POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA.
En estos pasados días, que he usado de vacaciones, he podido recorrer algunos de los pueblos de la remota Sesma del Campo, en el Señorío de Molina, y más concretamente recalar en Hinojosa, donde se han celebrado algunos actos culturales, que han venido a dar prueba de que aquella comarca, al menos en verano, sigue viva y latiente.
Uno de esos actos tuvo lugar el sábado 7 de agosto, y consistió en la inauguración de una exposición de fotografías antiguas, y la presentación de un libro que las reúne, comentadas y revividas, por quien más sabe de Hinojosa y lo manifiesta, Benito García Martínez, a quien sus paisanos aplaudieron como merece. Mucha gente, reunida en el Centro Social “La Sima” de Hinojosa, presididos por don Francisco Larriba, alcalde de Tartanedo, se apiñó para oir al autor y ver las fotografías reunidas a lo largo de años, con la colaboración de todos los vecinos.
Lleva el libro, a lomos de sus ocho capítulos, 236 fotografías ampliamente comentadas y explicadas. Esos capítulos son como los pilares de la vida en Hinojosa a lo largo del siglo XX:
1 – Parajes de Hinojosa
2 – Edificios y construcciones
3 – La ganadería
4 – Las fiestas religiosas
5 – Usos, costumbres y tradiciones
6 – Los juegos
7 – La vida en familia y las tareas
8 – La agricultura.
En ellas aparecen gentes y paisajes, edificios perdidos y tareas olvidadas. A través de este libro, que lleva por título “Hinojosa, imágenes para el recuerdo”, he tenido la oportunidad de encontrarme, de nuevo, con uno de los lugares de los que más he disfrutado, y me han asombrado, entre los centenares de pueblos de la provincia de Guadalajara que he recorrido. Y ello porque Hinojosa tiene una historia firme, con el recuerdo de su más ilustre vecino, en el siglo XVII, el historiador y militar don Diego Sánchez de Portocarrero, cronista del Señorío de Molina, analizando paso a paso sus antiguos avatares. En él se descubren otra vez sus templos cristianos, sus palacios señoriales, sus viejas ermitas y esos mil detalles de la enjundia cotidiana de esta localidad sonora.
El libro que acaba de salir a luz, como un relámpago de amenas historias, como una evocación esforzada y generosa de tiempos felices, de momentos añorados y sutiles sentimientos, lo hace gracias al trabajo detallista, cariñoso y siempre atento de Benito García Martínez, a quien no dejaremos nunca de agradecer este interés, esa búsqueda de viejas imágenes y, sobre todo, de los comentarios pormenorizados que hace de cuanto surgió del latido sempiterno de Hinojosa: los trabajos agrícolas, las fiestas religiosas, los encuentros de vecinos en tareas comunes, las familias en bodas y bautizos, el juego, la juerga y la solidaridad permanente entre todos: Hinojosa como una gran familia que en este libro se revela.
Como fui invitado a decir unas palabras en la ocasión de presentar este libro, aproveché a recoger algunos recuerdos del pueblo que para mí siempre tuvieron razones de emoción y asombro. Y fue una de ellas la de evocar la figura del político y militar (a la par que demostró también ser historiador) el regidor molinés don Diego Sánchez de Portocarrero, caballero de Santiago, quien durante varios años del comedio del siglo XVII residió en Hinojosa, donde se dedicó a investigar viejos archivos y escribir su “Historia del Señorío de Molina”. Y entre todos recordamos que allí residió en la casona que es hoy lugar de descanso de don Daniel Rubio Paúles, una “casa grande molinesa” que más adelante mejoró don Juan García Cubillo, quien tras casar con Antonia Herreros sirvió de nacimiento al prócer eclesiástico don José García Herreros (1709-1792) constructor de la gran ermita de la Virgen de los Dolores, que da la bienvenida a los visitantes hoy, a la entrada del pueblo, con su escudo grandilocuente al frente de su arquitectura. Y allí recordé, entre otras cosas, la forma en que don Diego descubrió el yacimiento que en lo alto de “La Cuesta” o “Cabeza del Cid” sobre el pueblo todavía es hoy motivo de investigaciones (ya se sabe que fue, además de castro celtibérico, campamento militar romano en el siglo I a. de C.) y donde el erudito recogió numerosas muestras (cascos, espadas, petos y herraduras) que él achacó al Cid Campeador y sus soldados, pero que en realidad eran de origen mucho más antiguo.
