POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Durante los años que nos ha tocado vivir, siempre hemos estado condicionados por la existencia del Limbo, el Purgatorio, el Infierno y el Cielo. No se nos permitía la más mínima duda; se trataba de dogma de fe. Nuestros mayores y, sobre todos, los maestros y religiosos nos hacían practicar las normas de la Santa Madre Iglesia, aunque no entendiéramos nada y prefiriéramos seguir jugando, y no permitían ni un ápice, que nos desviáramos del sendero que nos habían trazado.
Pasaban los años y, contravenir estos dogmas de fe, se consideraba como una travesura de niños, obligando a rebelarte contra tantas imposiciones debidas a la obligatoriedad moral un tanto espartana, a que nos tenían sometidos. Sí, contravenir estas normas era pecado.
Sin embargo, con el discurrir de los años, los mismos teólogos avezados y el preclaro astrofísico Stephen Hawking, nos afirman que para la creación del mundo, no se necesita a Dios, ya que, por medio de la física, se puede demostrar la no existencia de Dios.
Entonces, en este mundo con tantas turbulencias ¿a qué nos atenemos? ¿Cómo es posible que se nos tambaleen todos fundamentos vitales que nuestros padres y formadores nos inculcaron en nuestra tierna infancia? A nuestra mente parece que le han dado una fuerte sacudida y nos ha dejado estupefactos.
Sin lugar a dudas, el astrofísico del cerebro privilegiado que habita en un cuerpo plegable, ha debilitado el terreno que pisamos y nos ha hecho tambalear. El columnista Manuel Alcántara escribe, con rotundidad, que la más portentosa mente humana tiene una tormenta de ideas entre ambas sienes y prevé el futuro del planeta. De momento, lo contempla mal avenido y, a pesar de todo, sigue indagando sobre su origen.
Stephen Hawking nos deja boquiabiertos al asegurarnos que la Física es capaz de dar razones suficientes como para entender el origen del mundo en que vivimos. Sí, con la Física basta: no se necesita la mano de Dios.
Este genio discapacitado es capaz de prever el mundo cuando ya no sea habitable; aunque a nosotros, que somos inquilinos temporales, nos trae sin cuidado cual será el futuro del globo terráqueo. Sin embargo, si nos preocupamos por cuanto les deparará el futuro a nuestros descendientes; al quedarnos la incertidumbre de si encontrarán cobijo en él, o no.
A una inmensa mayoría de los mortales, que somos más torpes que este sabio de cuerpo plegable, nos deja confundidos con tal aseveración, ya que nuestras entendederas se encuentran a años luz de las suyas. Sin lugar a dudas, nos ha dejado estupefactos.