POR EMILIO ESTEBAN HANZA, CRONISTA OFICIAL DE CANJÁYAR (ALMERÍA)
No es tema baladí. En la actualidad el deporte no representa, simplemente, una actividad placentera que cubre los tiempos del ocio y tonifica el cuerpo. Tampoco una profesión, medio de subsistencia. Se ha transformado también en vehículo de masas, cuya regulación exige organismos con categoría de Ministerio.
Y ante los posibles desvíos de los imponentes colectivos ligados a algún específico deporte, se ha hecho necesaria una nueva normativa y presupuestos para sufragar al personal destinado a mantener la seguridad ante los propios deportistas que compiten, las masas de sus seguidores y los ciudadanos que puedan toparse con ellos, con su agresividad y sus despropósitos.
Los estallidos de violencia se han palpado recientemente en la ciudad de Bilbao encendida por desaforados seguidores del futbol ruso, muchos de los cuales, estoy convencido, que se desplazan cargados de alcohol y de ansias explosivas sin conocer lo que es un “penalti” o un “fuera de juego”.
Y el deporte ha llegado a otras maneras de perversión: los fraudes de algunos deportistas en connivencia con terceros manipuladores, alterando resultados, para obtener beneficios inmorales a repartir entre los indignos actores del engaño.
Nos ha apenado ver en los medios nombres de figuras del deporte prestándose a estos amaños; más cuando son españoles, y más aun, cuando los rotativos señalan como posibles implicados futbolistas de nuestra provincia.
La misma decepción que nos produce la constatación de otra modalidad degenerativa del deporte: el dopaje; vendiendo su dignidad por “un plato de lentejas”; ensuciando su anterior historial limpiamente exitoso, con la ingesta de drogas, pretendiendo mantener lideratos, y records anteriores, que su edad, su cuerpo y su naturaleza ya no le permiten.
No fue así la concepción de las primitivas civilizaciones amantes del deporte. Los griegos sublimaron el deporte, y Apolo era la representación de la belleza física y moral, motivo de la victoria a la que el atleta competidor aspiraba.
Tuve la gran suerte de tener profesores y familiares que me introdujeron desde niño en la práctica y disfrute del deporte. Nunca podré agradecerles esa enseñanza. La filosofía del entrenamiento no era solo técnica, fortaleza y perfeccionamiento físico, sino también espíritu de esfuerzo, y superación de la persona. El deporte era Educación Física.
Me gustaba tanto el programa dual, la educación en valores, que yo mismo adquirí una mini-biblioteca deportiva que iba devorando. Aunque practiqué futbol, baloncesto, balonmano (de once) y atletismo, no pasé de una mediocridad salvo en el último. En el Colegio de Almería, y en la Universidad de Granada, gocé solo con el liderato provincial de salto de altura y 4×100 m. (años 1948-52).
En los campeonatos nacionales a los que asistía por mi provincia, nunca “me comí una rosca”. Llegar a cuartos de final era un exitazo. Pero disfrutaba en tantos viajes deportivos con mis compañeros, desplazándonos en trenes de tercera y hasta en camiones; y conociendo así múltiples ciudades españolas; y equipándonos con un chándal y una botas de cuero que nos encantaban.
Quedó grabada en mí la consigna explicada por los jefes de los Campeonatos Nacionales de Atletismo, señores Sastre y Epicuro: “Hay que saber ganar con nobleza y perder con elegancia”.
Hoy, a unos meses de ser nonagenario, me recreo en mi “Cuarto de Deportes”, viendo un centenar de retratos de la élite de nuestros deportistas, todos firmados, y mi modesto historial participando con mis compañeros, en competiciones y recepción de algunos trofeos.
Propongo la “tolerancia cero” a los corruptos del deporte, con inhabilitación por largo tiempo o a perpetuidad. También sugiero a los que no lo han hecho, vean y disfruten la película “Invictus”, referida a tiempos del “Apartheid”, en que Mandela, imbuído de principios de paz y concordia, supo transmitirlos y crear un equipo de rugby entre los frentes antagónicos – blancos y negros – haciéndolos a todos más fuertes, unidos y entrañables y, sobre todo, modélicos para el mundo. Ejemplo de otro tipo, ofrece Barenboim forjando la orquesta joven de israelíes y palestinos.
Y, para terminar, vuelvo al ideal del antiguo deportista que, tras la perfección en el deporte, la amplia en la música y en la poesía, para finalizar enlazando la armonía corporal con el espíritu de Hombre libre.