POR JOSÉ MARÍA SUÁREZ GALLEGO, CRONISTA OFICIAL DE GUARROMÁN (JAÉN).
Mira, paisano, decía Álvaro Cunqueiro, que como buen gallego sabía de romerías, del buen comer y de los asuntos del más allá, que “sin vino no hay cocina, y sin cocina no hay salvación ni en esta vida ni en la otra”, del mismo modo que tenemos asumido que con pan y vino se hace el camino, y como afirmaba Machado, don Antonio, no hay más camino que el que se hace al andar. Y donde hay camino y romería, siempre hay fe, hay danza y pitanza que llene la panza.
¡Qué próximos están el corazón y el estómago, paisano! Y sin embargo que distintos son. Es el primero el órgano más generoso del cuerpo, mientras que el segundo es el más rencoroso e irreconciliable, pues no hay nada más difícil de olvidar y perdonar que el hambre padecida de forma injusta, motivo en la Historia de muchos enfrentamientos fratricidas. Bien que lo decía Benito Pérez Galdós, el don Benito con el que comparto generoso bigote y querencia al costumbrismo, en su obra de estrecheces Misericordia: “Bendito sea el señor que nos da el bien más grande de nuestro cuerpo: el hambre santísima”.
La alegría de la fiesta mostrada en las romerías a través de sus comilonas y sus bailes no es, como les puede parecer a los espectadores más puritanos, una muestra de la hipocresía de los romeros sino la consecuencia lógica del esfuerzo de la caminata y los sufrimientos del camino. Siempre, paisano, los seres humanos hemos sido más propensos a los gozos de la fiesta que a las espinas de la purificación.
En todas las romerías, y especialmente en las romerías marianas, sobre todo en esta tierra que catalogamos como la de María Santísima, a la que tenemos por nuestra santa Madre, es fácil argumentar un esquema fundamental romero: El camino hacia la Madre, el encuentro con la Madre, y el… desmadre. Afirmación que parece estar sustentada en la filosofía del Periandro de Cervantes antes de convertirse en Persiles: “Las leyes del gusto humano tienen más fuerza que las de la religión”.
De siempre, paisano, el saber vivir ha sido mucho más importante que el saber a secas, por eso el empeño que ponemos siempre en “remojar” los saberes.
© José María Suárez Gallego