POR FRANCISCO PUCH JUAREZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDESIMONTE (SEGOVIA)
Águilas, últimos días del veraneo en Águilas (Murcia), también en otras muchas localidades veraniegas. No tengo más remedio que regresar a Madrid, allí me esperan algunos deberes por hacer y que perezosamente se me quedaron en el tintero, con la ilusión de irme de vacaciones y volver a disfrutar de este paraíso aguileño bañado por la mar.
Los que somos de tierra adentro estamos acostumbrados a llamarla ´el mar´, en género masculino. En mi pueblo segoviano de La Granja paraíso de paz entre montañas de
pinos, sin ir más lejos, tenemos un mar.
Un gran estanque o lago artificial de mayores dimensiones que la Glorieta de Águilas, que se alimenta con las aguas del deshielo de sus nevadas cumbres y los arroyos del Morete y de los Carneros que desde ellas descienden, y de cuyas aguas se nutren las Fuentes Monumentales de los jardines reales que rodean al Real Sitio que Felipe V mandó construir cuando vino a España, sintiendo la nostalgia del gran Palacio de Versalles que abandonaba para venir a reinar en nuestro pueblo.
Y a ese gran estanque siempre lo hemos llamado y seguimos llamando ´El mar´, perdido entre la lujuriante y frondosa vegetación de los jardines. En él gustaba de pasear en una gran góndola o barcaza real artísticamente construida y enjaezada la Infanta Isabel ´La Chata´, hermana del Rey Alfonso XII y por tanto tía del Rey Alfonso XIII, acompañada de sus damas de la corte, para mitigar con la umbría del lugar y el frescor de sus nítidas aguas los rigores veraniegos, haciéndose la ilusión de estar navegando en un gran vapor por la bahía de La Concha en San Sebastián.
Pero La mar es otra cosa. La mar es el infinito, ese infinito punto lejano donde la mirada se pierde en lontananza, allá donde sus aguas se juntan con los cielos. La mar es la esperanza de los pescadores que a diario arriesgan sus vidas en esos pequeños barcos pesqueros con los que se enfrentan al oleaje amenazante, en busca de su sustento y el de sus familias.
La mar es el sueño de los viejos pescadores que sentados en el malecón del puerto ven partir a los más jóvenes, añorando aquellos tiempos en los que ellos también partían a navegar. La mar es esa entelequia que nos cantan los poetas en sus versos escritos mientras miran con el pensamiento a través del cristal de una ventana desde la que la mar no se ve. La mar es la ilusión de aquéllos de tierra adentro que nunca han visto la mar.
Llega el final de las vacaciones, me encuentro sentado en una terraza del paseo marítimo de Águilas, hoy Avenida de la Constitución como no podía ser de otra forma;si yo fuera alcalde volvería a llamarle Paseo Marítimo, lo siempre ha sido. Las modas y los tiempos de los políticos son efímeros, lo que perdura es la naturaleza.
Tengo la mirada puesta en aquel punto infinito en el que se advierte la redondez de la tierra, cierro los ojos para que la imagen quede grabada en mi retina y llevármela a Madrid.
Salí de Águilas el jueves día 29 de agosto a las nueve de la mañana, Horas después no podría haber salido, la gota fría que me sorprendió en el viaje a la altura de Albacete, llegaba unas horas más tarde a Águilas; la riada que se produce a lo largo de la Avenida de Juan Carlos I cuando llega la gota fría y de la que ya fui testigo el 16 de agosto de 2010, no me habría permitido subir con el coche calle arriba. Por la noche del jueves ya vi en la televisión las imágenes del alcalde y otros miembros de su corporación municipal contemplando los daños producidos por la riada.
Yo ya estaba en Madrid, este Madrid que absorbe, que atrae, que anula si no te haces con él y del que siento nostalgia cuando paso unas vacaciones alejado de él.
Mañana volveré a sentir la nostalgia de Águilas, de la tertulia en la Glorieta, de los amigos, de la playa, del Paseo y de la mar, sobre todo la mar, y empezaré a pensar en volver al año que viene, si Dios me da salud y Hacienda me lo permite.