POR MIGUEL ÁNGEL FUENTE CALLEJA, CRONISTA OFICIAL DE NOREÑA (PRINCIPADO DE ASTURIAS).
Parece que fue ayer mismo cuando en la carretera de El Berrón, concretamente en el cruce de Buenavista, veíamos sentado a todas horas –o al menos eso nos parecía- a Benito “El Consumeru”, traje de pana, personaje menudo, de cuerpo fibroso y largo mostacho, pendiente siempre de todo lo que pasaba por aquella carretera. Hablo de finales de los años cincuenta y primeros de los sesenta, cuando la autoridad de los fielateros o fiscaleros como también se les denominaba, había caído en picado. Ya no eran temidos por las mujeres que desde los pueblos se acercaban a vender productos de la huerta a los mercados semanales de Sama, Noreña, de Oviedo o de La Pola, eran los tiempos de la postguerra. Tampoco les temían los tratantes de ganado que incluso traficaban en la noche trasladando el ganado ayudados por algún pigarra según nos contaba el amigo Chachá. Eran los recaudadores de impuestos de aquel tiempo, dependientes de la Fiscalía de Tasas y a su vez, los responsables de eliminar las mercancías ilegales que debían ser la mayoría, cobrando un canon por casi todo, especialmente por los productos de alimentación que eran los que más escaseaban, canon que al paso que vamos, volverá incrementado.
Eran famosos los consumeros que esperaban con inusitada paciencia a los trenes de Económicos o de Langreo, controlando las mercancías que portaban las mujeres, unas llevando carne o embutidos a Gijón, en ocasiones soltando la mercancía por las ventanillas en terrenos donde había alguien esperando el paso del convoy y luego regresando a sus respectivos pueblos con pescado. Las había muy famosas por su garbo en la Villa de Jovellanos y tenían clientela fija. Una de ellas, Isabel “La Saleta” siempre nos contaba anécdotas de aquel tiempo con la gracia que le caracterizaba. Un día preguntóme el consumeru: ¿Lleves algo entre les piernes? A lo que Isabel contestó de inmediato: Si. Un conejo ¿quies velu? Hay que suponer la cara de sorpresa que se llevó el funcionario recaudador si previamente no conocía a la famosa Isabel “La Saleta”, al igual que en otra ocasión le preguntaron de regreso si llevaba algo declarar: ¡si, llevo hosties! Encargo que le hacía el entonces párroco de Noreña Don Alfredo Barral, refiriéndose a las que serian sagradas formas que recortaban unas monjas gijonesas. Son dos anécdotas de una de las más famosas estraperlistas que viajaban en el ferrocarril de Langreo, labor considerada como profesión, ya que fueron muchos los dineros que aportaban a la economía familiar con estos métodos comerciales.
La palabra estraperlo es un vocablo netamente español, que cuando decimos que nuestra lengua es muy rica es por algo. Fue adoptado cuando la Segunda República y sustituyó a lo que todo el mundo denominaba como mercado negro, definición del tráfico ilegal de mercancías y lo del neologismo de estraperlo surgió tras un escándalo en tiempos de Alejandro Lerroux como presidente del gobierno de España. Un sobrino suyo de nombre Aurelio, se asoció con un austriaco de apellido Strauss y con otro apellidado Perlowitz. Estos individuos habían inventado una ruleta eléctrica trucada que, invariablemente, daba ganadora a la casa cuando lo consideraban oportuno con solo tocar un botón. Fue recomendada –lógicamente, faltaría más- por los mandamases de aquel tiempo a diversos casinos, entre ellos al de San Sebastián, más al ser descubierta la triquiñuela,- según cuentan,- por no pasar las obligadas comisiones al citado político, a algún periodista afín y a otros compañeros de partido, se provocaron violentas intervenciones en el parlamento, incluso causó el derribo de Lerroux y del Partido Radical. Ya lo decía Wenceslao Fernández Flórez: “el mayor elogio que podemos tributar a un político, será decir que murió en la miseria…”
Hoy nos queda el recuerdo de aquellos hombres sentados, esperando a la entrada de los pueblos, villas y ciudades, enfrentándose a la picaresca existente, pues cuentan que muchos bidones de leche tenían doble fondo al igual que los depósitos de combustible de los camiones, en ambos casos, para guardar otras mercancías por las que había que abonar el susodicho canon. En cuanto a las ilegales comisiones por la gestión de los políticos, vemos que sucedió en el pasado, nos recuerda al momento presente y con toda seguridad, existirán también en el futuro.
FUENTE: Miguel A. Fuente Calleja
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