POR ANTONIO HORCAJO MATESANZ, CRONISTA OFICIAL DE RIAZA (SEGOVIA)
Frutos, el eremita de las Hoces, nació en nuestra ciudad hacia el año 642, según dicen los anales y de familia un tanto acomodada para la época. En ella reposan sus reliquias y restos en el trascoro de la catedral. Frutos “el siervo bueno y fiel“ como reza el villancico del organista Hidalgo, es no solo un santo poderoso a quien pedir, sobre todo por quebraduras y otros males del cuerpo, sino un benefactor de la tierra segoviana y de los corazones que la habitan. Un ejemplo humano de coraje, austeridad y templanza. Frutos marchó al desierto, al lugar templo del silencio donde solo susurra el viento que, a veces solo brisa, se encauza por los canales roqueros y, en ocasiones, se escucha su correr entre los huecos de las piedras del circo que forman las hoces.
En los primeros años de la invasión árabe, Frutos, aún joven, vendió todos sus bienes y los repartió entre los pobres. Sus hermanos, Engracia y Valentín, lo acompañaron al desierto. Su alimento, hierbas y acaso alguna pieza de la fauna conejil del entorno. Amante de las aves, que tanto vuelan en esos cielos del Duratón, le alcanzó el apodo de Frutos: ‘El Pajarero’.
Y así le hemos denominado los segovianos desde siglos y lo seguirá siendo como atributo de amor por la Naturaleza. En otro tiempo, en este día, algunos, muchos, íbamos con liga y varetas a los zarzales a seguir la tradición, no a causar daño, sino a honrar a nuestros santos y a nuestros abuelos. Yo me alegro del cambio, pero recuerdo con nostalgia las puertas de las zapaterías donde, al sol del otoño segoviano, se oía la preciosa salmodia de jilgueros, elegantemente vestidos de un grato rojo, plumas negras y grises, los verderones, los mixtos que incansables iban acompañándonos en nuestro deambular por las frías aceras. Era otra Segovia, distinta, grata, cordial, próxima.
Pero volvamos a Valentín y Engracia, que anidaban en sendas cuevas en las riberas del río, mientras Frutos acogía en el altiplano, conformado en una inmensa hoz roquera que se unía a la tierra abierta por una lengua terrosa, en la que surge un estrechamiento atravesado por lo que se llama ‘La Cuchillada’ que, como hecho milagroso, se atribuye al santo. Por aquí entraban, en busca de la protección de Frutos, los cristianos, que despavoridos, huían de la ferocidad de los árabes invasores pues andaban, en plan de conquista, matando a cuantos cristianos a su paso se oponían. Se acercaban a la roca donde hacía penitencia Frutos, y junto a él buscaban refugio y protección, atraídos por su santidad y energía. Eran muchas las gentes que huían de los invasores. Así fue como Frutos marcó, con su larga rama de apoyo que le servía como báculo, una línea en la tierra….
Y esta se abrió en el acto, formando una grande y profunda hendidura, que impidió el paso de los jinetes musulmanes. Estos, asombrados por el extraño fenómeno, volvieron hacia atrás por el temor de la sorpresa que pudiera depararles aquel varón tan recio y dejaron tranquilos a Frutos y a los que con él se encontraban.
Muchos fueron los hechos milagrosos que se atribuyen a San Frutos. Quiso él edificar el oratorio que dedicaba a Nuestra Señora y suplicó, por caridad, a un ganadero, que por allá tenía una camada de bueyes, le dejara una yunta para poder portar las piedras necesarias. El dueño del ganado le señaló dos fieros toros, quedándose Frutos agradecido del favor. Nuestro eremita los unció a la carreta como si fueran mansas ovejas y, en un pispás, realizaron todo el trabajo que del santo se esperaba.
Aunque nuestro eremita realizó muchos milagros que no tienen aquí referencia por la extensión, si citaremos uno que dejó atónitos a cuantos lo presenciaron y sirvió para que Frutos ganara adeptos para su causa cristiana. Eran entonces los sarracenos dueños de los territorios y señores de ellos en los últimos años de la vida de San Frutos. Como quiera que un moro, en cierto tiempo admirador de Frutos, negara la posibilidad de la transustantación, es decir, el misterio de la Eucaristía: Dios en el Pan, el bendito siervo fiel, Frutos, hizo, tranquilamente, que un asno se arrodillara ante el Misterio, mezclada la Sagrada Forma con la paja del alimento del pollino.
Dícese que Frutos murió con 73 años, hacia el 715 de nuestra Era. La tradición nos cuenta, y sin ella no se explican algunos documentos que se tienen por veraces, que Frutos fue enterrado por sus hermanos en la misma ermita donde había vivido en el desierto, mientras ellos se retiraban al pueblo de Caballar. Allí continuaron luego su vida solitaria, y en la ermita de San Zoilo fueron luego martirizados por los moros, que arrojaron sus cabezas a la Fuentesanta, de la que emana el agua de nuestra fe.