POR BIZÉN D’O RÍO MARTÍNEZ, CRONISTA HOYA DE HUESCA

Tras el paréntesis obligatorio que sufre la economía española en los años de la contienda, se suceden los veranos de la década de los cuarenta, que estarán marcados estos, por temperaturas elevadas, campos polvorientos de un secano que a duras apenas da con extraordinario esfuerzo, la cosecha necesaria para el resurgir de nuestra maltrecha economía. Son años de bloqueo comercial y de relaciones dificultosas, de ayudas de países que confían en España, años de recuperación en todos los sentidos, pues se vuelve a utilizar la voz “regeneración” y así aparecen jerséys, mantas, pasamontañas, etc, elaborados con fibras de “regenerados”, se recogen todos los hierros y metales que puedan ser susceptibles de “refundición”, papeles, trapos, e incluso las botellas, pues existe una gran escasez de vidrio. Es por ello, que las antiguas neveras (quien las posee) se recuperan pintándose, soldando los hojalateros los serpentines o depósitos picados y el hielo vuelve a fabricarse día y noche durante los meses de la canícula. En los hogares altoaragoneses se recurre a los antiguos métodos de enfriamiento y conservación, haciendo uso de caños, bodegas y patios donde en la oscuridad o umbría pueda mantenerse el fresco, pero también se compra hielo en las poblaciones donde existe su fabricación y los baldes de zinc usados por las dueñas para la colada, sirven para mantener el hielo y las bebidas o alimentos frescos, tapándose con una tela blanca, en muchos casos, lienzos de cáñamo o lino, restos de ajuar, que no dejan salir el fresco, ni entrar el calor, consiguiendo de esta forma mantener el frío. El gasto solo se limita al hielo, pues en cuanto a neveras, se siguen fabricando los mismos modelos que se lanzaron en los años treinta.

Algún fabricante la anuncia como “La clásica nevera española, imprescindible en cada hogar”, pero claro está, costando 22,00 pesetas más la misma que se fabricaba en 1936, teniendo además que sumarle el “Impuesto de Lujo”, algo que se haría famoso, como “El Timbre” y que encarecía todo aquello que los españoles deseaban comprar. De aquí debió de partir aquella frase que oiríamos continuamente “era más barato antes de la guerra”.

Sería necesario llegar a comienzo de los años cincuenta en que aparece una nevera con forma superior redondeada, esmaltada en blanco, con una sola puerta y que está convertido su interior en dos departamentos superiores para hielo y agua, más unas parrillas para depositar los alimentos y cajetín o cubeta inferior de recogida de aguas, con un aspecto exterior basado en los “refrigeradores” americanos que se pueden ver en las películas que se proyectan en los cines españoles, sin embargo, los equipos eléctricos no llegan a España hasta 1953 en que harán su aparición en el mercado los primeros refrigeradores de alimentos; unos aparatos ruidosos, con abundantes vibraciones y proyectando en su entorno el calor de su motor.

En suma una mala copia de los equipos extranjeros. Pero como la solución en España pasaba para casi todo en conseguir una licencia, llegaba en 1954 Frimotor S.A.E. con licencia de Westinghouse Electric International Company, que ponía en el mercado un refrigerador sin problemas de ruidos y con la garantía de un probado producto americano; se trataba del “Super 8”, que seguía el modelo americano más vendido al otro lado del océano y que por ello la publicidad aseguraba….

”La compra de un refrigerador eléctrico es trascendental teniendo en cuenta que ha de ser parte integrante del hogar durante años”, a la vez que aseguraba….”Un Super 8 es de buena familia”. Lo cierto es que reafirmaba la oferta lanzando al año siguiente su modelo “Super 55” que inaugurará una amplia gama que luego iría modernizando.

Por otra parte, Frimotor, en todas las localidades españolas en las que tenía concesionario, ofrecería un plan oficial de facilidades de pago. Los famosos “plazos” de los que no se salvó ningún español de a pie.