Josefina de Attard y Tello (Fina de Calderón) proyectó su vida cultural, fundamentalmente, en la literatura y en la música, y cosechó amistad con destacados intelectuales, escritores y artistas españoles y franceses.
No está claro su año de nacimiento, ya que las biografías abarcan desde 1917 hasta 1927, pero sí es evidente su amor por Toledo, donde fue propietaria del Cigarral del Ángel, un espacio privilegiado junto al río Tajo que convirtió en lugar de referencia nacional e internacional para el encuentro de poetas y actividades literarias y culturales.
Además de Toledo, desarrolló otra actividad destacada en Madrid, donde en la década de los ochenta, con apoyo del alcalde Enrique Tierno Galván, puso en marcha ‘Los miércoles de la poesía’ en el Centro Cultural de la Villa.
El Conservatorio de Música Jacinto Guerrero de Toledo conserva su legado musical, donado por sus herederos, según ha explicado y mostrado a la Agencia Efe la persona que durante años ha sido bibliotecario del conservatorio y que, también, ha inventariado este fondo musical, Pedro Alcázar.
Quedamos con Alcázar una mañana en el conservatorio, cuando hay menos actividad que por las tardes, y nos muestra medio centenar de cajas en las que hay, sobre todo, partituras de ballet, grabaciones sonoras y canciones, muchas de ellas escritas en francés ya que Fina de Calderón pasó parte de su infancia ingresada en un hospital francés, en la localidad de Berck Plage, sin movilidad física.
En aquellos primeros años estudió violín y comenzó a escribir poesía.
Sus piezas de ballet han sido interpretadas por el Ballet Nacional de España, el Conservatorio de Moscú o las compañías de Antonio, Nureyev o Bolshoi, y ha compuesto canciones para Edith Piaf, Maurice Chevalier o Víctor Manuel, entre otros muchos.
En el conservatorio de Toledo se custodian más de 500 obras de esta compositora y poeta, incluyendo unas 200 canciones, una veintena de ballets, cuentos, una opereta (‘Marcia’) y numerosos registros sonoros, en vinilo y cintas.
Abriendo una carpeta vemos uno de los temas que escribió para Edith Piaf. En otra está ‘Nous de París’, que cantó Maurice Chevalier, También figura ‘Caracola’, la canción que representó a España en el Festival de Eurovisión de 1964 y que interpretaron los TNT.
Y ‘Amores bohemios’, un tema que escribió junto a Alberto Cortez. O ‘Puertecito portugués’, de lo que hay letra, música y hasta versión para pasodoble.
Algunos de sus ballet que están en Toledo son ‘Siluetas’, ‘La Dama del Abanico’, ‘Cancela’, ‘El Greco o la llamada de Toledo’, ‘El Alfarero soñador’, ‘Guernica’, ‘Juana la loca’ o ‘Puertas de la Alhambra’, entre otros.
Pedro Alcázar ha buceado en la vida de la poeta para datar los años de estas composiciones ya que las canciones estaban colocadas alfabéticamente, en ficheros, pero sin años de referencia.
La mayoría de las partituras están escritas a máquina de escribir y muchas de ellas han sido fotocopiadas varias veces y recogen apuntes y correcciones de Fina de Calderón a mano. Pero algunas están escritas directamente a mano, con una letra muy bella y cuidada.
En algunos casos solo hay letra, en otros letra y música, otros son partituras orquestales y otros reducciones para piano.
También hay adaptaciones musicales de cuentos infantiles, entre ellos los que escribió Fabiola de Bélgica antes de ser reina.
El objetivo del conservatorio es sacar esta herencia musical del almacén y colocarla en estanterías, ya catalogada, para que el público lo conozca.
De hecho, ya hay obras catalogadas a las que se puede acceder desde la red pública de bibliotecas de Castilla-La Mancha.
«Es un legado que se puede revivir otra vez, muchas de sus obras se pueden dar a conocer al público ahora porque se conocieron en una época pero se quedaron ahí. Podemos volver a retomar muchas de sus obras, que son muy interesantes», explica Alcázar.
Y subraya que «nosotros lo hemos puesto accesible para que alguien pueda trabajarlo y profundizar en su obra».
Fina de Calderón y Lorca
En una de las carpetas se guarda la música para ballet de ‘Fuego, grito, luna’, un homenaje a Federico García Lorca, el amigo a quien Fina responsabilizaba de su amor por Toledo.
«Creo que él fue responsable, sin sospecharlo, de que yo me enamorara tan pronto de Toledo. Solíamos ir al Cigarral de don Gregorio Marañón», escribe Fina de Calderón en ‘Los pasos que no regresan’, un hermoso libro de memorias publicado en 2004, donde también anota: «Si Lorca iluminaba mi infancia, Juan Ramón era el poeta español que leí antes que ninguno. Lo conocí en casa también siendo niña».
Porque Juan Ramón Jiménez fue otra de las personas que la rodearon, junto a los Machado, Alberti, Miguel Hernández, Gerardo Diego, Buero Vallejo, Falla o Unamuno, y en otro ámbito Raquel Meller o Malraux y Sartre.
Fina de Calderón encargó para su Cigarral de Toledo un busto de García Lorca, que colocó sobre un pedestal de piedra. «Probablemente era el primer monumento que se hizo al poeta granadino en España», escribe la compositora en sus memorias.
A los pocos días de aquello aparecieron pintadas de «Agentes de la K.G.B» en los muros del cigarral.
Con independencia de lo que pueda aportar el estudioso que indague en su obra, lo que se desprende del legado de Fina de Calderón que guarda el Conservatorio de Toledo es el trabajo de una mujer sensible y vital, fuerte pese a su aparente fragilidad y que, sobre todo, amó la belleza.