POR FERNANDO LEIVA BRIONES, CRONISTA OFICIAL DE FUENTE-TÓJAR (CÓRDOBA)
A comienzos de la década de los “70” del siglo pasado, si no antes, apareció un movimiento de concienciación en la población tojeña acerca de su Patrimonio Cultural en una doble vertiente: afianzamiento de sus tradiciones, sobre todo, del baile de los danzantes de San Isidro y recuperación de su legado material heredado de quienes les antecedieron en el tiempo y en el lugar, material expuesto hoy día en su Museo Histórico Municipal, ente creado gracias al acopio de objetos procedentes de donaciones, de recogidas superficiales y del resultado de intervenciones a los expoliadores del Patrimonio a raíz de sus acciones clandestinas, actos ilegales denunciados por vecinos anónimos en los organismos locales: Cámara Agraria, Ayuntamiento y Guardia Civil.
En septiembre de 1984 la Guardia Civil del Puesto de Fuente-Tójar sorprendió en Los Villarones a unos individuos (naturales de Lantejuela, Sevilla) cometiendo un delito contra el Patrimonio interviniéndole cinco detectores de metales, cuatro urnas (decoradas y cinerarias), una tapadera o plato decorativo y tres escudillas, además de esa cerámica se les requisaron dos lanzas, un regatón, dos cuchillos afalcatados, un aro pequeño, una abrazadera de caetra, un pasador o abrazadera de falcata, una falcata, una fíbula de cobre y una moneda ibérica. Alertados de los hechos, unos días después, visitamos el lugar Antonio Leiva Ávalos, Antonio Sánchez Pimentel, José Calvo Poyato y yo haciéndonos con una gran cantidad de fragmentos cerámicos que aparecían esparcidos en la finca y que habían sido abandonados por los expoliadores ante la inesperada llegada de los agentes del Orden. Con esos tiestos, una vez lavados y encajados, conseguimos una urna globular con decoración pintada a franjas y con restos de tejidos adosados a la panza, detalle que nos viene a completar la idea que teníamos del rito ibérico relacionado con el Más Allá: además de la cremación del cadáver y la deposición de los restos en urnas, a éstas las cubrían con lienzos de lino a modo de sudario como si de un cadáver completo se tratara. Recogimos, además, numerosos tiestos pertenecientes a otra vasija. Ambas fueron restauradas posteriormente, lo mismo que el resto de estas piezas y otras que las mostraremos más adelante. Aparte de esas dos vasijas, que no sabríamos adscribirlas a enterramiento seguro, exhumamos otro que en la huida habían dejado al descubierto. De aquí recuperamos tres urnas cinerarias, una muy deteriorada y otra decorada a franjas con colores rojo-vinoso, un plato cerámico decorado interiormente con meandros, una falcata doblada, siete elementos de falcata, el extremo de la empuñadura de la falcata anterior y una jabalina. Las acciones clandestinas continuaron varios años más, si bien, la mayoría de las veces fueron sorprendidos por la Benemérita incautándoles las piezas sustraídas: monedas, sellos de plomo, contrapesos, apliques, colgantes o adornos, etc.
En 1985, con motivo de plantar nuevos olivos en el cementerio, Francisco González Leiva, Francisco Ruiz González y José Antonio Ruiz Matas recogieron en un montón de tierra varios fragmentos cerámicos, varias cuentas de collar de ágata, algunos fragmentos de hueso calcinado y dos trozos de hierro comunicándonos de donde exactamente procedían esos materiales. Al día siguiente, acompañados por ellos, fuimos a Los Villarones y completamos la recogida: una urna cineraria (1/2 de ella) decorada a franjas rojas y líneas de ¼ de círculo concéntricas, un bolsal decorado con barniz negro y motivos geométricos impresos (palmetas) en el fondo interno, 25 cuentas de collar de ágata, una concha marina, 4 fragmentos de otros tantos recipientes cerámicos, una tapa de urna decorada con barniz rojo, una manilla de escudo, un fragmento de soliferreum, 6 fragmentos de hierro, una lasca pequeña de sílex y numerosos fragmentos cerámicos y óseos, entre los que sobresale por su singularidad parte de la mandíbula humana con las piezas dentarias correspondientes.