POR FERNANDO JIMÉNEZ BERROCAL, CRONISTA OFICIAL DE CÁCERES
Las monarquías absolutas buscaban la sumisión del pueblo utilizando un amplio abanico de estrategias que se materializaban en un calendario permanente de proclamaciones, exequias, lutos, partos, bodas, plegarias y demás eventos destinados a mantener viva, ante el vasallaje, la importancia de la figura real y todo lo que la rodeaba; familia, salud, victorias, declaraciones de guerra o tratados de paz.
Ante estas situaciones se cursaban órdenes reales, a todos los concejos de la corona, para que organizasen actos conmemorativos, donde la exaltación al rey y a su familia era el principal señuelo. Los ayuntamientos eran obligados a realizar gastos extraordinarios para sufragar la parafernalia de episodios banales que poco aportaban a la maltrecha población.
La subida al trono en 1700 del primer Borbón, Felipe V, le costó al concejo cacereño la desorbitada cantidad de 17.000 reales que se gastaron entre sermones, desfiles, toque de clarines, realización de un tablado en mitad de la plaza alfombrado con «muy buenos paños» y un dosel escoltado por colgaduras de seda para colocar el retrato del rey. A esto había que sumar los gastos de antorchas para iluminar la villa o los oportunos festejos taurinos. Todo ello aderezado con la salida de algunos presos de la cárcel y el reparto de panes y monedas entre los pobres.
A estas celebraciones habrían de unirse otras relativas al nacimiento del príncipe Luis de Borbón en 1707 o el nuevo parto de la reina en 1709 que le costó al concejo la cantidad de 100 reales por el pago de misas, limosnas, velas y antorchas.
EN 1750 con motivo del fallecimiento del rey portugués Juan V, padre de la reina de España Bárbara de Braganza, se ordena la celebración de exequias fúnebres en todos los pueblos de la corona. En Cáceres se gastan 1070 reales que van destinados al pago de cera, un carpintero para fabricar la tribuna, un pintor para copiar el escudo y las coronas reales, al cura y a los monaguillos de Santa María, unas cuantas varas de bayeta y el sastre que las cosió así como a los encargados de colocar las sillas y mudar el coro.
Todo el mundo cobraba del exiguo presupuesto municipal. En 1758 cuando el rey Fernando VI se encuentra enfermo, se decreta que «para conseguir el rey de la divina misericordia el beneficio en la indisposición que parece… se hagan rogativas públicas en los reinos de sus dominios» para ello se organizan actos que consisten en rogativas públicas durante tres días en Santa María con misas acabadas con canto de letanía, a las que se invitaría al cuerpo de nobleza local. Solo ocho meses después fallecía el rey.
Los gastos en boato son constantes a lo largo de los siglos. Estos representan la desidia a la que era sometida la población por parte del poder real.