POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA.
A la memoria de José Luis Gómez Recio
Cayó en mis manos, hace algún tiempo, un libro que ofrece todos los escudos heráldicos de los pueblos de la provincia que los tienen. Porque todavía hay algunos, bastantes, que carecen de ellos. En este libro, escrito por quien sabe algo de heráldica y sabe dibujarla y tratarla, aparecían los clásicos emblemas de Sigüenza, Guadalajara, Molina, con historias de siglos a sus espaldas, y otros de reciente creación, como el de Azuqueca, con la chimenea de su fábrica echando humo al viento.
De entre los escudos heráldicos municipales que ahora existen (ojalá pronto sean muchos más, porque poco a poco se va concienciando la gente de que un emblema es algo que nos representa), me llamó muy especialmente la atención el de la localidad de Heras de Ayuso. Se trata de un escudo en el que aparece una barca sobre una superficie de agua, y en ella de pie un personaje con pintas de palestino antiguo… En principio era sorprendente esta imagen, puesto que en principio, en Heras de Ayuso, en plena Alcarria, ni hay mar ni hay palestinos…
La cosa, sin embargo, se aclara al leer la explicación que los autores dan al escudo de Heras: trátase de San Juan, patrono de la localidad, que anda de viaje por el río Henares, sobre la gran barcaza que llamaron en sus tiempos “de Maluque” y que servía para cruzar el río Henares, que allí es de cómodo paso, aunque, por si las moscas, era atada con maromas a sus dos orillas, para que la corriente no se la llevase, en un golpe de mala suerte o timonel despistado.
Heras de Ayuso está en un camino que fue transitado desde hace muchos siglos por todos los viajeros que desde Madrid se dirigían a Zaragoza, (y a Navarra, y al Pirineo…) No podía ser lugar apartado y sin importancia, cuando los Mendoza todopoderosos la pusieron como lugar preferido entre sus posesiones y señoríos. Aunque fue siempre lugar del ducado del Infantado y mantenido bajo el Fuero de Hita, llegó a tener una importancia estratégica que hoy no es evidente por las nuevas formas de comunicaciones existentes.
Pero bastará dar una pincelada del recorrido que los viajeros llevaban desde el valle del Henares (Alcalá y Guadalajara) al del Jalón, para comprender que el camino de Aragón, el eje principal entre la meseta castellana inferior y el valle del Ebro, fue otro muy distinto al de hoy, y quizás algo diferente del que hasta ahora se había pensado.
Hace unos años que apareció (y ha dado tiempo para que también se haya agotado) el gran Atlas de la Caminería Hispánica, en dos gruesos tomos, en el que cientos de autores hablan de los caminos por los que, a lo largo de los siglos, se ha oído hablar en español. Y en uno de sus capítulos, habla sobre las circunstancias del camino de Aragón a su paso por Guadalajara, el gran investigador de nuestra historia que fue don Manuel Criado de Val, quien ya en su día dio la importancia que merece al eje formado por Heras, Sopetrán e Hita, como espacio en el que se han fundido civilizaciones, y se han encontrado elementos claves de la evolución de Castilla.
Hace algún tiempo, Jesús Carrasco Vázquez publicó en “Wad-al-hayara” un interesante artículo sobre Heras de Ayuso, en el que insiste en la importancia de este lugar, hoy mínimo y sin apenas interés monumental, como eje en el camino de Navarra. Y muy recientemente, en estas páginas de “Nueva Alcarria”, Pedro Vizuete Mendoza nos ha informado sobre la evolución epilogal de la gran finca mendocina “El Bosque” y de sus casa-palacio.
Los viajeros que salían de Toledo y alcanzaban Alcalá, seguían junto al Henares, dejando siempre a la derecha, y en el alto, a la Guadalajara de origen árabe. El camino iba hasta Fontanar, y pasaba junto a la Ermita de la Virgen de la Granja (término de Yunquera), siguiendo aún una legua junto al río hasta llegar a “la barca de Maluque”. Allí estaba la almadía o barcaza que se encargaba de pasar a la gente, caballerías, carros y mercancías de un lugar a otro. Esta barca era propiedad de los Mendoza, el derecho de tenerla y explotarla. Pero ellos la daban en arriendo anual a quien mejor pagaba por ella. Así, sabemos que todavía en 1750 la tenía arrendada don Diego Calderón, rico vecino de Guadalajara, quien pagaba a los Mendoza 8.500 reales anuales por su explotación, y luego él cobraba 8 reales por cada coche pasado, 4 reales por calesa, y 2 cuartos por persona y/o caballería. En épocas de lluvias, y en invierno, el precio era más alto. Antonio Ponz, en su “Viaje por España” comenta esta barca, y lo abusivo de sus precios. Pero…. era la única posibilidad de atravesar el Henares y poder seguir el viaje de Madrid a Zaragoza con rapidez. Años después, a principios del siglo XX, se construyó un puente muy recio, que aún hoy existe, en el camino de Humanes a Torre del Burgo, atravesando el río en lugar profundo y estrecho, bajo la presencia monumental de la Muela de Alarilla. Eso supuso que la “barca de Maluque” quedara sin utilidad, y desapareciera.
