POR ANTONIO HORCAJO, CRONISTA OFICIAL DE RIAZA (SEGOVIA)
Estoy estos días ocupado en una nueva edición del Discurso de Europa. Aquella pieza maestra que nuestro Andrés Laguna pronunciara en la Universidad de Colonia en 1543, cuando el “Segobiensis” anda por los treinta y pocos años, acaso treintaidós, si nos fijamos en el año 1511 como su posible fecha de nacimiento, sin que esto esté confirmado.
Lo que sí es cierto es que perora ante un auditorio de príncipes y principales a los que endosa un varapalo por no ser capaces de sacar una Europa pacificada y unida adelante. No solo por las disensiones de los tronos del momento, sino por las luchas y desafíos de emergentes en el mundo mercantil, con preponderancia de los Países Bajos, entonces Flandes, y otras mil cosas de deserciones y cambios de chaqueta que han imperado en Europa y siguen enseñoreándose con una visión raquítica de la necesaria unión, que ha prevalecido hasta hoy.
Una disparidad sin luces y, lo que es peor, sin ser capaces de abrirse al entendimiento que impulsaría el desarrollo beneficioso de los pueblos. Pueblos de una raíz heterogénea ciertamente, pero afincada en un solar común. Al igual que ocurre en otras latitudes, que sí han sabido formar piña para que el fruto final alcance a todos. Ciertamente la incorporación a la Europa común significó un avance espectacular para los adheridos después de la fundación por los padres de Europa. España, entre otras, experimentó unas generosas aportaciones que transformaron muchas cosas. Realidad que seguramente ni conocen, ni les interesa a las generaciones más jóvenes y que, sin embargo, debe ser el fundamento de su entusiasmo por una Europa común.
Algunos, en diferentes ámbitos y foros me han preguntado de la razón desertora de los ingleses, situación que evidentemente ha deteriorado, por ignorancia, el espíritu de unión que el resto del continente debe impulsar. Mi contestación les pareció jocosa a algunos. a otros les hizo pensar: El Brexit, es la triste consecuencia de que Inglaterra vive en una isla y aislados quieren seguir viviendo.
Así que esta Europa nuestra, a la que bien podíamos seguir increpando como “la que a sí misma se atormenta “, que Laguna definió perfectamente con una sola palabra griega, EAYTHNTIMOPOIMENH, ha pasado más de cuatro siglos no solo incapaz de dialogar y superar diferencias para lograr la armonía, que no tiene por qué ser unánime, pero sí convincente, para crear un espíritu de fortaleza representativo de un anhelo y de una meta.
Hace pocos días se ha reunido, como es ya tradicional, en un pequeño pueblo suizo, de nombre Davos, la élite más poderosa de la Tierra, tratando de rebuscar en un clima distendido, fórmulas capaces de ofrecer soluciones, a su conveniencia evidentemente, para seguir evitando que Europa alcance los niveles de acuerdo interno que serían un obstáculo para el dominio actual de la globalización, de la que esa minoría poderosa (y de todas las razas) lleva las riendas y marca sus pautas.
Es un sarcasmo que se reúnan en el corazón físico de Europa -la siempre “neutral“ y digámoslo, cínica Suiza- para impedir que la política europea sea una y coherente con los intereses que Davos marca cada año en el mes de enero. Así se sabe de antemano cuál ha de ser la trayectoria de los próximos once meses.
Por ello es bueno que volvamos la vista atrás, pues que no es mala cosa volver los ojos al recuerdo de los primeros que buscaron una Europa Común. No es fácil saber qué porcentaje de jóvenes que andan, ahora, por esta Europa como vitalizadores de ella, conocen los nombres del luxemburgués Robert Schuman, quien promovió el 9 de mayo de 1950 (declarado desde entonces día de Europa) la Comunidad Económica del Carbón y del Acero, como germen primero es una ambiciosa idea para formar un Europa del esfuerzo, intereses y actividad plena, como el sueño de una Europa unida y próspera. Junto a él, el alemán Adenauer, el italiano De Gasperi, el inglés, ¡ sí, el inglés ! Winston Churchill, el francés Monnet…. todos ellos abiertos a una Europa nueva y unida.
Aquella generación de grandes políticos y, si se quiere, utópicos y visionarios, actuaron como consecuencia de los efectos calamitosos que habían convertido a Europa en el escenario, el cementerio y la escombrera, de las dos grandes guerras mundiales, cuyo germen nacía de las diferencias entre los países que formaban una Europa enfrentada y desunida. Entonces hubo generosidad por parte del emergente líder del mundo, los Estados Unidos de América, -que habían dejado, también, miles de sus hijos aquí enterrados- para que la recuperación europea fuera rápida y real.
Pero, si los pueblos vivían lo anterior con espíritu de hermandad, no era así la intención de las presiones que sobre las economías propias y diferenciadas de las diversas naciones del viejo continente, llegaban de despachos y estructuras de presión, muchas veces enquistadas en ámbitos institucionales, deseosas y capaces de que su control no se evaporara. Es entonces cuando se crearon las reuniones de Davos que ahora, y desde hace ya medio siglo, controlan los sistemas económicos y la globalización en la que estamos sumidos. Davos significa eso, imposición de poderes económicos y de opinión e información. Ello no debe ser obstáculo para que, en la misma Europa, se pongan palos en la ruedas del proyecto que Schuman y los padres fundadores que, en la reunión primera de Maastricht, nos dejaron como herencia. Y por eso nos preguntamos: entonces Europa, ¿para cuando?
Fuente: https://www.eladelantado.com/