POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
Empezó el verano con noticias terribles sobre incendios forestales. El drama de Portugal nos heló la sangre. Hoy las tragedias verdaderas se representan en directo en la tele. No hay drama de ficción, por mucha tramoya macabra que se le quieran poner, superior a la realidad cotidiana. Ni las tragedias de la Grecia clásica, ni las de la ópera italiana son tan trágicas. Lo cotidiano en verano es el pirómano, asesino en potencia pues prende la llama para matar. Con los pirómanos pasa algo similar a lo que sucede en asesinatos de violencia machista. Todos los gobernantes se estrellan inventando soluciones mágicas. Es que no miran al bosque, sólo al árbol. Pero el problema está en el bosque, un bosque donde crece la mala educación cívica, en las escuelas e institutos. Allí cultivamos bastantes cardos borriqueros, pagando tal cosecha a precio de orquídeas. Allí está la cuna de los pirómanos; allí, y en la familia de la madre que los parió, y del padre que puso su parte, por malcriar a tanto nini consumista.
Cuando escribo esta columna la estadística de mujeres asesinadas por sus compañeros se dispara: dos han caído en el mismo día. Y no son viejos estos asesinos. Son criaturas de la democracia. Digo lo de criatura porque una parida nueva que he oído es lo de no hablar de niños o niñas en plantas de maternidad. Alguien ha propuesto llamar criaturas a los neonatos, para no ser sexista. Si, cada día que amanece el número de criaturas tontas crece. Y así nos va. De susto en susto.
Porque dos días antes de estos asesinatos machistas, en el insomnio de una noche ardiente del Sur, escuché en la radio que un hombre de unos 40 años, también educado en escuela de la democracia, se cargó a un muchacho de un tiro porque la criatura le llamó la atención viendo que orinaba a plena luz del día en una concurrida playa gallega. Se ve que al tipo éste no le gustaba que nadie le llevara la contraria desde que nació. Así, en lugar de pedir disculpas sacó una pistola y se lió a tiros. Dicen que tenía antecedentes violentos. No se necesita hacer el doctorado para llegar a tal conclusión. La única conclusión es que es una mala bestia que merece no salir del trullo hasta que nos aseguren que no va a matar a otro en su siguiente meada pública. La única conclusión es la angustia que nos produce que muchos asesinos y violadores salgan de la cárcel peor que entraron. Por eso reinciden, como el violador del ascensor. Estaba cantado. Es que nuestras leyes son muy blanditas con el pirómano, asesino, maltratador o ladrón. A las pruebas me remito.
Otro asunto es la pasión por el fuego que hay en este país. Recuerdo con horror los cohetes que tiraban en mi pueblo en fiestas. Me aterraba el ruido, el estallido arriba, y la caída, que si te descuidabas te daba encima la caña humeante. Nunca he comprendido el placer de estas fiestas coheteras. Ni siguiera me apasionan los fuegos de artificio. Donde se ponga una estrella fugaz, una luna llena, qué se quieten los cohetes. Se ve que soy rara, porque en España el fuego levanta pasiones: hogueras de san Antón, hogueras de san Juan, Fallas, noche del fuego en la comunidad alicantina, etc. Por cierto; una vez me pilló esta fiesta en Elche ¡Qué horror! Los petardos te daban si no saltabas. Jamás volveré en esa fecha. Moda que se ha extendido, porque no hay Nochevieja sin unos gamberros bajo tu puerta lanzando petardos. Qué Dios me perdone, pero me acuerdo de sus progenitores cada vez que suena uno y despiertan a las criaturas del edificio. Claro, así se van acostumbrando desde chicos. Y, teniendo uso de razón, convertidos en pandilleros, ya están con los petardos, vengándose, y dando ejemplo a generaciones venideras de mala educación.
Los homínidos descubrieron el fuego para alimentarse mejor y espantar al frio y a las fieras. Eso estuvo bien. Pero luego, pasando los siglos, le tomaron el gustillo a echar en la hoguera a los que pensaban diferente. Así se fueron acostumbrando al olor a carne humana. La Inquisición fue gran maestra en el asunto. Fuera y dentro de España, era costumbre echar humanos a la hoguera. El Escorial tiene forma de parrilla, recordando al santo quemado, san Lorenzo. Juana de Arco pasó a la historia por arder en la hoguera. Hitler, que tenía más prisa, echaba a los judíos a hornos, por toneladas. Toda Alemania olía mal, aunque los ciudadanos aseguraban no saber nada. El fanatismo y el miedo anulan también el olfato. Ahora, faltos de espacio en cementerios, o con escaso presupuesto, se impone la incineración, que es costumbre civilizada, aunque remota, como vemos en las tumbas de El Argar. El Valencia, arruinada la comunidad, se queman Fallas que valen una millonada. Será porque representan a mangantes que antes hubieran acabado en hogueras de la inquisición. El fuego está en nuestro ADN. Pero hay fuegos y fuegos. Los que matan y destrozan la naturaleza son caso aparte en esta España nuestra. Mi papelera dice que como pille algún pirómano, reinventa el purgatorio, donde decían los curas de antes que uno se quema eternamente sin consumirse. Eso sí que es retorcimiento mental. Al infierno no. El infierno está aquí.
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