POR JUAN JOSÉ LAFORET HERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA (LAS PALMAS)
Esta ‘semana mayor del año’, que así lo fue para muchas generaciones de grancanarios siglo tras siglo, tiene también su vertiente de nostalgia, de memorias que reviven en infinitud de detalles. Un lucero sobre la Plaza de Santa Ana, un aroma intenso de incienso por la plaza de los Álamos, el sonar de tambores, que aún no se ven, que desciende por la calle del Dr. Chil, la figura esbelta, elegante y señera, como bandera del alma isleña, de una mantilla canaria a la sombra de la Fuente del Espíritu Santo, basta para que los recuerdos florezcan y los sentimientos estén a flor de piel. Incluso, alguna que otra lágrima se observa en muchos rostros, cuajados de una dulce melancolía.
Ya un autor, que de esto del alma de la Semana Santa grancanaria sabía mucho, como fue Domingo Doreste Fray Lesco, al hablar de uno de los personajes semanasanteros más tradicionales por Vegueta, como fue Anita Carvajal, se preguntaba en un artículo, publicado en la Cuaresma de 1939, «¿Por qué me persigue el recuerdo de esta mujer, año tras año, al caer la Semana Santa? ¿Es acaso una dulce obsesión de la infancia?. El ilustre memorialista José Miguel Alzola tampoco escapó a esta necesidad de los recuerdos con cierto halo de nostalgia, tanto que al culminar su célebre obra ‘Semana Santa de Las Palmas’ (1989) optó, pese a muchas dudas iniciales, por incluir un capítulo primero «que trata de los recuerdos de mi niñez… a pesar de las nimiedades que en él cuento».
Y este componente nostálgico lo considero, como lo han hecho miles de personas de ayer y de hoy, un punto esencial a las vivencias de la semana mayor, tan esencial como la miel a las torrijas, el azúcar a los pestiños o el poquito de gofio espolvoreado sobre los huevos mole. Sin embargo, tampoco hoy debemos tomarnos la nostalgia como un yugo pesado que nos nuble el entendimiento, que nos convenza que «todo tiempo pasado fue ineludiblemente mejor». No, pues no entenderíamos que, en realidad, nada fue nunca igual, y que la Semana Santa, como muchos otros eventos, festejos y celebraciones identitarias e la isla, cambió mucho en su devenir entre el siglo XVI y el siglo XX, y aún lo hace en la actualidad.
Pero, como apostillaba el poeta checo Jaroslav Seifert, al hablarnos de «toda la belleza del mundo», de esa que nos reconcilia con lo que nos rodea, «volvamos a los recuerdos a los que uno está condenado. Porque la vida sin ellos estaría vacía y desolada». Y la semana mayor grancanaria está plagada de motivos más que suficientes para recordar hechos, eventos, ceremonias, costumbres que si bien desaparecieron, cuando el devenir hizo que así fuera oportuno, sobre ello se asienta lo acontecido posteriormente, como también se sustenta el melancólico zumbido de nuestros recuerdos, incluso el vestigio de lo creemos que conocimos, pero que sólo llegó hasta nosotros por esa transmisión espontánea que se da de una a otra generación.
Así, en medio de estos días podemos evocar algo tan acostumbrado en la Semana Santa de otros siglos, como necesario en este tiempo presente, el denominado ‘Cabildo del Perdón’, o del ‘borrón y cuenta nueva’ como solía decirse popularmente por la isla. Era costumbre que, tras la misa conventual, el deán y los canónigos de la Catedral de Canarias celebraran un acto penitencial y de reconciliación, en el que pedían perdón a Dios y se pedían perdón unos a otros, por los posible agravios que pudieran haberse infringido desde la pasada Semana Santa.
Como también recordar los ‘Miserere’ que se escuchaban por algunas parroquias, en casos y épocas interpretado por el inolvidable sochantre honorario de Santo Domingo ‘Mateito’, o en la Catedral, en tiempos a cargo de una gran orquesta sinfónica, y que todo el público corría para llegar a tiempo y no perderse ninguna de las interpretaciones de este acostumbrado canto solemne ante el Crucificado, que en la actualidad se escucha, con impresionante silencio y recogimiento en la plaza del Espíritu Santo, cuando es entonado, desde el interior de la pequeña ermita, en la medianoche del Jueves al Viernes Santo, antes de la salida en Vía Crucis del Cristo del Buen Fín.
Otra de las ceremonias que más impactaba, y así quedó en la memoria urbana veguetera, era el de la ‘Ceremonia de la Seña’, o de la ‘Ostentación de la Bandera’, que tenía lugar en el altar mayor de la Catedral cada Miércoles Santo, una vez finalizada la misa y el canto de Vísperas. Alzola recordaba como los «canónigos, revestidos con sus capas negras, suplementadas de largas colas, iban saliendo del coro (ya no existe, se eliminó hacia 1963 y ahora sus muros se pueden ver en la calle Obispo Codina) por la vía sacra llevando el capuz echado sobre el bonete…». De la sacristía sacaban enarbolando una gran bandera negra con una gran cruz de color rojo en el centro, que se tremolaba sobre las cabezas de los sacerdotes que permanecían de rodillas. Una ceremonia al modo de lo que se hacía en los antiguos ejércitos cuando en la batalla fallecía un capitán prestigioso, o sobre los soldados fallecidos en combate. Y un momento que impresionaba mucho, tanto a mayores, como a los más pequeños, era el del momento en el que, en la lectura de la Pasión de Jesucristo, se narraba el momento en que exhala su espíritu y el sacerdote recordaba como «el velo del templo se rasgo en dos, de arriba abajo, y la tierra tembló y los peñascos se hendieron», entonces un enorme velo blanco colocado en el altar mayor catedralicio también se rasgaba , se apagaban todas las luces del templo y en las capillas laterales estallaban tracas a modos de truenos. Era la popular ceremonia de ‘rasgar el velo’, a tenor de como en la antigüedad el velo en el templo era un recordatorio constante de que el pecado mantiene a la humanidad apartada de la presencia de Dios, y ahora, con su muerte, Jesús redimía al mundo del pecado.
Unas y otras ceremonias, muchísimos otros momentos y vivencias semanasanteras, como el júbilo con el que palpitaba el Sábado de Gloria, con sus particulares costumbres y tradiciones, como aquel ‘Revienta Judas’ de la Plaza de Santo Domingo -que hoy, con otros modos se conserva en otras localidades como Teror o Valleseco, con su ‘Quema de Judas’-, con el bullicio infantil y los triquitraques en los raíles del tranvía, con las bocinas de los barcos del puerto sonando al unísono de las campanas en la madrugada del Domingo de Resurrección, nos evocan muchos momentos de nuestro pasado, o el de otras generaciones, y unos y otros deben ser como una nostalgia invertida, o sea aquella que nos impulsa a soñar y desear las Semanas Santas que aún están por venir, las que debemos construir con perspectiva actual y la memoria de lo que aconteció en los siglos de historia insular.
Triana asiste a una procesión inédita
La 32ª salida procesional que organiza la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores de Triana, Virgen de las Angustias y San Telmo recorrió en la tarde de este martes las calles del barrio capitalino de Triana con la novedad de la presencia del Cristo del Perdón y la Misericordia.
Una imagen que abrió el cortejo que junto a la Virgen de los Dolores cumplió con el itinerario tradicional de una procesión que en 2022 cambió al Martes Santo para no coincidir con el Santo Encuentro y que así los fieles pudieran disfrutar de ambas.
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