NOTICIA QUE CITA A JUAN JOSÉ LAFORET HERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA (LAS PALMAS)
a Muy Noble y Muy Leal Ciudad Real de Las Palmas de Gran Canaria, aquella Villa del Real de Las Tres Palmas que la reina Juana de Castilla, allá por el día 28 del mes de enero de 1515, y siendo «el licenciado Nicolás Rodríguez de Curiel Regidor y vecino» de la misma, dispuso que «ahora y de aquí en adelante para siempre jamás esta dicha ciudad se llame e intitule la noble ciudad Real de Las Palmas», casi desde sus primeros días de existencia y, sobre todo, a lo largo del siglo XVI ya celebró importante fiestas que, de una u otra manera, celebraban y resaltaban su condición capitalina, su vocación de gran ciudad atlántica, su identidad y su carácter. Unos festejos y regocijos que por ello ya se pueden considerar como auténticas Fiestas Mayores de esta ciudad, que el mismísimo Cairasco de Figueroa proclamó en sus versos como «La noble y gran ciudad aquí fundada/ será después por el común decreto/ el Real de Las Palmas titulada,/ que nace de altas causas alto efecto».
La fiesta mayor, ese un conjunto de solemnidades con que una población celebra cada año algún aspecto señero de su historia o de su identidad, en la que se aúnan celebraciones muy diversas, como actos profanos, religiosos-patronales, deportivos o artístico-culturales, estuvo presente en la capital grancanaria desde sus primeros tiempos, y a través de sus cinco siglos largos de vida, bajo distintos signos. Puede considerarse que las dos solemnidades principales de la población fueron, en sus primeros siglos de vida, la festividad patronal de Santa Ana, que cada 26 de julio era fiesta principal con grandes ceremonias y divertimentos, reconocida incluso por el emperador Carlos V, que por mandato que consta en los protocolos de Gáldar, dispone que los curas de Gáldar, Guía y Telde «asistan todos los años, con los feligreses que quieran, a lo cultos de la Catedral con hábito clerical», que se unían a la gran y solemne procesión que se celebró a partir de 1539, y la del Corpus Christi, en ese jueves que «brilla más que el sol» y que sigue al noveno domingo después de la primera luna llena de primavera del hemisferio norte, en el que «solía haber danzas, loas, comedias, autos sacramentales y entremeses», enramadas y alfombras, fuegos y luminarias, y divertimentos como juegos de toros, música, paseos y refresco general, mientras que el «carnaval» cobraba cuerpo poco a poco, para enraizarse con identidad propia, ya en el siglo XIX, en el ser y sentir de la sociedad.
Así, a modo de resumen a vuela pluma, se puede decir que la fiesta mayor de Las Palmas de Gran Canaria a través de su historia cobró vida, identidad y se plasmó primero en las celebraciones de su patrona, Santa Ana, y en las del Corpus Christi, para luego, a través del siglo XIX, ubicarse en el entorno de una celebración preexistente, a modo de solemnidad cívico-religiosa puntual, como era la del 29 de abril o Fiestas de San Pedro Mártir, que se mantuvieron vigentes hasta el año 1977, y en las que fueron muy características, en distintos momentos de los siglos XIX y XX, las ‘luchadas’ en el mismísimo barranco Guiniguada, las pegas de botes de Vela Latina, las carreras de caballos en la calle mayor de Triana o las atracciones de feria en el parque de San Telmo. Junto con ellas, fiestas principales de la ciudad serían el Carnaval y la Semana Santa, que se reconocía como la ‘semana mayor del año’.
