HÉROES Y HEROÍNAS BEDMARENSES A LO LARGO DE LA HISTORIA. Dª. FRANCISCA Y Dª. BEATRIZ DE LA CUEVA Y BENAVIDES (IV)
Mar 03 2020

POR JOSÉ MANUEL TROYANO VIEDMA, CRONISTA OFICIAL DE LAS VILLAS DE BEDMAR Y DE GARCIEZ (JAÉN)

Dª. Francisca de la Cueva y Benavides.

Dª. Francisca y Dª. Beatriz de la Cueva, primera y segunda mujer de D. Pedro de Alvarado –natural de Badajoz-, lugarteniente de Hernán Cortés y conquistador de Guatemala, de la que fue Gobernador y Capitán General y luego Adelantado, se casó en primeras nupcias con Dª. Francisca, motivo por el cual la amistad con Cortés se resintió, debido a que Alvarado había atendido sus problemas personales y se había olvidado de quien tanto hizo por él en Méjico. Una boda que se debió de celebrar a finales de 1527 o principios de 1528, con el beneplácito del Emperador Carlos V, quien obsequió a los conyugues con una joya valiosísima y una dote económica para la novia. En la Península Ibérica permanecieron los recién casados durante varios meses pues hasta julio no embarcaron rumbo a América, acompañados de un numeroso séquito de caballeros a quienes el Adelantado había prometido riquezas y ventajas en las tierras de su gobernación, así como Encomiendas de indios. En octubre llegaron al Puerto de Veracruz después de una travesía llena de vicisitudes y percances por el mal tiempo soportado, aunque ninguno pudo compararse al duelo por la muerte de Dª. Francisca, dañada en su salud por las incidencias del viaje y por no poder soportar el clima tropical, por lo que en la primera villa fundada en tierras mexicanas fue enterrado el cuerpo de la infausta Dª. Francisca en 1529.

En agosto de 1537, vía las Azores, llegó al puerto de Lisboa y desde allí se dirigió a la Corte, ya que llegaba de nuevo a España en circunstancias muy similares a las de la primera vez: las quejas sobre su manera de proceder contra los indios, la despreocupación del gobierno de su región, sus métodos heterodoxos, le habían precedido y habían creado en la Corte una atmósfera en su contra. Pero logró superar todo ello, pues D. Pedro era un tipo con suerte. Instalado pues en España, pensó casarse de nuevo, a pesar de ser un hombre ya maduro, pero aún gozaba de buena presencia. Desde la Corte viajó a Úbeda y allí va a contraer nuevo matrimonio con la hermana de su primera mujer, Dª. Beatriz de la Cueva (ambas hijas de D. Luis de la Cueva y de San Martín, Comendador de Bedmar y de Dª. María de Benavides y Manrique). El casamiento le facilita las cosas y consiguió de Carlos V el ser restituido en el cargo de Adelantado de Indias, de tal manera que no tardó en volver a tierras americanas acompañado de su nueva esposa y haciendo así su último viaje al Nuevo Mundo. Según el ordenamiento de la época, el casamiento necesitaba de dispensa papal al mediar íntimos lazos sanguíneos entre la anterior y la nueva conyugue; sin embargo, ello no supuso problema alguno gracias a la intervención del Secretario Personal de Carlos I, D. Francisco de los Cobos, tío de novia. El propio Emperador se interesó por el tema, intercedió por la pareja e hizo donación de 500 pesos de oro como dote a la novia. La boda se celebró el 17/X/1538 con todo el boato. Luego, ya casado, preparó con todo detalle su regreso a Guatemala, desde donde planeó un viaje a las islas Malucas. Por fin, en enero de 1939, desde Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), Alvarado se hacía a la mar con tres embarcaciones: la Santa Catalina, la Santa María de Guadalupe y la Trinidad, con claras connotaciones jienenses y ubetenses-bedmareñas. En marzo, la flota arribó al puerto de la ciudad de Santo Domingo, en la Isla La Española y el 4 de abril, desembarcaba en Puerto de Caballos –hoy Puerto Cortés, en Honduras-, que encontraron abandonado y sin la presencia de españoles, por lo que fue necesario enviar aviso a Santiago para la preparación del traslado de personas y cosas, al tiempo que adelantaba noticias al ayuntamiento de la ciudad de Guatemala, y entre otras cosas, no deja de destacar el hecho de que viene casado, “como el rey desea de sus súbditos españoles en las Indias y que trae una excelente y codiciada mercancía que piensa vender, es decir, “casar pronto”. Don Pedro lo relata así: “… solamente me queda decir cómo vengo casado y Doña Beatriz está muy buena; trae veinte doncellas muy gentiles mujeres, hijas de caballeros y de muy buenos linajes. Bien creo que es mercadería que no se me quedará en la tienda nada, pagándomela bien, que de otra manera escusado es hablar de ello”- (Debo de aclarar que la expresión humorística de Alvarado no se refiere en manera alguna al párrafo según el cual se nos señala que “Dª Beatriz está muy buena”, que, en esa época era una expresión que significaba que “gozaba de buena salud”, sino a la mercancía que llevaba y que no se le iba a quedar en la tienda).

