HISTORIA DE UN ULEANO EN EL EXILIO
Sep 16 2014

POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

D. José Antonio López Garro.
D. José Antonio López Garro.

El día 17 de Junio de 1978 se le hizo una entrevista que fue publicada en el periódico “La Verdad de Murcia” con fecha 18 de Junio de 1978.

La entrevista se efectuó en una cueva que la familia tiene en la Rambla de Ulea, su pueblo.

El entrevistado es el uleano, aunque accidentalmente nació en Yecla, D. José Antonio López Garro y es uno de los miles de españoles que vivieron más de 40 años en el exilio.

En Ulea fue alumno del Maestro Ripoll hasta los 11 años. Siendo adolescente marchó a Barcelona; en la época revuelta de los sindicatos libres de la patronal. En esos tiempos se producían grandes agresiones cuando la patronal formó una cuadrilla a sueldo, para subyugar a la clase obrera. Allí entró como escribiente en una fábrica, pero tras la huelga perdió el empleo. Hizo amistad con un capitán del ejército que le indujo a que entrara en la milicia. Accedió y en el mes de marzo de 1922 ya era sargento. Durante su estancia en el cuartel recibió un tiro en “la boca del estómago”, cuando un compañero limpiaba una pistola. Le operaron y le insinuaron que quizá le tendrían que dar de baja en el ejército. A pesar de todo pidió continuar en la milicia, para poder hacer una carrera civil.

En Barcelona siguió hasta el año 1924, fecha en la que marchó a África en donde intervino en todas las operaciones militares de ese año. A principio de 1925 fue reclamado en Tetuán por la Alta Comisaría. Allí, estando estudiando estadística, solicitó ingresar en la aviación; puesto que consiguió con el número uno. El curso de aviador lo terminó en San Javier. Tras un corto período en Los Llanos de Albacete, pasó a Madrid, destinado de forma definitiva. Estando en la capital de España se negó a participar en las operaciones aéreas de Asturias, por el temor de que se desencadenara una masacre. Como consecuencia fue expedientado y le enviaron a bombardear Bilbao. Para librarse de esta batalla le pegó un “cacharrazo”, voluntario, al avión y lo dejó inservible. Poco tiempo después participó en la toma de Ifni, en compañía del coronel Capaz.

Reconoce que aquella operación fue un éxito pero quedó extrañado de la repercusión mediática que supuso: le hicieron una gran propaganda.

Su fama era notoria y el Director del periódico “La Tribuna” le pidió su colaboración como experto aviador. A partir de ese momento se despertó su afición por la escritura. Periódicos como “El Sol”, y “La Voz de Madrid” le pidieron su colaboración como columnista. Confiesa que le produjo una gran satisfacción comprobar que servía para la escritura ya que su firma aparecía en los mejores periódicos del país. En un artículo se atrevió a poner en duda todos los datos de una expedición de científicos y técnicos que preparaban un desembarco en Ifni. Demostró que estaban equivocados y donde querían ir, en realidad, era a Agadir. A Ifni no podían llegar los barcos.

Su afición literaria cambió de rumbo y comenzó a escribir sobre “formas de vivir en el desierto”. Todos sus escritos sobre las personas y sus costumbres dieron como fruto el libro titulado “Ifni-Smara”.

Haciendo una pequeña reseña del libro descubrió que los árabes hablaban, sin cesar, de una “ciudad perdida” en el desierto. Una expedición francesa fue a buscarla y solo un explorador llegó a dicha ciudad. El resto falleció en el trayecto. Se trataba de Smara, la ciudad que está en boca de todos los historiadores. Smara eran los restos de una ciudad que el sultán mandó construir en el desierto: un verdadero oasis. Fracasó porque se quedó sin agua. Posteriormente descubrieron que en un cerro cercano existían unas piedras grabadas con figuras de animales que no existen en el desierto africano, como los elefantes. También se descubrieron varios enterramientos, probablemente, de esclavos. Nadie reparó en aquellos hallazgos y José Antonio López Garro lo descubrió y como consecuencia se formaron expediciones con el fin de estudiar lo que, en realidad, era Smara.

A principios de 1935 regresó a España y estuvo una temporada en Ulea, en casa de un tío suyo, pero seguía añorando la vida del desierto y así continuar escribiendo cuanto había vivido y descubierto.

El día 17 de Julio de 1936 estaba en el desierto efectuando un servicio de enlace y le ordenaron regresar a Cabo Juby y que se dirigiera, de inmediato, a Sevilla; sin detenerse en Marruecos. En el trayecto detectaron el llamamiento de Franco a la sublevación y como se negó a obedecer le arrestaron.

