POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)

Ante las rejas de la Diputación (un día hablaré de sus forjadores Julio y Julián Lorenzana), en la calle Santa Cruz, mientras esperaba el semáforo verde, escuché a dos cuarentonas, o mejor diría cuarentinas, porque además aparentaban menos de edad de la que aparentaban, que hablaban de su régimen estético y dietético veraniego. Una decía, lo que ya oí más veces, que había elegido cara, es decir, no había renunciado a comer, pues con unos kilitos de más le quedaba una cara guapa, sin arrugas, ojeras ni mal humor, a costa de un culo botijo, y la otra que había elegido pandero, es decir, se puso a dieta rigurosa para conseguir un buen pompis con el que se sentía mucho más segura. Cuando se abrió el semáforo crucé el paso de cebra y, en los cristales del Escorialín, me vi viejo y poca cosa. ¡Qué elegí yo! Exclamé mirando al cielo. Ni cara ni culo, elegí sangre, que nadie la ve.

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