POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Andaba el que suscribe el otro día perdido por el Paraíso con mi compadre, el Sr. Bellette, que me topé con un cartel notificador de la prohibición de baño en la pértiga de acceso a la Boca del Asno. Empático que es uno, inmediatamente pensé en esa multitud de madrileños que, escapando del infierno abrasador en el que sobreviven los veranos, recorre más de dieciocho leguas para encontrarse un maravilloso río Valsaín vedado para sus calenturientos pies. Bien es cierto que existen dos posibles baños en las pozas cercanas al puente de Los Canales y de Valsaín, lugares recónditos para la horda que asalta el bosque de Valsaín día sí, día también, en los estíos cada vez más largos de este santo país.
En esas iba reflexionando, camino del paso de los Batanes, donde dos preciosos puentes salvan el meandro del río y te encaminan hacia la llamada poza de Venus, que caí en la cuenta de que la prohibición no hace distinción alguna y nos empuja a los paisanos a remojarnos en el agua clorada de las piscinas del Real Sitio. Y eso, queridos lectores, es una catástrofe para cuantos hemos disfrutado de infancia y pubertad, juventud y madurez, entre los saltos y repiques de las múltiples escorrentías, arroyos, riachuelos, corrientes, ríos y demás afluentes que engrosan en río Eresma a través de sus dos principales hijos, el río Valsaín y el río Cambrones.
Mientras llegaba al puente de Los Vadillos, me vino a la mente el infinito corolario de pozas, lagunas, piscinas, vados, presas y represas que han llenado mis más de cincuenta veranos consumidos en el Paraíso donde tengo la suerte de vivir. Hijo como soy de cazador, pescador y buscador de setas varias, tuve la fortuna de refrescarme en todos aquellos regalos que la naturaleza caprichosa entregó, eones atrás, a los habitantes del Paraíso. En las maravillosas calderas del río Cambrones pasé gran parte de aquellos veranos con mi querido amigo Federico de la Vega, especialmente en la que mi padre llamaba Charco del Guindo y Antonio Carreras, del Mirlo; en la caldera Grande o Negra nos poníamos a remojo viendo cómo saltaban los más valientes justo donde mi primo Neli y Ángel Bellette vieron caer un jabalí un día de caza. Enamorado estuve de la segunda de ellas, de su canal erosionado en la piedra a modo de desfiladero, ideal para correr aventuras cuando se es chiquillo y el esfuerzo físico aguanta lo que la imaginación le eche. Claro que, si preguntáramos a mi señor suegro, diría que donde estuviera la poza del Lagarto y su represa, la poza del Bote, que se quitaran todas las demás. Incluso cuando aparecía mi familia en tropel removiendo el débil dique maestro.
En el río Valsaín pasábamos de la poza del Trampolín y su piedra siempre en disputa, a la llamada poza del Soldado, lugar de refresco de las milicias universitarias durante tantos años de servicio militar. Mi señor padre y sus hermanos preferían, sin duda, la poza de las Termópilas, lugar perfecto para ver nadar a cuchillo a mi tío Nano. “Como Tarzán”, solía decir; aunque no me imaginaba yo a Johnny Weissmüller estirando el brazo izquierdo de esas maneras en el río Valsaín.
Por debajo de Navalaloa estaba la poza de la Ponderosa, mi preferida para merendar y jugar con la multitud de primos aquellas eternas tardes de agosto. De aguas plácidas y pinos enormes de sombra inmensa, la Ponderosa, como el rancho de la serie Bonanza que le dio nombre, aglutinó vecinos del Real Sitio a mansalva durante aquellos años sin piscinas públicas.
Todas estas pozas y otras muchas más, como la Cochicama, las pozas del Huevo, del Chorro y del Pino; las lagunas de Peñalara y Pájaros; las Pasaderas, la playita del Valsaín o el desaparecido Club Náutico del Puerto de Navacerrada, conformaron una oferta de ocio natural, de simbiosis con el entorno, hoy ya perdido y, por lo visto en la Boca del Asno, cancelado por la autoridad.
Por todo ello, cuando el otro día me encontré a Luisete Alonso Marcos refrescándose en la poza de la Chorranca, viéndole en la corriente gélida del arroyuelo tras la enésima carrera interminable, me asaltó la duda de si, como si se tratara de Fidípides en Maratón, no volvería a disfrutar mi amigo de la sangre cristalina del Guadarrama, esencia del Paraíso y razón primera de todo el poblamiento aquí asentado desde hace más de dos milenios.
Aunque, siguiendo las enseñanzas de Heráclito, quien aseguraba, tratando de demostrar el constante movimiento de la naturaleza, que nadie se bañaba dos veces en el mismo río, en aquel mismo momento tomé la decisión de seguir disfrutando de las aguas de la sierra con Luisete y con mi compadre; con mis hijos y con todos los que se acerquen y quieran respetar una tradición milenaria.
Eso sí, por si acaso, pediré a mi amigo y filósofo, Antonio Fornés, que recete un par de cursos de filosofía presocrática a los guardas del Centro de Montes, Parque Nacional y del Seprona. Como todos ustedes ya sabrán, el saber no ocupa lugar y nada seca peor el agua de la sierra que ese papel rosado de las sanciones administrativas.
Fuente: http://www.eladelantado.com/