POR ANTONIO BOTÍAS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Volvió a ocurrir. Algunos murcianos un tanto ingenuos creían que era una costumbre tan añeja como en desuso. Incautos. Eso pensaron hasta que hace unos días, con un muy dudoso gusto a la hora de elegir dimensiones y diseño para el cartel que pende de su fachada, de nuevo una parte de la Murcia histórica salió a la venta. Y en este caso, por si querían caldo, en pleno corazón de la urbe, donde más daño hace.
La verdad es que el edifico fue, durante tantos años que hoy sorprende el olvido general sobre la cuestión, el palacio de don Gerónimo de Santa Cruz. Aunque algunos lo conozcan como el palacio de Almodóvar. Se alza en la plaza de Santo Domingo, antes del Mercado.
El común de los mortales, en cambio, solo lo sitúa cuando se les advierte de que en sus bajos hay una popular franquicia de comida rápida. A eso llegamos, sí. O al recordarles los dos tenantes o salvajes que adornan la fachada. Al caso. Era ese don Gerónimo, según el ‘Nobiliario de los Reinos y Señoríos de España’, de Francisco Pinferrer (1857), hijo de un noble burgalés que se casó en Almería con una Fajardo antes de establecerse en Murcia.
Relatan las crónicas que, un 15 de octubre de 1583, don Gerónimo, regidor de la ciudad, acordó con Pedro Milanés, maestro de cantería, levantar su nuevo hogar en unas casas que la familia atesoraba en la parroquia de San Miguel. Por el contrato conocemos que la portada debía construirse en piedra de Benihel, que así se escribía Beniel, con toda su hache por aquellos tiempos.
Acordaron también que el «arquitrabe, friso y cornisa y la ventana y salvajes y escudos han de ser de piedra franca de la cantera de Carrascoy, y los dichos salvajes han de tener la altura de catorce palmos con la peana y los escudos, que han de ser dos». Uno se instalaría en la portada y otro en la esquina hacia la calle de Santo Domingo.
En el mismo documento, se aportan más detalles de los tenantes, esos elementos barrocos que convertían en piedra el mito renacentista del buen salvaje.
Don Gerónimo dispuso que las esculturas enarbolaran «sus bastones en las manos levantadas sobre sus cabezas». En los escudos, debían figurar por armas la Cruz de Calatrava, un castillo con llamas, tres ortigas sobre una roca, un águila y una cabeza.
Un arco hacia la capilla
El total de la obra ascendió a 250 ducados. Pero de aquel edificio solo se conserva, mal que bien, la fachada. Con el paso del tiempo y los linajes, el palacio quedó vinculado a los apellidos Almodóvar y Melgarejo. Y una decisión de los nuevos propietarios, allá por el siglo XVIII, cambiará el aspecto de la plaza de Santo Domingo para siempre.
Eran los condes de Almodóvar tan devotos de la Virgen del Rosario, y miembros de la cofradía, que construyeron un arco para unir su mansión con la capilla de esa advocación que se alzaba en el lindero convento de Santo Domingo. Desde entonces y por ese nombre se conoció el actual arco, Arco de Santo Domingo, que fue diseñado por Toribio Martínez de la Vega. De esa forma, los señores nobles, hasta ahí podían llegar, no tuvieron que pisar la calle para dirigirse al oratorio.
El inmueble ha tenido numerosos usos a través de los siglos. Uno de ellos fue como sede del Tribunal de Comercio de Murcia. Y allí también abrió sus puertas el Colegio de los Sagrados Corazones de Jesús y María, que garantizaba «una formación moral y cristiana de acuerdo con las normas de la modestia y el recato», tal y como advertían sus anuncios.
El colegio, que estaba en la calle Marengo, fue trasladado allí en septiembre del año 1890, como informó ‘El Diario de Murcia’. Pero, aún antes, el palacio había albergado el antiguo Colegio Saavedra Fajardo. En sus aulas se impartían latín y castellano, geografía e historia, aritmética, álgebra, francés, música y dibujo, entre otras disciplinas. Se aceptaban «alumnos internos, medio pensionistas, permanentes y externos», según rezaba un anuncio del diario ‘La Paz’.
La Fuensanta en el balcón
Otra de las fechas para la historia fue la remodelación que sufrió el edificio a comienzos del siglo XX, cuando se le anexionó otra casa y se reubicó toda la portada. Algún autor ha destacado que se aprovechó la obra para añadirle un nuevo cuerpo a la estructura, el tercer piso, dos balcones más a ambos lados de la puerta y un sótano con ventanas.
En 1908, según el diario ‘El Liberal’, se ultimaba un acuerdo para que «las oficinas del Gobierno Civil se trasladen al palacio de los duques de Almodóvar». Y proponían que «se tomara en arrendamiento toda la casa, con el fin de que también pudiera instalarse en ella las dependencias del cuerpo de Seguridad».
A partir de 1937, el palacio se reconvirtió en Gobierno Civil. De aquellos años, ya concluida la Guerra, perdura una histórica fotografía de López que muestra en uno de los balcones a la Patrona de Murcia, la Virgen de Fuensanta, talla que se escapó de la quema porque estaba escondida en una vivienda.
Tanta precipitación hubo en mostrar que se había salvado, que ni siquiera esperaron a incorporarle el Niño, al parecer guardado en otro lugar. Y para colmo de curiosidades, el edificio, como pocos ya recuerdan ni falta que les hace, también fue la sede por un tiempo del Real Murcia.
La destrucción del palacio de Almodóvar, pese a que sus dueños respetaron la fachada, no fue un hecho aislado. Ni mucho menos. En muy pocos años, ya entrado el siglo XX, corrieron igual suerte otros célebres edificios de la misma calle Trapería.
Eso ocurrió con el palacio de los marqueses de Beniel y sus escudos de los Molina, Lucas, Junterón y Rocamora. O el palacio de los Fajardo, que pasó a la historia para abrirse el paseo Alfonso X, caserón que estaba ubicado entre los conventos de Las Anas, desaparecido en parte, y el de Las Claras. Y lo mismo sucedió con las mansiones de los Avellaneda, Roda, Puxmarín, Galteros. Un desastre. Mejor dejarlo aquí, para que la página no sepa al buen lector demasiado agria.
Fuente: https://www.laverdad.es/