POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
De madrugada, no bien se fue la Luna, para evitar tanta luminosidad en el firmamento, salí por la ventana de mi casa con una colchoneta-vivac y me tumbé boca arriba sobre la teja árabe para contemplar las centellas, es decir, las Lágrimas de San Lorenzo (fue martirizado en una parrilla el 10 de agosto de 258), es decir, las Perseidas (aparecen en la constelación de Perseo), es decir, meteoros, es decir, cometas, es decir, estrellas fugaces. Estrellas inquietas que, por cambiar de coordenadas, agotan su luz en un breve recorrido. Rasguños de los demonios al otro lado del firmamento. Sables de arcángeles. Cocuyos despavoridos. Efímeras flores nocturnas. Último fulgor de astro. Cascos diamantinos del corcel de Júpiter. Guiños de Lucifer. Destellos de quinta dimensión. Luceros que se descuelgan. Otoño del cielo. Fuegos artificiales en casa Dios. Y yo venga a pedir deseos, ¡que no se nuble la noche!
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