POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Comía yo patatas con huevos y chorizo, mi plato preferido, cuando tres jóvenes granjeros de ambos sexos (parecían machos y hembras a la vez) tras su “Hola compañeres” (la “e” inclusiva, como la arroba), denunciaban cariacontecidos el traslado inminente de sus gallos a un corral aparte porque violaban a las gallinas. Aseguraban que la gallina no quiere ser montada por el hecho de correr delante del gallo, que su huida es un no es no, harta de que el gallo le hinque los espolones. Este trío, o tríe, advierte que los huevos, o huevas o hueves, son de las gallinas, que los ponen ellas, que son su menstruación y que comérselos, o comérselas, o comérseles, contribuye a la esclavitud de estas aves. Unas 16 millones de gallinas, calculo; no quiero imaginar el número de cerdos y de patatas despellejadas vivas que padecen injustamente. En adelante sólo comeré pollo, pollo maltratador, salvo que venga de un huevo.
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