D. Pedro de Alvarado.

Tras su llegada a Guatemala se realizaron una serie de bailes y fiestas interminables con el fin de ir colocando a los antiguos conquistadores las 20 hijosdalgas venidas de España con D. Pedro de Alvarado y su mujer Dª Beatriz, aunque algunas de ellas no lo hicieron de buen grado, debido al estado lamentable en que se encontraban aquellos aguerridos españoles curtidos en mil batallas desde su llegada al nuevo mundo. Algunos de ellos, según nos relata el Inca Garcilaso, con motivo de escuchar a una hijosdalga decir, “no hemos de casar con ellos por su gentileza, sino por heredar los indios que tienen, que según están viejos y cansados se han de morir pronto y entonces podremos escoger el mozo que quisiéramos”, se marchó de la fiesta, pidió un cura y le ordenó que lo casara con la india con la que vivía y de la que tenía dos hijos. El resto casó con las recién llegadas. Dª. Beatriz introdujo en Guatemala la forma de vivir de los españoles, desde el servicio de la mesa hasta la forma de vestir y de cuidar a los niños. Ayudó también a su marido en las disputas que éste tuvo con Montejo y siempre actuó con prudencia.

En agosto de 1541 llegó a Guatemala la noticia de la muerte de D. Pedro de Alvarado, Adelantado de Guatemala y su Gobernador, en el transcurso de una expedición organizada por él y con el visto bueno del Virrey de Nueva España, D. Antonio de Mendoza, con el fin de descubrir las Islas de Poniente, en el llamado Mar del Sur de Nueva España (México). Cuando Dª. Beatriz supo la noticia se convirtió en una viuda inconsolable y sobre su estado López de Gomara nos dice: “Dijo cosas de loca cuando supo la muerte de su marido. El luto guardado por todos fue muy duro, pero el de doña Beatriz fue tal que en clara demostración de dolor hizo pintar la casa solariega de negro, tanto por fuera como por dentro. Lloraba mucho, no comía, no dormía, no quería consuelo ninguno y a quien la consolaba le respondía: que ya Dios no tenía más mal que hacerle, cosa ésta considerada blasfemia”. Por tal motivo el día 9 de septiembre de ese año fue nombrada Gobernadora interina, por el Cabildo-Ayuntamiento de la ciudad de Guatemala, su viuda Dª. Beatriz de la Cueva, la cual al firmar el acta correspondiente escribió “la sin ventura doña Beatriz” para borrar en seguida su nombre y dejar aquel triste calificativo.

La situación en la que quedó Dª. Beatriz fue muy dura y muy delicada, pues el Adelantado dejaba cuantiosas deudas como consecuencia de su último proyecto de viaje a la Especiería y de otros anteriores y los pueblos de indios que disfrutaba en repartimiento, los mejores de la gobernación de Guatemala, fueron incorporados a la Corona en 1542 y, por tanto, sus rentas no pudieron revertir en los acreedores. Ante tal situación Dª. Beatriz urdió, con la complicidad de algunos de los miembros del Cabildo, asumir las funciones propias de la gobernación hasta tanto el Emperador determinase quien debía de sustituir a D. Pedro de Alvarado.

Dª Beatriz de la Cueva y Benavides (1506-1541), 4ª Gobernadora y Capitana General de Guatemala (interina) entre el 9–11/IX/1541.