Es hoy Hinojosa una pedanía de Tartanedo. Que se ha constituido en Ayuntamiento de otros varios lugares del entorno, que van quedando casi vacíos de gente. Así, bajo la administración municipal de Tartanedo quedan hoy además de Hinojosa los antiguos lugares de Concha, Labros y Amayas. Tiene, sin embargo, el aire de hidalguía que su densa historia le ha salpicado en edificios, espacios y perfiles. Uno de ellos es la ermita de la Virgen de los Dolores, acabada de construir en 1794, a instancia de su hijo eclesiástico don José García Herreros. En su altar principal luce la talla de esta advocación mariana, tallada con rara perfección barroca, posiblemente por el escultor Salvador Carmona. Benito García pondera el lugar, al que no duda en calificar de “termómetro” del pueblo, porque todo lo que ocurre allí delante se comenta. “Hablar de esta ermita es recordar a Don Jacinto y Don Félix Beltrán, hermanos sacerdotes, por lo mucho que hicieron por ella, al igual que a Petra (esposa del tío Cesáreo) “Camarera de la Virgen” (como solía llamarla Don Jacinto) por su desvelo, su preocupación, cuidado y esmero que siempre tuvo hacia ella y en todo cuanto redundara en pro de la misma y de su Virgen”.
Al principio del camino, hoy arbolada avenida, que conduce a la ermita desde el pueblo, se alza el rollo jurisdiccional, que evoca con su hidalga armonía de piedra el rango que Hinojosa adquirió, –gracias a una decisión de Carlos III–, de villa con jurisdicción propia. Fue posible este nombramiento jerárquico porque el ya mencionado prócer molinés, don José García Herreros, pagó a la Hacienda real unos cuantos miles de maravedíes que le pidieron por hacer villa a Hinojosa.
Habla también este libro, ilustrado con sus correspondientes imágenes antiguas, de las casonas grandes (las de Malo, Iturbe, Moreno y otras) y habla de fuentes, de escuelas, de eras y plazuelas. Como habla de bodas, de meriendas, de deportes y carreras. Hasta de aquella sensacional fiesta como era “La Soldadesca” que ya ha dejado de hacerse, pero a la que dio hálito hasta el último momento (julio de 2010) el propio autor del libro, Benito García, más otros que llevan al pueblo en lo más hondo y siguen batallando porque viva.
Todo en Hinojosa evoca la España categórica y plena de dignidad de décadas pasadas. Las buenas y educadas palabras de bienvenida, el agasajo con dulces y carnes bien condimentadas, el refresco que al término de la presentación cunde para todos la Asociación Cultural de la villa. Los escritores que en ella aún residen. Tengo de nuevo el placer, esa tarde, de saludar a Mariano Marco Yagüe, novelista de categoría, y revelador en sus palabras de presentación, también, de momentos entrañables y de costumbres perdidas; puedo visitar en el cercano Tartanedo a Teodoro Alonso Concha, otro gran investigador y escritor molinés que allí guarda la más estricta cuarentena ante la epidemia que no nos abandona; y aún evocamos la figura de Andrés Berlanga, hace poco fallecido, que tuvo el acierto de alertar desde Labros del peligro de la degollina a la que está sometido el ámbito rural molinés, y con su historia de “La Gaznápira” reavivar el cuidado por esa España que se vacía, sin remedio, pero con la dignidad intacta. Fue en Hinojosa donde al final cayó la tarde, refrescó (en lo más duro de la ola de calor) y salieron a relucir los recuerdos, que es casi lo único que va quedando vivo en esta tierra alta y silenciosa.