GUADALAJARA, TIERRA DE JARDINES (Y DE PARQUES HISTÓRICOS)
Abr 29 2022

ARTÍCULO QUE CITA A ANTONIO  HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA Y A PILAR MARTÍNEZ TABOADA, CRONISTA OFICIAL DE SIGÜENZA (GUADALAJARA).

Guadalajara. Palacio del Infantado

El territorio arriacense es muy rico tanto en patrimonio histórico como en natural. Para comprobarlo, sólo hay que recorrer localidades como Sigüenza, Atienza, Brihuega, Pastrana o Molina de Aragón. O hacer una ruta por alguno de nuestros espacios protegidos –el Alto Tajo, el Barranco del Río Dulce o el Hayedo de Tejera Negra–. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando se mezclan ambas realidades? ¿Es posible combinar el medio ambiente y los monumentos pretéritos? Parece que sí. De hecho, Guadalajara es un claro ejemplo de ello…

Una realidad que se condensa en los múltiples jardines que se emplazan en el espacio arriacense. Quizá, los más conocidos sean los parques de «La Concordia» en la capital y de «La Alameda», en Sigüenza. En cuanto al primero, se trata de una obra concluida en 1854, edificada sobre las antiguas «Eras grandes» caracenses, y que hoy en día se constituye como el centro neurálgico de la ciudad. “Su creación fue empeño del gobernador José María Jáudenes [en cuyo honor se nombró una calle próxima]”, explica el cronista provincial, Antonio Herrera Casado, en su libro «Guadalajara: una ciudad que despierta».

De hecho, “las polémicas que levantó la construcción del sitio, llevadas con pasión por diversos partidos políticos, derivaron en que el nombre del lugar fuera el de «La Concordia», debido al consenso en el que quedaron –finalmente– todos los polemizantes”. Pero, ¿qué estructura posee dicha zona verde? “Tiene forma de un largo rectángulo orientado de levante a oriente”. Al mismo tiempo, en su costado norte –el que limita con «La Carrera»– se distingue “una preciosa verja de hierro apoyada sobre un paredón de piedra, con escaleras centrales, levantada a instancias del conde de Romanones a comienzos del siglo XX”, explican los historiadores.

Asimismo, en el interior del parque arriacense –que sigue conservando el mismo perímetro de su inauguración– destaca el quiosco de la música, una infraestructura de planta poligonal levantada con ladrillo y estructura de hierro, “muy característico del moblaje de los parques provincianos”. Fue diseñado en 1915 por el arquitecto Francisco Checa. Además, “el centro del parque es un largo salón, rodeado de ajardinamiento”.

En cuanto al espacio radicado en Sigüenza –el de «La Alameda»– es un poco anterior a «La Concordia». De hecho, cuenta con más de dos siglos de historia. Fue abierto en 1804 y estuvo impulsado por el obispo Pedro Inocencio Vejarano. “Desde tiempos remotos había constancia de la existencia de una gran alameda, que corría paralela al Henares, con un importante arbolado de álamos, olmos o moreras, que –a su vez– estaban rodeados con gran cantidad de huertas”, explican los investigadores.

El referido prelado “decidió delimitar y ordenar dicho emplazamiento, dando lugar a un punto de recreo para todos los seguntinos”, explica Pilar Martínez Taboada, cronista oficial de la ciudad. En este contexto, Vejarano pidió –el 10 de marzo de 1802– la autorización para “hermosear” esta zona natural próxima al río. “El Ayuntamiento seguntino accedió a costear las obras”. Un presupuesto que ascendió a 247.204 reales y cuatro maravedíes.

Así, «La Alameda» pasó estar limitada por Santa María de los Huertos al Norte; la ermita del Humilladero al Oeste; las Ursulinas, al Este; y por el «Barrio de San Roque» al Sur. Esta zona verde se caracteriza por su estilo neoclásico. Se encuentra cercada por una barbacana, en la que se abren dos puertas. Además, el complejo posee “un carácter geométrico y racional, con un trazado sencillo, lineal”.

De hecho, este lugar “se encuentra estructurado en torno a una gran explanada que va de Este a Oeste. Y cuenta con otro pequeño eje que conecta la entrada monumental –la que mira hacia la puerta de Medina– hasta Santa María de los Huertos”, asegura Martínez Taboada. Al mismo tiempo, en uno de los extremos del complejo se distinguen “unas grandes pirámides de piedra rematadas en granadas, quizás recuerdo de la tierra natal del obispo constructor”, comentaba Antonio Herrera Casado en su obra: «Sigüenza: una ciudad medieval».

“Las ideas de la Ilustración arraigaron con mucha fuerza en Sigüenza, impulsadas por los prelados del momento. Contrataron –para ello– a artistas próximos a la Corte, que, en el caso de esta zona verde, fue el arquitecto Pascual Rezusta”, señalaba Juan Carlos García Muela en uno de sus trabajos. No hay que olvidar que “el XIX fue un siglo en el que muchas ciudades impulsaron la construcción de parques en sus cascos urbanos, para el esparcimiento de sus vecinos”. Y en este contexto se han de encuadrar las actuaciones urbanísticas seguntinas y de Guadalajara capital.