En la actualidad, y tras cuarenta y cinco años de celebración ininterrumpida, sin competir ni desmerecer la grandeza del carnaval y lo mucho que supone para el vecindario, el concepto de fiesta mayor de la ciudad lo asumen las denominadas Fiestas Fundacionales, establecidas precisamente, y recogiendo un sentir cívico que, desde unos años antes, venía gestándose en la sociedad grancanaria, cuando la capital en 1978 conmemoraba el 500 Aniversario de su nacimiento, aquel 24 de junio de 1478 en el que el capitán Juan Rejón, tras desembarcar al alba en la Bahía de Las Isletas y el deán Juan Bermúdez celebrar allí misa de «las que llaman de La Luz», estableció el ‘Real de las Tres Palmas’ en lo que hoy es la Vegueta fundacional, en el entorno de la plaza de San Antonio Abad. Lugar y momento que describe Cairasco en sus versos: «Y, viendo el sitio cómodo y sombrío/ no lejos de do tienen los bajeles/ y que un arroyo grande o chico río/ corriendo va entre palmas y laureles, de lienzo basto el diligente brío/ alzando puntiagudos capiteles,/ con ancho ruedo sobre estanteroles/ formaran su real los españoles».
Una jornada fundacional que hoy, a modo pregonero, se puede rememorar con imágenes de aquel primerizo día del estío, que narran como frente a Las Isletas, en la calma cálida de su bahía, un puñado de naves recalaba a esa hora temprana, y apenas rompió el día sus marinos se aprestaban a desembarcar, ágiles, inquietos, ávidos de adentrarse en el misterio hermosísimo de aquellas playas, de aquellos palmerales. Banderolas, gallardetes, guiones, flamean sobre la arena isletera, junto a un altar enramado con palmas, donde dar gracias y pedir por un futuro que aún se desconocía, que aún era imprevisible en aquella hora tan temprana del día de San Juan, cuando aún no se había tomado decisión alguna, cuando aún no sabían que aquel día que había amanecido sanjuanero, sería, al atardecer ya y por todos los siglos, día fundacional. Y tal era la emoción que, en aquella temprana hora, sonaron repetidos e intensos disparos de cañones, culebrinas, arcabuces y espingardas; salvas de una artillería que convocaban los fuegos de artificio, lo celebrados ‘voladores’ isleños, con los que siglo tras siglo la ciudad se coronaría de colorido en la noche y de estruendos y fogonazos en las horas de la mañana en sus fiestas mayores, en sus mas destacadas y reconocidas celebraciones. Fuegos con los que ahora, cada veinticuatro de junio, Las Palmas de Gran Canaria recuerda que celebra su cumpleaños, el feliz aniversario de su fundación en aquel recoleto Real de las Tres Palmas, hace 545 años.
Es muy sugerente y reconfortante que este año, cuando la ciudad, nuevamente en su historia de cinco siglos, debe mirar al futuro y a su progreso con honda voluntad de esfuerzo y renovación constante, que las palabras pregoneras de estas Fiestas Mayores, de sus Fiestas Fundacionales, provengan de las voces más jóvenes de la ciudad, representadas en las que integran el Órgano de las Voces y la Participación Infantil y Adolescente (conocido con las siglas de VOPIA), y justo en un día en el que la ciudad, como ha acontecido en otras ocasiones desde el año 2007, celebra la toma de posesión de una nueva Corporación Municipal, este año además en acto plenario solemne a celebrar en un lugar tan significativo para la historia y las conmemoraciones fundacionales como es el Teatro Pérez Galdós, a la vera misma del viejo Guniguada. Es el pasado, el devenir, que ahora clama en voces de expectación, de ese sentir de mirar siempre adelante que ha señalado, siglo tras siglo, a Las Palmas de Gran Canaria.
Comienzan, un año más, las siempre esperadas fiestas mayores de la ciudad, sus Fiestas Fundacionales, que tantas celebraciones, solemnidades y regocijos conllevan, promovidas con las más actuales expresiones y gustos. Fiestas mayores en las que la ciudadanía puede sentirse heredera de toda esa alegría que sus antepasados fueron amalgamando a lo largo de cinco siglos, de la que hizo gala y bandera la ciudad; y ser herederos de un júbilo constructivo, sano, fraterno y solidario, que les ayude a mirar el futuro confiados y con esperanza, esa que sugieren que las voces pregoneras sean voces juveniles e infantiles, como las de VOPIA, y que, 545 años después de su fundación, harán de Las Palmas de Gran Canaria auténtico reducto de lealtades, de nobleza, de resiliencia, de hospitalidad, de amistad y de buenos sentimientos, como corresponde a una ciudad cosmopolita, ubicada en la encrucijada de todos los caminos de la mar y del espíritu.