POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
El miércoles pasado tuve la fortuna, una vez más, de participar en la presentación de la decimonovena entrega de la revista Crónicas Gabarreras que con tanto esfuerzo y dedicación nos es entregada sin falta antes del inicio de las Fiestas del Real Sitio Primitivo. En el abarrotado centro de jubilados de Valsaín, pude disfrutar de la pasión de tantos colaboradores, patrocinadores y asiduos amantes de esa comunidad única que conforman Valsaín y la Pradera de Navalhorno. Allí, donde lo común y cotidiano, donde la familia y el trabajo, el sudor del día a día y el descanso agotador, se convierten en objeto de análisis y reflexión, se conforma una experiencia antropológica de primera magnitud, hasta convertir la citada publicación periódica en una verdadera referencia etnográfica serrana. En esa línea entiende un servidor el maravilloso documental creado por Elena Ros, “Haciendo Plaza”, donde se describe el tradicional proceso de construcción de la plaza de toros de Valsaín, en base al estudio fotográfico que hizo el año 1991. Y, qué quieren que les diga, viendo en aquellas imágenes el esfuerzo de los mozos del Real Sitio, de mi generación, quedé impactado no por lo que estaba observando, sino por la sensación de pérdida que me embargó.
Acurrucado contra la ventana, en un silencio sacramental, al ver a Juan Ángel, Dari, Alvarito, Joaquín, Chichas, Lucio, Juanjo y tantos otros vecinos en el esfuerzo continuado durante meses de hacer plaza, trabajando en comunidad para un bien de disfrute colectivo, me sorprendí desviando la mirada hacia la ventana, intentando buscar la actual plaza de toros, construida en un emplazamiento definitivo hace ya 26 años. Y es que, queridos lectores, es más que probable que esta haya sido la última generación de jóvenes de Valsaín y La Pradera de Navalhorno, del Barrio Nuevo, del Bosque y Pinares, comprometidos hasta ese punto con la fiesta y la costumbre, con la tradición y la continuidad comunal. Una gran pérdida, si me lo permiten, que ha llevado a dejar en el pasado la felicidad del esfuerzo común, de la unión por encima de la familia; de la relación casi tribal en el disfrute del tiempo libre, de la diversión, construyendo una amistad mucho más fuerte que la sangre. Qué decir, además, de la simbiosis entre los mozos, las fiestas y el pinar. El uso de latas, pimpollos, boleros, varas, latuchos, calamochos, chamosos y demás vecinos nacidos en el bosque, empleados en la construcción de aquella plaza irregular pero maravillosa, permitía renovar el pinar, acrecentando su concurrida descendencia.
Viendo la plaza nueva, el que suscribe no puede evitar esa sensación de pérdida, de nostalgia por tiempos pasados donde el esfuerzo se compartía y la alegría por la inminente fiesta rompía el cansancio cotidiano del trabajo. Ese mismo esfuerzo que empujaba y empuja a los once miembros de la peña “los Piratas” a invitar a todo quisque en el Real Sitio a degustar su caldereta un día antes del inicio de la fiestas o a la peña “El Tizo” a organizar un monumental convite en homenaje más que merecido a los mayores del Real Sitio Primitivo; ese mismo sinvivir que obligó a los integrantes de la peña “El Garbanzo”, matrimonios de trabajadores de las fábricas del Paraíso, ya fuera la de vidrio o madera, a organizar la primera Gran Judiada de las Fiestas de San Luis, ha de pasar obligatoriamente a las generaciones más jóvenes y venideras. Quien sabe si la implicación de todos ellos en la organización de las fiestas, no permitiendo que la administración local se encargue de sus festejos; la responsabilidad con que todos ellos, chicos y chicas menores de cuarenta años, se desviven por dar cada año la mejor celebración posible, conforme ese rayo de esperanza que este humilde Cronista quiere ver entre lo nublado del porvenir.
Que la comunidad serrana de Valsaín y la Pradera de Navalhorno, del Real Sitio Primitivo, del Paraíso en el que tengo la suerte de vivir, continúe, depende de todos nosotros. Del interés que pongamos en que la costumbre no se convierta en tradición, pues, como todos Vds. sabrán, tal circunstancia es el síntoma de su decadencia final.
Esforcémonos, pues, en que Valsaín siga haciendo lo que ellos estimen oportuno: si no es plaza, que sea fiesta, romería o convite; encierro, talanquera o subasta; ofrenda, homenaje o rondalla. Lo que ellos quieran, pero en comunidad y esfuerzo compartido. Y que Mayte y José Manuel lo recojan en las Crónicas Gabarreras durante cien años más.
Fuente: http://www.eladelantado.com/