El término de Maluque, donde los Salesianos tienen un internado, existe todavía, pero hoy es término de Mohernando. En tiempos pretéritos perteneció a Heras. El camino, –a lo que íbamos– subía desde el río a Heras, atravesando el suntuoso espacio de “El Bosque”, una de las propiedades más exquisitas y codiciadas de los Mendoza, desde la Edad Media. Había allí densa arboleda de fresnos, chopos y álamos negros, en soto hermoso, paradisiaco. Y en medio de todo una “Casa de Campo” o palacio que fue derribado por completo, a pesar del interés histórico y arquitectónico que presentaba, a finales del siglo XX.
Justo allí se instalaron a descansar y dormir, en algunas ocasiones de viaje transibérico, los reyes de Castilla: los Católicos Isabel y Fernando, el Emperador Carlos, etc. Allí cazaban los Mendoza, y allí controlaban con sus informadores y mensajeros todo lo que cruzaba la península: el camino subía levemente y llegaba a Sopetrán, el monasterio de los benedictinos, que también existe desde hace siglos y siglos…. luego seguía la ruta hacia Taragudo, bajo Hita, ascendía por Padilla a Casas de San Galindo y Miralrío, bajaba a Jadraque, y continuaba por Bujalaro y Mandayona hasta Sigüenza, donde conectaba de nuevo con el Henares y ascendía la fría pero fácil Sierra Ministra hasta dar en Medinaceli con el Jalón.
Heras de Ayuso, que se encuentra estratégicamente situado entre el río Badiel, que pasa junto a su caserío, y el río Henares, que lo tiene a media legua a poniente, ha tenido, por tanto, un importante peso en la historia de nuestra tierra. Ese sentido “caminero” del pueblo le ha supuesto que durante siglos muchos caminantes, trashumantes, monarcas, peregrinos, y ejércitos completos, hayan pasado por su calle principal. Como lugar que dependía totalmente, en lo religioso, del monasterio de Sopetrán, nunca tuvo un edificio parroquial de nota: su sencilla iglesia, arreglada sucesivamente, apenas ofrece detalle artístico. Su caserío, también simple y sin carácter, estuvo mediatizado por la gran potencialidad mendocina, que en su “Palacio de Heras”, centrando el bosque donde pasaban sus jornadas cinegéticas, daban cobijo a los viajeros de importancia. Hasta finales del siglo pasado estuvieron en pie amplios restos del edificio medieval y renacentista, con algunos escudos y adornos que han desaparecido totalmente. Su propietario lo derribó, sin consultarlo con nadie. En ese lugar, en ese camino que sube desde Maluque en el Henares hasta Sopetrán y sigue a Hita, han ocurrido hechos singulares de nuestra historia. Uno de ellos, muy arropado en el contexto “mozárabe” de la zona y del reino de Toledo, fue la aparición de la Virgen María sobre una higuera al capitán de los árabes toledanos Ali-Maimon, hijo del rey taifa de Toledo. Él traía por ese “camino real” una cadena de cristianos presos, custodiada por un contingente de tropas islámicas. Y allá mismo se apareció la Virgen, sobre el camino, y el moro se convirtió (dice la leyenda) y tomó el nombre de Petrán.
En ese lugar se puso luego el monasterio de los monjes agustinos, más tarde benedictinos, de Sopetrán, y en el interior de la roca existen las cuevas más amplias e impenetrables que uno puede imaginar, las que están realmente “bajo la piedra”, bajo una inmensa roca aplanada y horizontal que cobija un espacio en el que puede cobijarse todo un ejército…. hoy es parte de una Casa Rural que en Torre del Burgo se ofrece.
En cualquier caso, y partiendo de la sorpresa que nos supuso ver un escudo municipal con agua, barca y palestino, hemos llegado a la conclusión de que la Alcarria ha sido durante siglos un lugar de paso y de caminos. Ese es su nombre, el significado auténtico de su nombre: el camino pedregoso, el vial por donde pasan las vidas de las gentes, de acá para allá, soñando y calculando, como pasamos nosotros, viajeros siempre por esta Alcarria que no para de darnos sorpresas.