la pintura, aquí, en este libro, se han reunido precisamente las dos: poesía y pintura».
Fuente: https://www.laverdad.es/ – ANTONIO ARCO