POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Rafael Fernández Moreno, era hijo de Juan Fernández Valiente y de Clotilde Moreno Martínez, obtuvo la plaza de practicante el día 31 de enero del año 1929, como así se llamaba antiguamente a los actuales Diplomados en enfermería del Ayuntamiento, trabajando en las tareas sanitarias de nuestro municipio, bajo la tutela del médico titular Joaquín López Sánchez-Cortés.
A pesar de la carestía de recursos sanitarios municipales, su labor era encomiable. Sin embargo, a finales del año 1929, este doctor en Medicina y Cirugía pidió traslado a otro destino y se marchó a ejercer a otra localidad.
Lo que parecía un gran contratiempo para el joven Rafael, ese suceso se tornó en una gran aventura profesional, al tomar posesión de la plaza de Médico Titular, el nuevo facultativo Emilio Salinas Guirao; gran profesional de la medicina, dotado de una buena formación médica a la que adornaban unas cualidades humanas sin parangón.
El nuevo médico Don Emilio, nada más tomar posesión en el Ayuntamiento preguntó por el practicante del pueblo y Gumersindo Cascales Carrillo, le llevó a casa de Rafael y se lo presentó.
Don Emilio y Don Rafael (para los vecinos Rafael el de la botica), formaron un dúo profesional increíble que apenas tenía fisuras: confiaban plenamente el uno en el otro.
Además de compañeros en las artes sanitarias, se hicieron grandes amigos; hasta el punto de qué, cuando Emilio tenía un rato de asueto, se acercaba a la casa de Rafael qué, a la vez, era barbería, botica, sala de trabajo y locutorio telefónico, oficios que regentaban su mujer Concha, con Julia, su hermana y Joaquín (el caracho) su cuñado. También comenzaban a ayudarles sus hijas Mari Carmen y Conchita.
Allí se pasaban largos ratos de tertulia; a la que acudían personalidades relevantes del pueblo. Sin embargo, la década de los años 30 fue prodiga en sobresaltos políticos y, en el año 1935, Emilio Salinas Guirao, se marchó de la localidad para ejercer en otro lugar, motivo por el cual desapareció esa relación profesional y humana entre Rafael Fernández y su amigo Emilio, aunque, en la distancia, siguieron siendo grandes amigos.