POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Febrero principia con una trilogía festiva: Santa Brígida, La Candelaria y San Blas. Santa Brígida primero. Después: “Si la Candelora chora, el invierno fora. Que chora o deje de chorá, el invierno fora va”. Y luego: “Por San Blas cigüeñas verás, y si no las vieres mal año tuvieres”. Días en los que germinan los brotes preñados de luz. Esa luz primeriza que sabe a piar de pájaros y al crotorar que lanzan en libertad, desde sus alacenas, las cigüeñas. Antaño era tiempo propicio para que la chacina de la matanza colgada, manjar de la boca que sabe a gloria, se hubiera hecho y curado. Por eso, en el cerro, en San Blas, abogado contra los males de garganta, se comían los primeros chorizos, tras haber proclamado una gota de grasa roja el final del oreo. Dictándome ahora la memoria que en el cerro, hace años, se cogían flores, a las que, por su forma, llamábamos y se llaman candiles.
Aquí está el tiempo en el que todo anda mojado bajo una luz gris. Febrero nos zarandea. Bajo estos fríos y estos aires que quieren ensancharlo todo, él, sin alborozo, en la intimidad, va tímidamente impulsando a la savia que se anuda a las ramas, para que los brotes griten por los dolores del parto que les llega. Aquí está la crónica que trae estos vestidos que florecen a la vida, porque late un génesis de embarazo que ya madura. Pronto se abrirá de par en par la antífona que traerá un desasosiego nervioso e impaciente de la flor para mostrarnos su hermosura. Así es este febrero lleno de locuras. Los almendros, en su primavera particular, se han colocado sus prendas de color blanco. Los frutales visten trajes primerizos, pintando el bodegón de color de nuestras vegas. Los aires empujan a los brotes para que salga cuanto antes la flor buscando agarrarse a la vida. Las mimosas, bellas y elegantes, dan un toque amarillo al paisaje. El manto que trae la luz de estos días pregona que el campo llama a labores de geoponía. Porque está aquí el tiempo preciso para romper aguas. Sí, es el ajuar de febrero que sabe a parto sietemesino, ante una nevada floral de color rosa que presagia fruta temprana que cuajará a mediados de junio. Ellos, desde la intimidad, empujan y aprietan en su alborozo para que la sangre corra por las acequias de sus arterias hasta llegar a la placenta de las yemas y así salga a la luz los vestidos que brotan hacia la cuna del aire de la vida. Todavía, en la espera, porque aún quedan cuentas para apurar el rosario antes de inaugurar la luz del amanecer de marzo que correrá los cerrojos de sus puertas para encontrarse con una muchacha que se llama, primavera.
La borrasca de febrero acarrea también el cuplé del Carnaval de la vida, llegando una subversión sobre el orden establecido. Fábrica y taller donde se labran por los cuatro costados imaginación y sentimientos. Donde la realidad se disfraza y puede que resulte difícil discernir lo conveniente de lo verdadero. Así que coloretes en la cara y ropa recién planchada. Eso sí, cortita de presupuesto que no están los tiempos para ello. Señores, vámonos que nos vamos, que viene el sabor del Carnaval disfrazado en este febrero chirigotero. Para que en el final de los días del rito de la república gozosa y pagana del desfile del Carnaval, de principio la Cuaresma y un adiós muy buena a la rotundidad de Larra que en su todo el año era carnaval, pues así es ciertamente. El Miércoles de Ceniza marca la fecha para recordarnos la fugacidad de lo que somos. Cuarenta días y será Semana Santa. Los fogones servirán potaje de vigilia, lustre de cocina popular en viernes de oración y abstinencia. Brotará el salmo penitencial más intenso y repetido con sabor a roca desnuda e intacta de Monte Calvario: “Misericordia Dios mío”, desde la meditación más profunda sobre la culpa y su arrepentimiento. Faenando así durante cuarenta días el rosario de una nueva partitura de la vida.
Fuente: https://cronicasdeunpueblo.es/