DOS INSIGNES FRANCISCANOS ALCANTARINOS NATURALES DE LUCENA: FRANCISCO RICO Y PEDRO MARTÍN DEL ROSARIO (II)
Mar 15 2024

POR LUIS FERNANDO PALMA ROBLES, CRONISTA OFICIAL DE LUCENA, DE LAS REALES ACADEMIAS SEVILLANA DE BUENAS LETRAS Y DE CÓRDOBA  

Poco después tomó el hábito de la Orden de manos del padre guar dián del convento hispalense de San Diego, en aquel tiempo fray  Juan de Santa Lucía, quien posteriormente accedería a provincial.  La profesión de fray Francisco Rico tuvo lugar el 27 de abril de  1645, cuando contaba 34 años, edad correspondiente a su madurez  vital. Su principal lucha interior fue con su tendencia a la altivez y  con su inclinación a una pronta irascibilidad. Sin embargo, no sin  dificultad, solía triunfar en referida pugna. También resaltan sus bió grafos cierta torpeza en el aprendizaje de las ceremonias religiosas,  por lo que se puede decir que era poco manitas o patoso.  

A los pocos días de recibir la profesión, sus superiores le impusie ron la tarea de dedicarse a los más altos estudios, ya que veían en  él una extremada facilidad para las letras sagradas. De esta entrega  a los textos surgió un gran teólogo; ya nadie se acordaba de sus  dificultades para el ejercicio manual con los elementos litúrgicos. 

Se distinguió en su oración, a la que dedicaba grandísima parte de  su tiempo. Se cuenta de él que después de cenar se entregaba al  rezo en el coro y allí permanecía hasta el alba, acudiendo puntual semana santa 2024 mente a maitines. Posteriormente se marchaba a su celda para es tudiar, lo que hacía con extraordinario aprovechamiento. Se distin guía igualmente en la celebración de la misa, llevándola a cabo con  gran ternura, que motivaba a los fieles a la más reverente devoción.  Había personas que aun habiendo oído ya misa, asistían de nuevo a  ella cuando la celebraba fray Francisco. 

De fuertes sentimientos marianos, creó una esclavitud de hijos de  María, formando una carta de esclavitud que entregó a cada uno de  los miembros, distribuyendo para cada día de la semana la práctica  de virtudes con una comunión semanal. Fue tanto su amor a María  que después de tomar el hábito, como gesto de renuncia terrenal,  dejó su apellido, Rico, y se hizo llamar Francisco de la Concepción. 

Meditaba con frecuencia sobre los misterios de la Pasión de Cristo.  Un día considerando la actuación de los verdugos en la coronación  de espinas, sintió físicamente un dolor muy agudo en su corazón  que creía que iba a fallecer; pero de seguido notó un gozo tal que  lo hacía desfallecer. 

Resulta curioso que fray Francisco era un gran fumador, tanto es  así que no había incluido en su voto de renuncias el acto de fumar.  Estando delante de una imagen mariana de la Concepción. Fran cisco se dirigió a la Purísima y le preguntó a qué se dedicaba en  ese momento en el Cielo. Entonces, se cuenta que se oyó una voz  que dijo: “Tomar tabaco”. Él interpretó que lo que quería la Virgen  era que aceptase la mortificación que le suponía no fumar. Desde  entonces abandonó el tabaco. 

Habiendo visto durante su época de militar muchas naciones donde  reinaban ideas contrarias a los principios religiosos que el defendía,  su buena voluntad le creaba impetuosos deseos de practicar la pre dicación en esos países. Ello le llevó a pedir insistentemente viajar a  Marruecos, a las misiones que los franciscanos descalzos allí tenían.  Sin embargo, sus superiores fueron dilatando su permiso, de suerte  que la muerte impidió su ansiado viaje misionero. 

De la misma manera solicitó a los prelados poder prestar su asis tencia a los enfermos de la peste que tanto daño hizo en Sevilla  en 1649. En este caso sí consiguió la licencia, fundamentalmente  porque sus superiores tuvieron presente que habían sido muchos  los religiosos víctimas de tal enfermedad y no había apenas quienes  pudiesen dedicarse a tan humanitaria labor. Terminada esta asis tencia que llevó a cabo con la mayor de las alegrías, retornó a su  convento de Jerez, donde estudiaba Artes. 

En el convento de Cádiz formó con los militares de la Armada, tanto  mandos como tropa, un oratorio donde se llevaba a cabo la práctica  de los sacramentos y cada tarde celebraban un viacrucis dirigido  por fray Francisco. 

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Fray Francisco se entregó por completo a la pobreza. En toda su  vida religiosa no tuvo más que un hábito, en su celda no había más  adorno que sus pobres cuadernos donde escribía sobre sus estu dios y un viejo tintero, amén de un devocionario y una cruz de caña.  No tenía mantas y dormía sobre dos tablas desnudas, teniendo por  cabecera un tronco. Usaba silicio que le cubría hasta las rodillas  y medio cuerpo. Era habitual en él el empleo de la disciplina con  azotes y el ayuno. 

Al finalizar sus estudios padeció una gravísima enfermedad, al pa recer pulmonar. Sus padres, conocedores del estado en que se  encontraban escribieron al provincial porque ardían en deseos de  verlo, lo que no había ocurrido desde que fue capitán en Badajoz.  En su escrito suplicaban al prelado que le concediese a Francisco  licencia para marchar a Lucena, lugar de residencia de sus padres.  La licencia fue concedida, pero Francisco no quiso usar semejan te privilegio, porque había hecho renuncia de todo. Su padre se  encontraba en el lecho enfermo y envió a su hijo Juan Rico a que  convenciese a su hermano de la necesidad que sus padres tenían  de verlo. Tras varios tira y afloja, Juan Rico pudo llevar a Lucena a  su hermano Francisco. 

Aunque se encontraba muy mal en su convalecencia, el camino lo  hizo a pie y descalzo, ayudado de un bastón. Ya en Lucena se fue al  convento de los franciscanos observantes (calle Contador), ya que  todavía no se habían establecido los franciscanos descalzos del Valle en tierras lucentinas. Presentó la licencia al guardíán y se integró  en los actos de la comunidad. El padre de Francisco pidió que su  hijo fuese trasladado a su casa. Dio su natural permiso el superior  y tras otro tira y afloja, por fin obedeció y se dirigió a la residencia  paterna. Su enfermedad del pecho se fue agravando hasta el punto  de ser receptor del sacramento de la extremaunción. 

La Providencia quiso que en sus últimos días visitasen al moribun do en Lucena cinco frailes de su Orden procedentes de distintos  conventos, sin haberse puesto de acuerdo. Era el año 1653 y tenía  cuarenta y dos años de edad cuando falleció. Aunque daba la im presión de llevar muchos años de religioso, en realidad solo hacía  ocho de su toma de hábito. Fue enterrado en el convento de los  franciscanos observantes y a su sepelio asistieron tanto la nobleza  como el pueblo llano. Años después pasó por Lucena el provincial  de los franciscanos descalzos y pudo saber cómo el cuerpo de fray  Francisco de la Concepción, después de seis años de sepultura, se  encontraba incorrupto.

FUENTE: EL CRONISTA

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