POR LUIS FERNANDO PALMA ROBLES, CRONISTA OFICIAL DE LUCENA, DE LAS REALES ACADEMIAS SEVILLANA DE BUENAS LETRAS Y DE CÓRDOBA
Poco después tomó el hábito de la Orden de manos del padre guar dián del convento hispalense de San Diego, en aquel tiempo fray Juan de Santa Lucía, quien posteriormente accedería a provincial. La profesión de fray Francisco Rico tuvo lugar el 27 de abril de 1645, cuando contaba 34 años, edad correspondiente a su madurez vital. Su principal lucha interior fue con su tendencia a la altivez y con su inclinación a una pronta irascibilidad. Sin embargo, no sin dificultad, solía triunfar en referida pugna. También resaltan sus bió grafos cierta torpeza en el aprendizaje de las ceremonias religiosas, por lo que se puede decir que era poco manitas o patoso.
A los pocos días de recibir la profesión, sus superiores le impusie ron la tarea de dedicarse a los más altos estudios, ya que veían en él una extremada facilidad para las letras sagradas. De esta entrega a los textos surgió un gran teólogo; ya nadie se acordaba de sus dificultades para el ejercicio manual con los elementos litúrgicos.
Se distinguió en su oración, a la que dedicaba grandísima parte de su tiempo. Se cuenta de él que después de cenar se entregaba al rezo en el coro y allí permanecía hasta el alba, acudiendo puntual semana santa 2024 mente a maitines. Posteriormente se marchaba a su celda para es tudiar, lo que hacía con extraordinario aprovechamiento. Se distin guía igualmente en la celebración de la misa, llevándola a cabo con gran ternura, que motivaba a los fieles a la más reverente devoción. Había personas que aun habiendo oído ya misa, asistían de nuevo a ella cuando la celebraba fray Francisco.
De fuertes sentimientos marianos, creó una esclavitud de hijos de María, formando una carta de esclavitud que entregó a cada uno de los miembros, distribuyendo para cada día de la semana la práctica de virtudes con una comunión semanal. Fue tanto su amor a María que después de tomar el hábito, como gesto de renuncia terrenal, dejó su apellido, Rico, y se hizo llamar Francisco de la Concepción.
Meditaba con frecuencia sobre los misterios de la Pasión de Cristo. Un día considerando la actuación de los verdugos en la coronación de espinas, sintió físicamente un dolor muy agudo en su corazón que creía que iba a fallecer; pero de seguido notó un gozo tal que lo hacía desfallecer.
Resulta curioso que fray Francisco era un gran fumador, tanto es así que no había incluido en su voto de renuncias el acto de fumar. Estando delante de una imagen mariana de la Concepción. Fran cisco se dirigió a la Purísima y le preguntó a qué se dedicaba en ese momento en el Cielo. Entonces, se cuenta que se oyó una voz que dijo: “Tomar tabaco”. Él interpretó que lo que quería la Virgen era que aceptase la mortificación que le suponía no fumar. Desde entonces abandonó el tabaco.
Habiendo visto durante su época de militar muchas naciones donde reinaban ideas contrarias a los principios religiosos que el defendía, su buena voluntad le creaba impetuosos deseos de practicar la pre dicación en esos países. Ello le llevó a pedir insistentemente viajar a Marruecos, a las misiones que los franciscanos descalzos allí tenían. Sin embargo, sus superiores fueron dilatando su permiso, de suerte que la muerte impidió su ansiado viaje misionero.
De la misma manera solicitó a los prelados poder prestar su asis tencia a los enfermos de la peste que tanto daño hizo en Sevilla en 1649. En este caso sí consiguió la licencia, fundamentalmente porque sus superiores tuvieron presente que habían sido muchos los religiosos víctimas de tal enfermedad y no había apenas quienes pudiesen dedicarse a tan humanitaria labor. Terminada esta asis tencia que llevó a cabo con la mayor de las alegrías, retornó a su convento de Jerez, donde estudiaba Artes.
En el convento de Cádiz formó con los militares de la Armada, tanto mandos como tropa, un oratorio donde se llevaba a cabo la práctica de los sacramentos y cada tarde celebraban un viacrucis dirigido por fray Francisco.
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Fray Francisco se entregó por completo a la pobreza. En toda su vida religiosa no tuvo más que un hábito, en su celda no había más adorno que sus pobres cuadernos donde escribía sobre sus estu dios y un viejo tintero, amén de un devocionario y una cruz de caña. No tenía mantas y dormía sobre dos tablas desnudas, teniendo por cabecera un tronco. Usaba silicio que le cubría hasta las rodillas y medio cuerpo. Era habitual en él el empleo de la disciplina con azotes y el ayuno.
Al finalizar sus estudios padeció una gravísima enfermedad, al pa recer pulmonar. Sus padres, conocedores del estado en que se encontraban escribieron al provincial porque ardían en deseos de verlo, lo que no había ocurrido desde que fue capitán en Badajoz. En su escrito suplicaban al prelado que le concediese a Francisco licencia para marchar a Lucena, lugar de residencia de sus padres. La licencia fue concedida, pero Francisco no quiso usar semejan te privilegio, porque había hecho renuncia de todo. Su padre se encontraba en el lecho enfermo y envió a su hijo Juan Rico a que convenciese a su hermano de la necesidad que sus padres tenían de verlo. Tras varios tira y afloja, Juan Rico pudo llevar a Lucena a su hermano Francisco.
Aunque se encontraba muy mal en su convalecencia, el camino lo hizo a pie y descalzo, ayudado de un bastón. Ya en Lucena se fue al convento de los franciscanos observantes (calle Contador), ya que todavía no se habían establecido los franciscanos descalzos del Valle en tierras lucentinas. Presentó la licencia al guardíán y se integró en los actos de la comunidad. El padre de Francisco pidió que su hijo fuese trasladado a su casa. Dio su natural permiso el superior y tras otro tira y afloja, por fin obedeció y se dirigió a la residencia paterna. Su enfermedad del pecho se fue agravando hasta el punto de ser receptor del sacramento de la extremaunción.
La Providencia quiso que en sus últimos días visitasen al moribun do en Lucena cinco frailes de su Orden procedentes de distintos conventos, sin haberse puesto de acuerdo. Era el año 1653 y tenía cuarenta y dos años de edad cuando falleció. Aunque daba la im presión de llevar muchos años de religioso, en realidad solo hacía ocho de su toma de hábito. Fue enterrado en el convento de los franciscanos observantes y a su sepelio asistieron tanto la nobleza como el pueblo llano. Años después pasó por Lucena el provincial de los franciscanos descalzos y pudo saber cómo el cuerpo de fray Francisco de la Concepción, después de seis años de sepultura, se encontraba incorrupto.
FUENTE: EL CRONISTA