Un recorrido que no cesa

Sin embargo, la riqueza de los jardines históricos de la provincia no finaliza aquí. Todo lo contrario. Se distinguen otros muchos ejemplos. Entre los más destacados, los anexos a la Real Fábrica de Paños de Brihuega. El monumento se encuentra construido “sobre el borde de la meseta briocense, con abiertas vistas hacia el valle del Tajuña”, indicaba Antonio Herrera Casado en «Brihuega: la roca del Tajuña».

Las zonas verdes adscritas a este edificio se hallan orientadas al sur del monumento y sobre una amplia terraza que mira hacia el río. Fueron edificadas a mediados en el siglo XIX por Justo Hernández Pareja, “con un gusto versallesco, con trazado geométrico y con una elegancia que, aún hoy, proporcionan unos minutos de relajación a quienes los visitan en cualquier época del año”. En torno a este lugar, Camilo José Cela, en su «Viaje a la Alcarria», escribió: “es romántico, un espacio para morir, en la adolescencia, de amor, de desesperación, de tisis y de nostalgia”.

Por otro lado, se ha de mencionar el Palacio Ducal de Pastrana, un complejo que –inicialmente– no contempló zonas verdes anexas. “En los documentos, no tenemos constancia de la existencia de las mismas en la fachada Este del palacio hasta los primeros años del siglo XVII”, explica el investigador Aurelio García López. De hecho, en la memoria arqueológica del complejo se señalaba que “los jardines parecen más propios de un espacio al cultivo que a un lugar ajardinado, y en modo alguno corresponde a la concepción de un jardín de tipo renacentista del que no se han encontrado huellas ni en la estructuración de los emplazamientos escalonados asociados al palacio ni en la concepción de los mismos”.

Por tanto, dicho sitio natural pastranero pudo edificarse a partir de los primeros años del siglo XVII. “La primera referencia documental es de 1606, en la que ya se mencionaba el jardín, que disponía de una fuente con sus canales”, indica García López. “Se deja claro que los huertos fueron transformados en una zona verde”.

Por otro lado, el palacio del Infantado de la capital también tuvo –desde sus comienzos– unos jardines a su poniente. “Se sabe que fueron profundamente remozados en tiempos del quinto duque, Íñigo López de Mendoza”, indicaba el investigador José Luis García de Paz, ya fallecido, en su libro «Patrimonio desaparecido de Guadalajara». “Tenían «un estanque de los mejores y más hermoso del reino», con una isla en el medio ceñida de balaustres de piedra donde iban a comer cisnes y ánades”. Asimismo, había huertos, fuentes y estatuas traídas de Italia.

De igual forma, se han de mencionar los jardines que existieron en el palacio del siglo XVI que los marqueses de Mondéjar tuvieron en esta villa, y de los que –a día de hoy– ya no queda nada. Los mismos habrían sido diseñados por Nicolás de Adonza a mediados de la época renacentista. “Inicialmente, el proyecto mostraba una zona cuadrangular dividida en cuadrantes. Por un lado, el «jardín alto», sin fuentes. Y, por otro lado, «la parte baja». La diferencia de alturas entre ambos se salvaba con tres escaleras. Había una fuente en cada «huerto», en el centro de las cruces que los compartimentaban”, explicaba García de Paz. Además, en el espacio inferior “se incluían unos pasillos curvos”.

“Los motivos de las fuentes eran mitológicos”, incluyendo –al mismo tiempo– “un «laberinto» circular alrededor de uno de los puntos de agua”. Estaba emplazado “al fondo de una huerta de acequias y arrietes, y en cuyo interior habría un estanque con el Minotauro”. Todo ello respondía al estilo manierista. Sin embargo, “fue la división del lugar en dos zonas –alta y baja– lo que hizo que la investigadora Aurora Rabanal Yus opinase que el jardín mondejano correspondía a la tipología del «paraíso islámico» de origen persa y traído por los musulmanes a España”.

Por tanto, patrimonio histórico y naturaleza se funden en un solo elemento en muchos puntos de la provincia. Guadalajara, Sigüenza, Mondéjar o Brihuega han reservado espacios –públicos o privados– para jardines y parques, algunos de los cuales tienen más de cinco siglos de historia. En consecuencia, son sitios que se han de poner en valor, divulgar y disfrutar. Al fin y al cabo, también hablan de nuestra historia y de un pasado compartido…

Bibliografía
CELA, Camilo José. «Viaje a la Alcarria». Barcelona: Debolsillo, 2003.
GARCÍA DE PAZ, José Luis. «Patrimonio desaparecido de Guadalajara». Guadalajara: AACHE Ediciones, 2003.
GARCÍA LÓPEZ, Aurelio. «El palacio ducal de Pastrana». Guadalajara: AACHE Ediciones, 2010.
GARCÍA MUELA, Juan Carlos. «Historia de La Alameda. I parte», La Plazuela, 2015.
HERRERA CASADO, Antonio. «Brihuega: la roca del Tajuña». Guadalajara: AACHE Ediciones, 1995.
HERRERA CASADO, Antonio. «Guadalajara: una ciudad que despierta». Guadalajara: AACHE Ediciones, 1991.
HERRERA CASADO, Antonio. «Sigüenza: una ciudad medieval». Guadalajara: AACHE Ediciones, 1991.

FUENTE: https://henaresaldia.com/guadalajara-tierra-de-jardines-y-de-parques-historicos/

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