Así lo votaron los cabildantes y su esposa se convirtió en la primera mujer gobernadora de Iberoamérica por un día, pues el mismo día de su nombramiento, Dª. Beatriz, renunció a favor de su hermano D. Francisco de la Cueva, Teniente de Gobernador, en ausencia de Alvarado y el candidato propuesto por el Virrey de Méjico y que no cayó bien entre los habitantes de la Capitanía General de Guatemala que aspiraban a emanciparse de Méjico. La viuda, -representada de forma satírica en un grabado francés del siglo XVI y sobre la que recayeron toda clase de improperios hacia su persona, tales como: “fea, amargada, mandona, agresiva…”- prestó así un servicio importante a la causa guatemalteca, ya que los guatemaltecos estaban conformes en que D. Francisco de la Cueva, hermano de Dª. Beatriz y cuñado de D. Pedro de Alvarado, fuese el Gobernador de la Capitanía General de Guatemala, pero al haber hecho efectivo el nombramiento el Virrey de Nueva España, los guatemaltecos se enfadaron y estuvieron pensando una fórmula que les satisfaciese a ellos y de esa manera en el Cabildo del día 9/IX/1541 se acordó, tal y como refiere el Cronista Fuentes y Guzmán: “Nombrar como Gobernadora a Dª Beatriz de la Cueva. A tal fin saliendo del Ayuntamiento se encaminó el Cabildo al Palacio de Dª Beatriz de la Cueva a hacerle saber lo acordado. Al conocer la decisión adoptada, la ilustre matrona, rindió gracias a la ciudad por el nombramiento hecho en ella de Gobernadora del Reino y dijo que lo aceptaba con el celo y ánimo de servir a S. M. en ello, en presencia del reverendo Obispo de esta Iglesia, de D. Francisco de la Cueva y otros Caballeros; hizo la aceptación y juramento en ese mismo día antes citado, así como el otorgamiento de fianzas al Comendador Francisco Zorrilla… Después de su toma de posesión renunció al cargo a favor de su hermano con lo que todo quedó legalizado y a voluntad de los guatemaltecos” [Cfr. PUMAR MARTÍNEZ, Carmen. Españoles en Indias. Mujeres-soldado, adelantadas y gobernadoras. Biblioteca Iberoamericanas. Edit. Anaya S. A. Madrid, 1988. Pp. 106-111]. Al día siguiente, 10 de septiembre, al anochecer, sobrevino una inundación, un terremoto y un volcán que arruinaron la citada ciudad, entre cuyos escombros quedó sepultada la señora Gobernadora y su hija Ana de cinco años, junto a once damas de honor y seiscientos vecinos de la nueva población, conocida hoy con el nombre de Ciudad Vieja. Se salvó del desastre su otra hija, Dª. Leonor. Sus restos fueron sepultados por el Obispo D. Francisco Marroquín y el cura D. Juan Godínez, que junto a unas pocas personas habían sobrevivido a tan gran catástrofe. El 22 de octubre se trasladó la capital al Valle de Panchoy y allí quedó instalada la nueva ciudad, por orden de los Gobernadores que hubo entre agosto y septiembre de 1541 y 1542: El citado Obispo y el Licenciado D. Francisco de la Cueva, quien fue sustituido por D. Alonso de Maldonado (1542-1548).

En el Consejo de Estado de 1544 fue vista una Relación en la que se dice cómo el Virrey de Nueva España, D. Antonio de Mendoza, avisó a Juan de Aguilar para que lo hiciese presente a su Majestad y a su Consejo sobre la suerte corrida por la primera armada que envió a descubrir las Islas del Poniente y dar la noticia de la muerte de D. Pedro de Alvarado en 1541 en Guadalajara (Méjico) –“así como de la herencia de deudas que dejaba” y de su esposa, su heredera, la cual le había dado dos hijos: D. Pedro que desapareció en un naufragio y el otro, murió combatiendo en Perú.

El 10/I/1568, en Guatemala, se dieron las oportunas órdenes para que los restos de Pedro de Alvarado y de su mujer Dª. Beatriz de la Cueva-Benavides y Manrique de San Martín, fueran trasladados del Altar Mayor de la Catedral de la ciudad Vieja (Santiago de los Caballeros, fundada por el propio D. Pedro) y tras ser destruidos por el terremoto se decidió que se trasladaran a la Catedral de la nueva capital (actual Guatemala), hecho que ocurrió en 1580, a petición de su cuñado y yerno, respectivamente, D. Francisco de la Cueva y San Martín, quien estaba casado con la hija de D. Pedro de Alvarado, Dª. Leonor de Alvarado, tras la aceptación por parte del Obispo D. Bernardino de Villalpando. Dicho enterramiento de D. Pedro y de Dª Beatriz, sería también para sus descendientes, por lo que se instituyó una Capellanía que sería servida por el patronazgo de la familia Cueva-Alvarado con “2.140 pesos de principal en censos que rentaban 150 pesos de ánimas en cada un año… los 130 pesos para el capellán y los 20 pesos restantes para vino, cera, ornamentos y fábrica de la dicha Iglesia Catedral Nueva de Guatemala… alcanzando igualmente la merced de tener asiento en la citada Iglesia, justo a la entrada de la Capilla Mayor y junto al púlpito y pilar donde se canta la Epístola; asiento que tuvo que ser construido por orden y a costa de la citada familia, en ladrillo y la entrega de una limosna de 100 pesos para la Fábrica de la citada Iglesia Catedral”. Los temblores de tierra de los siglos posteriores han ocultado todo vestigio del Conquistador y de su esposa, por lo que hoy en día se ignora el paradero de sus restos mortales.

Plaza Central de la Antigua Guatemala y el volcán de Agua (en una pintura de 1827).
Boceto del alud que sepultó a la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala (en la presente Antigua Guatemala).

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