“LOS MAGOS Y LA ILUSION SIN RACIONAMIENTO: AQUELLA PRIMERA VEZ”
El origen de las tradiciones se sitúa, frecuentemente, en la nebulosa, espacio también de la jerga política. Coincidencias. Qué se le va a hacer. Sin embargo, la tradición tiene muy perfilado, a veces, su principio, su raíz, su génesis: el momento o la situación de partida, de echar a andar. Sucede, así, con la primera -al menos, de la posguerra, organizada por el Frente de Juventudes y la Sección Femenina- Cabalgata de Reyes de Zamora: el cortejo se puso en marcha en 1941, todavía con restricciones eléctricas, cartillas de racionamiento y fielatos a las puertas del burgo.
La contienda cainita estaba muy cercana.
El pintor Daniel Bedate (1905-1975) se responsabilizó de la humildísima y artesanal infraestructura. No era tiempo de abundancias ni de posibles. «Una carpintería familiar, de pequeñas dimensiones, ubicada en la calle de la Manteca, fue utilizada para ese menester», explica HERMINIO RAMOS, CRONISTA OFICIAL DE ZAMORA.
El toresano, fundador de la Escuela de Arte de San Ildefonso -con José María Castilviejo, en 1945-, contó con la entusiasta colaboración de «un grupo de chicas de la Sección Femenina. Confeccionaron siluetas (recortables) de animales y algunos juguetes», recuerda el historiador. España vivía por entonces en la autarquía, Zamora no alcanzaba los 34.000 habitantes y los organizadores sólo disponían de su entrega y solidaridad. Y resultó suficiente. Porque el Ayuntamiento presidido por Francisco Pérez Lozao, profesor de Dibujo en el instituto «Claudio Moyano», no aportó ni un duro.
El cortejo real recorrió la calle de Santa Clara. Y los Magos visitaron el Hospicio (se hallaba ubicado en el palacio de los condes de Alba y Aliste, con la estricta atención de las monjas), la «Casa de los Pobres» («el Asilo», según expresión popular, en un inmueble de la calle de San Pablo) y «un albergue infantil situado en la avenida del Mengue, que pertenecía a Auxilio Social», recuerda RAMOS PÉREZ.
La hemeroteca de «El Correo» efectúa este relato matizador, en su edición del martes 7 de enero de 1941, pues el periódico católico llevaba a rajatabla, a conciencia, lo del cumplimiento de las «fiestas de guardar». ¿O de obligación? «A pesar del frío intenso que hemos padecido durante los dos últimos días, a pesar de ese ambiente gélido que helaba las palabras, vinieron los Reyes, y, como habían anunciado, efectuaron un abundante reparto de juguetes», se escribe. El redactor, con prosa patriótica, destaca que «el Frente de Juventudes, organización que cuenta con las simpatías del Caudillo y por ende con el afecto y la simpatía de todos los españoles, fue quien se encargó de tributar a los regios visitantes el recibimiento adecuado a su rango y preparó convenientemente hasta los más sencillos pormenores», para que la fiesta «resultara con orden, con vistosidad y animación».
Aquella primera Cabalgata se inició, según la descripción periodística, en «las inmediaciones» de la avenida de Requejo. «A las seis y media de la tarde empezaron a congregarse los jóvenes». Algunos portaban antorchas, otros llevaban «castañuelas y panderetas». Por lo visto, «todos con una alegría sana, que se reflejaba en sus semblantes». Aparecieron los Reyes Magos, «jinetes en caballos, desplegadas por el viento sus luengas barbas y luciendo sus recamados y vistosos trajes. La alegría de la gente menuda fue indescriptible».
El recorrido fue: Avenida de Requejo, Sagasta, Plaza Mayor y Catedral. Ese fue el itinerario. Santa Clara: «rodeados los monarcas orientales de pastores, pajes, zagalas y jóvenes con lucientes antorchas, seguidos del inmenso camión cargado de juguetes…». Plaza Mayor: «se entonaron delicados villancicos, que escuchó el público con agrado y muestras de satisfacción». Se hallaba iluminada «por un potente foco» y «resplandecía una clarísima estrella». Ramos Carrión, Rúa de los Notarios, Magistral Erro y Plaza de la Catedral, «donde se disolvió». Así, como una manifestación prohibida. En el trayecto, desde la avenida de Requejo hasta la Seo, «se habían instalado tiendas de campaña en las que, turnando, de tiempo en tiempo, desde la madrugada, prestaron servicio los jóvenes Flechas y Pelayos, hasta las ocho, en que se inició el reparto de juguetes». Conclusión del redactor: «Todos los niños quedaron satisfechos. Los de condición humilde y los que disfrutan de mejor posición, niñas y niños, mayores y chiquitines, mostraban con alegría, en paseos, calles y plazas, los trofeos que habían conseguido después de la visita de los Reyes».
Melchor, Gaspar y Baltasar, que no evidenciaron el cansancio de su azacaneado viaje desde Oriente -la estrella les guiaba pero los camellos no aceleraban el paso-, mostraron su generosidad. Cierto que la generosidad de aquel tiempo era más parca, y los niños sabían lo que tenían que pedir. Sin pasarse. Otra era la ilusión y el consumismo desaforado estaba por venir. A lo mejor ni se le esperaba por entonces. Aquella noche, con Alfonso XIII en el exilio y Franco en el Pardo, fue más real. Y el juguete tenía un auténtico valor. Era el resultado de muchas privaciones en un tiempo de necesidades y silencios.