POR SALVADOR MURGUI, CRONISTA OFICIAL DE CASINOS (VALENCIA)
Llega noviembre y desde el año dos mil, esa fecha marca un antes y un después en el calendario de las citas gastronómico – turísticas de la Comunidad Valenciana.
Casinos desde mil ochocientos ochenta y cinco más o menos es el protagonista de un evento único en la provincia de Valencia, que lo ha hecho acreditarse como un referente en la gastronomía del dulce de nuestra Comunidad.
Te preguntaban de pequeño (y de mayor) «D’onn eres? -De CASINOS» y el calificativo que adornaba tu definición era inmediatamente por parte del interlocutor: «¡Del poble del vi i de les peladilles!»
Al decir que esa pregunta nos la hacían de pequeños, venía a significar que Casinos ya tenía un nombre propio y unos apellidos señoriales, porque ser de un pueblo que era el del vino y las peladillas, en aquellos años ya era hecho muy importante en los años sesenta y setenta.
Recuerdo que vivíamos en un Casinos sin asfaltar, con unas luces de bombillas, con agua de la fuente, y con una fuerte población de carros, caballerías y tractores. Pero orgullosos decíamos que «soc de Casinos», y aunque fuéramos conscientes de que vivíamos en un pueblo pequeño pero de espíritu grande, nosotros mismos éramos los mejores embajadores de nuestro pueblo.
¿Vas a Casinos esta semana? Te preguntaba en Valencia algún profesor o compañero, o incluso la mujer que limpiaba en el colegio, y contestabas afirmativamente, «-toma cinco duros y tráeme peladillas.» Era el comercio «al por menor» lo que estábamos fomentando cualquier vecino de Casinos que con aquella Chelvana a rayas verdes y blancas hacíamos la travesía de Casinos a Valencia.
Y el espectáculo multicolor se producía cuando la Chelvana llegaba a Casinos y subían las vendedoras con sus cestas de mimbre cual las más exquisitas azafatas en vuelos de «gran clase» a vender las nacaradas peladillas a los distinguidos pasajeros que cruzaban nuestro pueblo en dirección a Ademuz, o de regreso a Valencia.
Así comenzó esta historia, una apasionante historia de amor entre un pueblo y su dulzura, y sobre todo entre un pueblo y el mundo. Casinos necesitaba crecer, necesitaba abrirse a todos, y llegó nuestra gloriosa FERIA DEL DULCE ARTESANO, ventana mágica donde se dan a conocer nuestros productos, faro luminoso que ilumina los caminos de aquellos que buscan el vino generoso y el aceite virgen de calidad, y antorcha resplandeciente de los que saben apreciar la calidad de nuestros añejos, exquisitos y novedosos turrones.
Y si podemos presumir de algo, es que un santo, San Juan Pablo II era amante de los turrones de Casinos, ¡Cuantas veces puse en sus manos aquellos turrones de yema! ¡Cuánto le gustaban las «cascas» de Casinos»! y ¡Cuantas veces celebró la Eucaristía con nuestro vino de Casinos!
Un santo que sabía de ese pueblo para los italianos impronunciable, llamado Casinos, y una curia que conocía nuestros dulces, los Papas Benedicto XVI y Francisco, también han probado nuestras peladillas y turrones; Papas, Monarcas, Presidentes de Gobiernos, Ministros, Embajadores… Ciudades de Europa, de América, de África, han sido ese mercado generoso que ha ayudado a que nuestros dulces salieran de la carretera de Casinos para ser conocidos en el mundo.
No es la FERIA DEL DULCE ARTESANO, es mucho más, es LA GRAN FERIA INTERNACIONAL DE LOS DULCES DE CASINOS, porque nuestros turrones, nuestras peladillas, nuestros vinos y nuestros aceites son necesarios e imprescindibles para aquellos que los prueban no dejar de consumirlos.
La calidad se distingue, el sabor se supera, el buen paladar exige que los productos con esa excelencia refinada que se hacen en Casinos, sean los requisitos necesarios en una buena mesa.
Casinos es hospitalario, gentil y con hidalguía, pues brinda lo mejor de su cosecha a todos aquellos visitantes que nos acompañen el último fin de semana de noviembre que celebramos la XV FERIA DEL DULCE ARTESANO: «Ven a Casinos, donde puedes disfrutar con estos cinco sentidos» Es la ruta más dulce.