POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Hay personas muy espabiladas que piensan con mejor o buena intención que, por aseverar que todo va bien, somos ingenuos y nos creemos lo que dicen, a pesar de que ni ellos mismos se lo creen. Parece como si vivieran en otra galaxia y ellos fueran seres superiores, y nosotros unos pobres parias que nos tragamos todas sus mentiras. Nos dicen que haciendo juegos malabares se está saliendo de la crisis, y tal vez sea así, pero en beneficio de ellos.
Me detengo y medito qué solución le han dado a las pensiones de jubilación, cuando la subida mensual por pensionista alcanza en caso máximo la irrisoria y ridícula cantidad de cinco euros en el mejor de los casos, con lo cual el sufrido jubilado, con un poco de suerte podrá tomarse cinco cafés más mensualmente. Pero, como el aromático líquido negro, al parecer sube la tensión, lo mejor es que ahorre los cinco euros y no se los gaste, por si lo necesita para el día de mañana, aunque el día de mañana para este colectivo, es hoy. En el peor de los casos, con esa substancial subida, resulta que en bruto supera la escala del rendimiento del trabajo personal, con lo cual al deducirle, en mano cobra menos que el año pasado. Y nos dicen que todo va bien y que se vislumbra el horizonte: esto, quieran o no, va no mal, sino mucho peor.
A cuento de qué viene todo esto. Pues bien, hay veces que no sabemos cómo interpretar las cosas. Me explico: hace más o menos unos treinta días, los medios de comunicación se hacían eco de unas declaraciones del presidente del Gobierno Canario, Paulino Rivero, en el sentido de que en los hospitales isleños existían 400 camas ocupadas por pacientes sanos que, incluso, tenían el alta médica en su poder. Y yo me preguntó, por qué estos enfermos-sanos continúan en las dependencias sanitarias. La primera respuesta la daba el propio político canario: porque los familiares no venían a recogerlos. Pero, la pregunta va más allá: y por qué no los recogen. Ahora, viene mi respuesta: porque como la cosa no va bien, qué haces con una boca más en la casa. Así que se quede el enfermo-sano, comido bien y abrigado en el hospital, porque si se lo llevan al domicilio puede darse el caso que no haya nadie en la familia que pueda cuidarlo y que falte dinero para alimentarlo. Y dicen que esto va bien.
Este asunto de los enfermos-sanos aparcados en los hospitales no es de ahora, pues sin ir más lejos en Orihuela, hace justo ochenta y siete años, el 21 de febrero de 1927, los médicos Ángel García Rogel y José de Madaria remitían un escrito al alcalde Francisco Díe Losada con un dictamen en el que se especificaban los nombres y motivos por los que algunos enfermos-sanos no debían permanecer en el Hospital Municipal de San Juan de Dios, con objeto de que por la primera autoridad municipal se procediera de la manera más conveniente.
Entre dichos enfermos-sanos encontramos a María Navarro Carrillo, María Utrera Santiago, María Costa Angosto y Santiago Cascales Pérez, cuyo único padecimiento era la vejez, dictaminando los facultativos que «no tienen tratamiento alguno», recomendando su ingreso en el asilo, que, en aquellas fechas estaba ubicado en la calle Meca. Asimismo se relacionaban otros que no debían estar hospitalizados como Vicente Jacobo Mira, Jerónimo Gómez Botella y José Candel Vicente por ser crónicos, o como José Azuar Moñino y José Vera Pérez que no debían permanecer en el centro «con arreglo al Reglamento», ignorando las causas.
Pero los problemas que se vivían en el Hospital Municipal no sólo estaban motivados por este tipo de asuntos, sino que a veces surgían por otros temas como el que acaeció nueve días antes de la fecha indicada, en que el enfermero Antonio Bañón, que en varias ocasiones, una y otra vez, al ir por agua a la fuente no era atendido como le correspondía, siendo en esa fecha cuando cae la gota que derramó el cántaro, al producirse el hecho de que el guarda de dicha fuente, Antonio Costa, apodado ‘El Costillas’, no solo le hizo esperar el turno y colarle a otra persona, sino que asiéndolo por un brazo intentó pegarle. Todo quedó en la denuncia del enfermero y en la notificación del director del Hospital al alcalde.
Pero, continuando con la estancia de enfermos-sanos en nuestro Hospital, cosa bien distinta al abandono de estos por las familias, era lo que ocurría a finales del siglo XVIII, cuando en la ciudad existían dos centros hospitalarios. Uno, el del Corpus Christi, regentado por la Orden de San Juan de Dios y otro dependiente de la Congregación de la Caridad. Este último funcionaba, al parecer bastante bien, mientras que en el primero no estaban atendidos los enfermos como debieran, careciendo de ingresos de enfermos y, por extensión de limosnas. Los Hospitalarios intentaron que se fundieran ambos hospitales en uno solo, a pesar de la oposición del obispo y los Cabildos Civil y Eclesiástico. Por entonces se decía que los frailes de San Juan de Dios, al no tener enfermos hospitalizados y con objeto de recaudar más limosnas el día de la festividad de su fundador, alquilaban pobres sanos por una pequeña cantidad de dinero y los metían en las camas del hospital, incitando así a la caridad de las gentes, que se compadecían al ver tantos enfermos acogidos.
Enfermos-sanos abandonados, pobres alquilados como enfermos y el fantasma del copago hospitalario. Y nos dicen que todo va bien, y los pensionistas con apenas cinco cafés más al mes. Luego, que no nos vendan la cabra: esto va mal.
Fuente: http://www.laverdad.es/