POR ANTONIO SÁNCHEZ MOLLEDO, CRONISTA OFICIAL DE MALANQUILLA (ZARAGOZA)
Llegar a Fátima, en Portugal, es asistir a un espectáculo de fe y devoción difícilmente creíble a los ojos de la sociedad de hoy.
Uno se acerca a esta ciudad-santuario con la idea ya de que va a encontrar un caudal de fervor, pero la realidad supera lo imaginado. Misas a las 4 de la mañana, un día laborable, grupos diversos hasta de la India, Brasil o Tailandia, decenas de personas que bajan la gran explanada de rodillas, con evidente esfuerzo…
Y no puedes por menos que rememorar las visitas del Papa San Juan Pablo II, en las que más de millón y medio de fieles acudieron a recibirle.
Todo Fátima huele a cera, a lágrimas en los ojos, a grupos que van y vienen, a sentimiento…
No se respira fanatismo, al contrario, hay devoción sin excesos y fervor contenido, salvo en esas pequeñas manifestaciones extraordinarias que exceden y rompen la normalidad. Fátima es Fé y creencia natural. Quizá por eso impresiona y te hace pensar…