POR ANTONIO BOTÍAS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Murcia le debe uno de sus símbolos más populares, la Virgen de los Peligros, con sus siglos de historia, arte y devoción, a la generosidad de un simple barbero. Para colmo, ni siquiera vivía en la ciudad. Esta es la historia del bueno de Alonso Sánchez, quien cierta noche soñó que la Virgen deseaba ser venerada en Murcia. Y, cuatro siglos más tarde, parece que no parecía ir muy desencaminada.
En 1372, la Orden Benedictina fundó el monasterio de Nuestra Señora de Sopetrán en Guadalajara.
La fama de milagrosa que adquirió la talla atrajo a los peregrinos, entre ellos a Alonso Sánchez. Alonso, murciano de nacimiento, había hecho fortuna en Madrid. Un tiempo después, unos labradores del barbero hallaron una talla enterrada, que Alonso identificó como la Virgen de Sopetrán. Y le dio culto en su casa. Pero cierta noche, soñó que la Virgen quería ser trasladada a Murcia.
En julio de 1636 quedó a cargo de las monjas Verónicas, donde profesaba una prima del barbero. Los milagros comenzaron a sucederse: curaciones de la peste, pechos que volvían a manar leche, paralíticos que caminaban… nacía una leyenda. Coincidió en el tiempo la construcción de un puente de madera que unía la ciudad con el Partido de San Benito. Debido a la popularidad de la imagen, se decidió colocar allí un lienzo de la talla. Y era tan frágil aquel puente -antecesor del actual Puente Viejo- que los murcianos se encomendaban a la imagen representada si tenían que atravesarlo en tiempo de avenidas. El protocolo que se observaba cuando las aguas empezaban a crecer resulta sorprendente. Los Cabildos de la Catedral y del Municipio, junto a un gran concurso de gentes, se reunían en el Puente Viejo. Allí se tomaba la corona del Niño de Los Peligros y, por tres veces, se introducía en las aguas turbulentas mientras se invocaba a la Santísima Trinidad. Aunque de esta noticia apenas queda constancia, si existen testimonios de la época que la recuerdan. De aquí arranca el nombre de Virgen de los Peligros para la que fuera de Sopetrán.
Más tarde, se decidió colocar una talla junto al nuevo puente de piedra. Fue entronizada el 15 de septiembre de 1744, dieciocho años antes de que concluyera la construcción. El templete que resguardaba a la imagen -del que se dijo que fue decorado por Francisco Salzillo- fue sustituido por el actual, donde se grabó la frase Salus in periculis (Salvación en los peligros).En el siglo XVIII, Antonio Rebollo y su esposa, Teresa Carat, encargaron una imagen, réplica de la Virgen de Sopetrán. Teresa se convirtió en la primera camarera de la imagen. Arrancaba así una larga tradición que, hasta la actualidad, mantiene este cargo dentro de la misma familia. Soledad Rebollo Carat, María Guirao Rebollo, Peligros Pérez Guirao y Peligros Hernández Pérez fueron las camareras que sucedieron a Teresa.A finales del siglo pasado se abordó la reconstrucción del edificio que atesora la hornacina, aunque la imagen permaneció un tiempo sin ser expuesta.
El alcalde de Murcia, Miguel Ángel Cámara, terció con tino y éxito para recuperar la talla. Hace apenas unos meses, cuando la Patrona de Murcia regresaba por septiembre, Peligros Hernández vio cumplido un sueño antiguo. La antigua campana de Los Peligros, fundida en 1684, volvía a sonar sobre el Puente Viejo. Gracias al programa Murcia que se fue, la pieza continúa presidiendo la célebre hornacina de la que el pueblo conoce como «la Virgen de los Peligros, la que está encima del puente», o como La Peligros, igual que a la patrona se la llama con cariño La Fuensantica. No era la primera vez que se abordaba una restauración. Y en muchos casos, a través de la historia, las críticas obligaban a los poderes públicos a adecentar la hornacina. Por ejemplo, en 1888, cuando el estado de la hornacina levantó protestas en los diarios. Las jaculatorias de los murcianos al cruzar el puente no fueron las únicas que acrecentaron la fama de milagrosa de la Virgen de los Peligros de Sopetrán. Otros también se encomendaban a ella en los más curiosos trances.
Así, cierta mañana se recibió en casa de la camarera a una niña que preguntaba por ella. Llevaba el encargo de su madre, acompañado por una limosna, de que la luz de la hornacina no se apagara, ni de noche ni de día, durante un mes. De aquella pequeña, si es que acaso no era un ángel, nunca más se supo pero lo cierto es que cierta mujer ejerció la prostitución, para dar de comer a sus hijos, durante los treinta días siguientes. Y el rostro de la Virgen, débilmente iluminado por la candela, le sirvió de consuelo y protección en la oscuridad. Tampoco era extraño contemplar a devotos cruzando por promesa el Puente Viejo de rodillas, con velas en las manos. Y, aún hoy, nunca falta un ramo de flores al pie de la imagen, acaso como agradecimiento por algún favor concedido. Artistas y políticos, intelectuales y turistas han rendido homenaje a Los Peligros. Incluso la reina Isabel II, devota confesa de la imagen, le regaló unos espectaculares pendientes que todavía conserva la camarera. El tercer domingo de septiembre se celebra en el convento de Verónicas la festividad de la Virgen de Sopetrán. La talla original, la espléndida imagen milagrosa que el barbero Alonso enviara a Murcia, aún es venerada allí por las hermanas. Y hay quien asegura que, aunque más discreta, continúa haciendo milagros.
Fuente: Diario LA VERDAD.