POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Los abonados al gallinero del Campoamor se quejan de las goteras, no les caen encima pero suenan en los cubos y les desconciertan en los conciertos. Antes que gastar un dineral en reparar la cubierta deberían afinarse goteras y cubos y programar música ad hoc; por ejemplo, en el Intermezzo nº 1, Op. 117, gotea sin parar el piano de Brahms; en el tercer movimiento de la sonata de Beethoven nº 17, Op. 31, las semicorcheas del final del compás salpican el cristal de una ventana, y graniza en el allegro del 4º movimiento de su “Pastoral”; el Concierto en Mi bemol, Op. 8, de Vivaldi, invita a los espectadores a ponerse un chubasquero; llueve en una ópera de Hector Berlioz, en varias polkas de Strauss, en el “Cascanueces” de Tchaikovski, en el preludio Op. 28, nº 15, de Chopin, en el 2º movimiento de la “Sinfonía del Nuevo Mundo”, de Dvorak… Cuidando el repertorio podemos aguantar varios inviernos sin retejar el Campoamor.
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