POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Tengo un amigo que come, al menos, lo que le corresponde; su numerosa familia cuenta las habas y las reparte matemáticamente; cuando sirven en la mesa croquetas saben la cantidad que comerá cada cual de manera exacta, con decimales de croqueta si fuera menester, lo mismo si se trata de albóndigas, huevos, chuletas…, no digamos si hubiera santiaguinos. Una tarde, en una sidrería, observé que mi amigo daba cuenta de pimientos de Padrón sin dejar restos en el plato. “¿Comes los rabos?”, le pregunté. Me confesó que lo hacía desde su niñez para que nadie le llevara la contabilidad. Yo ahora hago lo mismo con las espinas de los bocartes, de los sobaos engullo el papel encerado, me zampo las uñas de los percebes, las cáscaras de las zamburiñas y, con frecuencia, en esta misma sección, me trago a veces la parte dura de algunas reflexiones sobre el mundo para que nadie me pase factura.
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