FEBRERO, PARA NACER…
May 26 2016

POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)

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Mis lectores saben ya de mis filias y fobias. Por ejemplo, las fiestas navideñas no me molan. Tengo mis motivos. Pero el pasado diciembre vino al mundo Gonzalo, el segundo nieto. Cuando me lo pusieron en brazos supe que el destino se empeñaba en reconciliarme con la Navidad, lo que ya empezó antes, al llegar una Nochevieja su prima Valeria. En adelante estas fechas suenan en nuestra casa a gloria. O sea, que se acabaron las papeleras tristes de diciembre. Pero todavía me quedaban meses feos en el calendario. Febrero el primero. Porque nunca me gustó este mes frío, corto; y que acaba enero, como el dinero, padre de todas las guerras. Fue en febrero cuando mi padre me soltó la mano y tuve que hacerme mayor de verdad, que es lo que pasa cuando muere quien más nos quiere, por muchos años que hayamos cumplido. Para colmo en la reciente historia española había un día de febrero maldito: el 23, por el Golpe de Estado de Tejero. Aquel susto a mi me pilló luchando para conseguir que naciera mi hija, aunque la naturaleza se empeñara en lo contrario. Entre unas cosas y otras, se la tenía jurada a febrero. Hasta que otra nieta, Nuria, decidió que le interesaba ver lo que pasaba en el mundo antes de tiempo. O quiso quitarme el miedo a febrero. Lo ha conseguido y le debo una, porque ahora sé que febrero es una palabra que significa Vida. De la vida en una sala de bebes prematuros, y en otras donde se gana a diario la batalla contra la muerte, va hoy mi papelera, en homenaje al excelente personal sanitario que tenemos en España; un país grande, por mucho que algunos lo intente trocear.

Creo que debería ser una asignatura obligatoria en las escuelas e institutos visitar centros sanitarios en los que cada minuto cuenta para ganar la batalla de la vida. Por ejemplo, la pasión por las motos de bastantes adolescentes, y muchos adultos, acaba con frecuencia en un hospital de parapléjicos. Allí parece que la esperanza no existe. Pero cuando late la vida no muere la esperanza. Lo que pasa es que nos pilla lejano ese drama. Y que vivimos en un mundo en el que molesta la palabra sufrimiento. Pero el sufrimiento es parte de la vida y por eso requiere aprendizaje. Así que yo recetaría a los muchos “ninis” que pululan por ahí que llenen su tiempo vacío acompañando a otros de su edad que convalecen en una silla de ruedas. Seguramente necesitarían menos sicólogos que justifiquen su inutilidad social, su egoísmo patológico, su egocentrismo perverso. Acaso sentirían el placer de saberse útiles, orgullo de ser españoles, y agradecimiento a tantos profesionales que en esos lugares convierte la muerte en vida. Otro sitio bueno para meditar, sin necesidad de gastarse una pasta gansa en terapias exóticas, son las residencias de ancianos. Pero la vejez tampoco se lleva. Como me dijo hace poco un amigo en una reflexión íntima bellísima, tenemos una soberbia tan atroz que de los viejos solo vemos las arrugas y el temblor de las manos. Aunque son ellos nuestra reserva de sabiduría, nuestra memoria y nuestro freno ante las piedras del camino. Solo cuando mueren nos arrepentimos del desprecio que hicimos en vida a sus capacidades, que no consisten en correr los cien metros lisos. La falta de contacto y de respeto de los jóvenes hacia los ancianos es otra explicación a la pérdida de valores que invade nuestra sociedad. Así que, si de una dependiera, ahora que la mili no existe, convendría inventar otro modo de servir al prójimo, caso del acompañamiento a los mayores que no tienen apoyo familiar.

Respecto al tema con el que comenzaba, el milagro de la vida en una sala de prematuros, no hay lección más hermosa para aprender lo que es el amor de una madre que la que se imparte allí. Ni mejor modo de valorar la excelente sanidad pública española. Porque muchas aquellas diminutas criaturas que luchan por vivir acaso no lo lograrían sin la ayuda de la ciencia médica. Lo difícil viene luego, cuando se trata de sobrevivir en un mundo tan nihilista como el nuestro. Solo eso explicaría que algunos de esos bebes por los que sus padres darían la vida acaben un día despreciando a sus “viejos”. O renegando de una España que les permitió vivir, construir y amar, aunque ellos eligieron instalarse en el victimismo, la destrucción o el odio, que tanto da lo uno como lo otro. Mi papelera y yo damos las gracias a todos el personal sanitario que trabaja por salvar vidas. Y a felicitamos a todos los padres que conjugan el verbo amar en una sala de bebes prematuros.

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febrero para nacer

Fuente: Diario IDEAL. Jaén, 2 de mayo de 2016

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