En el mes de Agosto decidió volver a España y durante mes y medio estuvo sobrevolando Cataluña. En el mes de Septiembre fue nombrado Jefe de Estado Mayor de la Séptima Región Aérea, en Albacete, donde tuvo muchísimos contratiempos con los comisarios que decidieron trasladarle como Jefe de Estado Mayor de Aviación en la zona republicana.

Durante toda la contienda civil realizó numerosas incursiones aéreas, entre fuegos cruzados, saliendo ileso de forma milagrosa pues solo unos pocos de los aviones de combate regresaban a su aeródromo.

Al final de la guerra, temiendo represalias, cruzó la frontera y se afincó en Francia.

El ex jefe de Estado Mayor de Aviación de la República nos cuenta su odisea desde la tranquilidad de una cueva, fresquita, de su familia en Ulea. El silencia es absoluto. Tras los avatares de la guerra se respira paz y tranquilidad. Tras una breve pausa prosigue:

Había acabado una guerra pero empezaba otra: la de la supervivencia. Una vez pasó a Francia, en Perpignan vendió cuanto llevaba, pues su intención era asentarse en París para rehacer su vida. Sin embargo, los expatriados que iban con él le disuadieron. Mi añoranza de España era permanente, decía. Le daban unas llanteras enormes a pesar de que estaba “curtido en mil batallas”. No se hacía a la idea de que su futuro sería la de “un errante sin patria”. En Perpignan organizó un campo de intelectuales y de vez en cuando oían en la radio “España Cañí”. Entonces me acordaba de mi Ulea en donde vivía mi madre y toda mi familia. Me sentaba y lloraba de alegría… y de tristeza.

Cuando acabó el curso en Perpignan pasó a Tourena. Allí tuvo una novia con mucho dinero, pero al estallar la Segunda Guerra Mundial tuvo que salir huyendo hacia Méjico. Allí llegó asustado. No sabía si en algún momento le detendrían. Además tuvo que salir sin previo aviso y, a tierras mejicanas, llegó con lo puesto.- En estos momentos comienza a hablar con deje de “manito” al que se une su mujer, que le acompañaba, natural de Guadalajara (Jalisco). Con su gracejo mejicano asentía de todo cuanto nos estaba narrando.

Al preguntarle cómo se desenvolvió en Méjico, nos contó: En primer lugar entabló amistad con un español que era propietario de una litografía y se dedicó a vender almanaques. ¡Qué vergüenza! Había que subsistir. De allí pasó a Estados Unidos y posteriormente a Venezuela, en donde ganó mucho dinero, y volvió a Méjico en el año 1956. Desde entonces se ha dedicado a su familia, la mujer, un hijo y una hija, y a ser un buen administrador del dinero que había ganado.

En Méjico, aunque decía que no trabajaba nada, fundó la Asociación de Aviadores Republicanos Españoles en el exilio. De esta asociación fue fundador y secretario general. Con su boletín propagandístico llegó desde Canadá hasta la Patagonia. De esta forma mantuvieron la solidaridad entre todos los exiliados españoles. Si había tenido que errar por la persecución del régimen español, el nexo que unía, a todos los asociados, era el antifranquismo.

Al surgir el apellido Franco regresan los recuerdos. Ruiz de Alda y Rada fueron amigos íntimos y guarda fotos en las que está con ellos. Cuando Ramón Franco escapó de la cárcel el actuó de enlace. El hermano de Franco era un hombre bastante ambicioso y antes de la República se hizo masón, extremista y ansioso de ser diputado por Sevilla. Estando en la cafetería María Cristina, en la calle Arenal de Madrid, un policía le llevó al escondite en donde se encontraba el fugado Ramón Franco. De forma pausada prosigue diciendo que Ramón estaba contra todo lo establecido. Con el Gobierno de la República no se llevó nunca bien, porque lo consideraba “moderado” y “blando”. El mismo Gobierno lo nombró agregado de Aviación en la Embajada de Washington, “para quitárselo de encima”. Allí le cogió el Movimiento y se sumó a él. Al poco tiempo se mató, o lo mataron. López Garro supone que fue eliminado.

La narración del Excomandante es tan prolija ya que los 30 años de exilio le ha hecho vivir con una intensidad increíble. Sin que se le pregunte comenta lo que pasó con el famoso barco “Vita” y lo que se rumoreó. Afirma que las joyas del “Vita” fueron vendidas para dar de comer, vestir y ayudar a los españoles en el exilio. A todos ellos se les dio una subvención de 150 pts diarias hasta que encontraban trabajo. Ningún español pasó hambre. Asegura que cuanto se ha dicho sobre “las joyas del Vita”, es malintencionado: es pura patraña.

