POR PEPE MONTESERÍN CORRALES, CRONISTA OFICIAL DE PRAVÍA (ASTURIAS).
Esta mañana pasé en el Naranco ante unos sanjuaninos y el aroma me trasladó a los años 50, en Pravia, cuando iba de la mano con mi padre por delante del Hogar Santiago López (hoy calle Martínez Tena) a buscar el Renault 4-4, en las cocheras junto al ya desaparecido cementerio. Supongo que esa reminiscencia del olfato se debe a que es el único sentido que soy incapaz de evocar a voluntad; puedo recordar una foto, una canción… pero ¿cómo despertar en mi memoria el olor de los calamares en su tinta o el de la tierra mojada tras la tormenta? Tampoco se inventó una máquina que grabe los olores, y de ahí que estos recuerdos no se gasten y lleguen a mi nariz con tanta fuerza. Me ocurre con el esmalte de las uñas, que usaba mi madre, con la tinta Pelikán, de nuestras clases de caligrafía, con las páginas de una enciclopedia que leía con mi abuela y con los sanjuaninos, o aligustre, que florece por San Juan, en junio, mes embriagador en el que nací.