POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Las fruterías, en esplendor y galanura de colorido, impresionan nuestra vista y estimulan nuestro apetito con sus deslumbrantes y tentadoras ofertas de fresas y fresones. Esas fresas que quitan el sentido y claman a voz en grito: ¡comedme, comedme!
Ayer, al verlas y «caer en la tentación» de su compra, le dije al frutero: «Esto es boccato di cardinale»; a lo que él respondió: «¿Lo dice por el cardenal Rouco que ya cesó en su cargo?».
Pues no -repliqué- lo digo porque este llamativo color de las fresas me recuerda a las «insignias cardenalicias». Y «como estoy de rollo», voy a contárselo.
Fue en tiempos del Papa San Evaristo (97-105) cuando a aquellos presbíteros que tenían a su cargo iglesias de TÍTULO (templos dedicados a mártires importantes) se les llamó cardenales. En la Edad Media había tres clases de cardenales: los Cardenales-Obispos (obispos de ciudades próximas a Roma), los Cardenales-Presbíteros (responsables de iglesias titulares) y los Cardenales-Diáconos (asistían al Papa).
Actualmente los cardenales, siempre obispos, están distribuidos por todo el mundo.
Las insignias que los distinguen son: el capelo (desde 1254), la birreta rojo escarlata (concesión de Paulo II), el vestido y manto de color púrpura (concesión de Bonifacio VIII), anillo y mitra de seda damasquina blanca.
Ese color rojo escarlata y ese rojo púrpura es el que yo admiro en las fresas.
Vamos a prepararlas así: Ya limpias y sin «rabitos ni hojas», se trocean y se disponen en un bol; se cubren con azúcar y se bañan con un chorrito de vinagre. Reposan en frigorífico durante una noche. Se sirven en copa de martini sobre un fondo o lecho de mermelada de frambuesa y se adornan con un poco de almendra picada en fino.