Además de la solidaridad de todos los españoles, recibieron una ayuda inestimable del Gobierno mejicano. Siempre ha comentado su agradecimiento al gobierno de aquel país. Fueron muy generosos.

El exjefe de la aviación republicana cobra una pequeña pensión como alférez de aviación pero tiene la esperanza de que la administración les resarcirá de cuanto le adeudan.

La Agrupación Cultural que fundamos en Méjico ha sido muy fructífera y de los exiliados españoles han nacido médicos, ingenieros, arquitectos, técnicos, etc. Yo tengo allí un hijo que es ingeniero. Tiene que volver a Méjico pero con la confianza de que regresará, pronto, a España, de forma definitiva. Siempre afirmaba con gestos antes de decir: el sufrimiento del exiliado es muy sutil; muy penetrante. Cuando no se tiene una patria es cuando de verdad se le añora. Hay una ausencia constante y un gran sufrimiento moral.

La charla que comenzó en la cueva de la Rambla de Ulea, acabó en torno a una mesa servida con “empedrao”, carne a la brasa y un vino de la tierra. Como postre un exótico y rico dulce donde solo sólo en Ulea se conoce el secreto. La mujer repite que España es maravillosa y el exaviador acaba exclamando ¡cuántas cosas voy a contar a la familia cuando regrese!

Tuve la suerte de leer la entrevista que le realizó Pedro Soler y el siguiente fin de semana vine a Ulea para estar con mi madre y hermanos. No sé si sería deseo o curiosidad pero “las hazañas” de López Garro, como aviador ya me las había contado su sobrino Manolo, “el de la Matea”, gran amigo de la infancia con el que coincidí en Ulea en ese fin de semana. Nos avisamos y salimos a dar un paseo y al llegar a la altura de “los árboles grandes” vimos a un señor mayor sentado en el muro. Miro a Manolo y le pregunto: ¿Conoces a este hombre? Se sonríe y me dice: es mí tío, el que está exiliado en Méjico. Al publicarse la amnistía para los represaliados nos comunicó por carta que quería venir a Ulea; para pasar unos días. De inmediato me lo presentó y le dije que había leído la entrevista. Tú, ¿de quién eres familia? Soy hijo de Joaquín Carrillo, “el de los muebles”. Sonrió y me dijo: Fue un buen amigo de la infancia y juventud; fuimos juntos a la escuela con el maestro Ripoll. Me impresionó lo que contaba en la entrevista y entonces, con los ojos brillantes, casi llorosos me dijo: Ya tengo 75 años y estoy muy delicado de salud. El médico de allá me indicó que mejoraría si pasaba una temporada larga en España, pero mi mujer está deseando regresar. Es verdad que allá tenemos un hijo y una hija, pero ambos son mayores y están emancipados. El varón es ingeniero. Y tú, ¿en qué trabajas? Soy médico, le contestó. A renglón seguido me dice que padece del corazón y que es posible que le operen cuando regrese. El cardiólogo dijo que me reconocería al volver y evaluaría la posibilidad de una intervención quirúrgica. Le comento que en Murcia hay muy buenos cardiólogos y entonces alza la cabeza y sonríe diciendo: estoy mucho mejor pero tengo que marcharme aunque la altitud de Méjico “me deja hecho una piltrafa”. De todas formas, si consigo arreglar unos documentos, autorizo a mis hijos y regreso dentro de cinco o seis meses; si puede ser, para quedarme definitivamente.

Durante muchos años mi vida ha sido tumultuosa. Cuando me levantaba no sabía si llegaría a la a noche y cuando anochecía dudaba si vería el día siguiente. Mi vida era una lucha permanente por la subsistencia. Luchar para que no te maten o te cojan prisionero y lo que es peor tener que dejar personas en las cunetas o en el campo de batalla: matar para que no te maten. Sobrevivir; así está mi corazón. “Es el sinsentido de las guerras”. Aquí nadie gana y yo he sido una víctima más.

Me recordó unos pasajes con los amigos de su infancia, entre los que estaba mi padre y tras darnos un abrazo nos despedimos con un ¡hasta nunca!

La figura de José Antonio López Garro se me quedó grabada en mi mente. Este exiliado, alto y ceremonioso me dejó la impronta de un gran hombre. No pasaron nada más que 5 meses cuando Manolo, su sobrino me llamó por teléfono y me dijo: Mi tío ha muerto. Empeoró nada más llegar a Méjico y no ha llegado a recuperarse.

¡Adiós a su sueño de regresar a su Ulea querida! Eso, desgraciadamente, solamente fue un sueño.

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