POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA).
Decía el Maestro Juan Avilés que un historiador debe huir de la mentira, saco inmundo donde debemos meter el eufemismo. La historia, como bien proclama Ángel Herrerín, alumno de aquel y Maestro de un servidor, no entiende de patrañas y poesías. Respetemos, pues, el pasado que es uno como el presente.
ARTÍCULO:
Existe una incompatibilidad manifiesta entre la mentira y el historiador. Comprometido con la veracidad, con la fidelidad inherente a la letra escrita en la fuente primaria, el historiador no puede ni debe escapar a la obligación implícita de un pasado único. Lo aseguraba Voltaire que, además de no aburrir con su escepticismo congénito, clamaba contra la mentira en el armazón de la Historia. Se lo recordó una y otra vez el Maestro de historiadores, Juan Avilés Farré, a Ángel Herrerín López mientras caminaron juntos por este ancho mundo de archivos ignorados y verdad soslayada. Se lo recordó este último a un servidor en el sobrecogedor panegírico improvisado del pasado viernes en la que fuera casa de los Contreras, hoy sede segoviana de la UNED. Allí, en pie, roto de dolor por la pérdida irreparable del Maestro, tuvo a bien recordarme el contrato que todo historiador que se diga debe respetar con el pasado, volcando en el futuro esa promesa de realidad nacida de su análisis certero y metódico. Que la mentira y el historiador deben ser, desde cualquier punto de vista, inmiscibles.
Para nuestra desgracia, la del historiador y el que de la Historia quiere aprender a vivir el mañana, la mentira, rastrera y taimada, retobada por pura resiliencia, acude una y otra vez en su empeño farsante de ocupar línea entre las conclusiones del ensayo que sea. A veces travestida de verdad absoluta, rellena páginas de pasado glorioso e incuestionable, levantando una administración al rango de nación y ésta, al epítome de legendaria realidad identitaria. En este caso, jaleada por una turba infecta y analfabeta, su defensa se convierte en negacionismo obsoleto, fuente de trifulca reiterada e inmortal como esa comunidad inventada. En otras ocasiones, la muy ladina se disfraza de medio pelo y sombrero ladeado, corbata fina y camisa de seda imperial, haciéndose pasar por dulce verdad apaisada por el asentimiento de otros muchos conocedores de su alma negra. Es en este momento, vestida en máscara de careta transparente, que la mentira nos abduce y, a pesar de ser cierta su falsedad, campa a sus anchas por este ancho mundo de la verdad manipulada, del eufemismo falaz y traicionero.