POR RAFAEL SÁNCHEZ VALERÓN, CRONISTA OFICIAL DE INGENIO (LAS PALMAS).
Junto a caracolas, orchilla, hierbas de pastel, zumaque, barrilla y musgo, fue el último producto tintóreo destinado a la exportación.
En las conversaciones que el cronista que suscribe en su niñez solía escuchar a su madre, se hablaba de mi abuelo Juanito Ramón y su dedicación al comercio de cochinos y cochinilla, gracias a lo cual logró criar a sus diez hijos. A la salida de la escuela nos reuníamos una jarca de chiquillos con el propósito de ir a coger cochinilla a los distintos lugares donde se suponía había un buen “corte”, en unos casos con la aquiescencia del dueño de las tuneras y en otros, vigilantes para que no nos pudieran ver coger aquel preciado bichito que vendíamos en la tienda de Ceferinito, allá por la subida del Sequero; en algunos casos con el temor a sus reproches por haber echado en el cacharro de la cochinilla arena para que aumentara su peso y casi siempre la reprimenda de la madre por traer la ropa manchada de “carmín”. Con el dinero obtenido incrementábamos el escaso estipendio que nuestros padres nos proporcionaba para pasar el domingo, consumiendo chucherías o adquiriendo las revistas coleccionables del Capitán Trueno y El Jabato. Ya de adolescentes, nos permitía alquilar una bicicleta en Carrizal.
Los productos tintóreos a través de la historia de Canarias
De la obtención y aplicación de tintes se tienen noticias desde la antigüedad. Hasta siete materias primas de origen vegetal y animal se conocieron en estado salvaje o cultivadas en las Islas y en muchos casos su industria de transformación a la largo de los siglos, antes y después de la Conquista, susceptibles para exportación como colorantes naturales.
Los fenicios ya conocían el empleo de un tinte de color violáceo para teñir de púrpura los tejidos, obtenido a través de la mucosa segregada por un molusco marino (caracola), habiéndose encontrado restos arqueológicos romanos de su industria en la isla de Lobos, datados entre los siglos I a/c y I d/c. La orchilla, un colorante natural utilizado en la industria textil y pieles, extraído de un liquen que crece en los acantilados costeros, cuya recolección se prolonga durante varios siglos después de la Conquista hasta llegar casi a extinguirse por el corte descontrolado de la especie. Las hierbas de pastel introducidas por los portugueses de las que se elaboraban unas bolas de color azul (añil); su cultivo y transformación tuvo su esplendor en el siglo XVI, de las que existen testimonios documentales de su presencia en Temisas y en la comarca del Carrizal en 1514: “todo el pastel en las dichas tierras esté nacido y con dos ingenios de moler pastel que en las dichas tierras tengo en el dicho heredamiento del Carrizal con todos los pertrechos y cerramientos a los dichos ingenios anejos”; industria que desaparece con la introducción del añil americano (índigo). El zumaque, planta que una vez molida y tratada se utilizaba para curtir cueros (cordobanes) y tintorería, cuya explotación dura varios siglos. La barrilla, propia de llanuras costeras de la que se obtenía sosa para la fabricación de jabones a través de su ceniza; también de su tratamiento, tintes, y en las épocas de hambruna gofio de sus semillas molidas. Menos conocido es el musgo que proporciona un tinte rojo que convivió en el segundo tercio del siglo XIX con la orchilla, barrilla y cochinilla, formando parte de las principales partidas fletadas para su embarque hacia Londres desde Las Palmas; la competencia del sur de África donde se hallaba en grandes cantidades hizo decaer su comercio, también por su tala intensiva y su lento proceso de crecimiento que al igual que la orchilla se habían esquilmado de las rocas. Se añade la cochinilla, objeto del presente trabajo.
Todos estos productos tintóreos producidos en Canarias tuvieron amplia demanda, sobre todo en la industria textil, especialmente en Europa en distintas etapas de la historia, constituyendo los principales géneros para la exportación que aliviaba la precaria economía autosuficiente de sus habitantes. Desaparecidos en virtud de su sustitución por tintes sintéticos en las postrimerías del siglo XIX, sobreviviendo la cochinilla gracias a su aplicación en modernas técnicas industriales.
Cochinilla: origen, esplendor y decadencia
La cochinilla (grana) es un insecto parásito de las tuneras o nopales del cual se obtiene una sustancia tintórea (carmín). Originaria de Centroamérica, constituyó el principal producto exportado a Europa desde Méjico en el siglo XVI, después del oro y la plata. Se introduce en la Península por Cádiz en 1820, llegando a Canarias (Tenerife) en 1825, extendiéndose por todas las islas como lugar idóneo para su cultivo. Las primeras exportaciones se realizan en 1831, configurando durante varias décadas un nuevo ciclo económico, tras el auge de la caña de azúcar en el siglo XVI y posteriormente el vino. Cabe reseñar que el cultivo de la cochinilla en Canarias fue impulsado por el mariscal de campo Francisco Tomás Morales Afonso, natural de Carrizal, durante su etapa como Comandante General de Canarias entre 1827 y 1834.
Una vez introducida en las islas, a pesar del rechazo de algunos agricultores, el proceso de producción de la cochinilla se va consolidando con nuevas plantaciones de nopales y contaminación de las plantas. Manualmente el insecto se va recolectando de las palas de las tuneras con cierta periodicidad (sobre tres meses) utilizando cucharas y recipientes para ser llevadas a un receptor que procedía a su limpieza y desecado y una vez introducidas en sacos se exportaba a Europa, donde había una gran demanda, especialmente Inglaterra y Francia, a precios bastante altos. El esplendor de este ciclo se prolonga durante cuatro décadas, alcanzando su auge entre 1845 y 1869, para entrar en crisis en el último tercio del siglo XIX por efecto de la introducción de tintes sintéticos (anilina). A lo largo del siglo XX se sigue produciendo en cantidades menores, gracias a su utilización en la industria de cosméticos (barra de labios, pintura de uñas…), productos farmacéuticos y colorante para alimentos envasados.
Ingenio y la cochinilla
Estudios de mediados del siglo XIX indicaban que esta comarca no era aparente para el cultivo de la cochinilla por razón de su aridez y los fuertes vientos que reinaban. En un informe del alcalde de Ingenio al comisionado regio de agricultura en 1849 se corrobora.
“Todos los que tienen tuneras, que hay muchos, han pegado la cochinilla en algunos parajes que producen alguna cosa y en otros no dan, por causa del aire tan quemón que las mata en el verano y así, en la jurisdicción se podrían coger 6 quintales al año poco más o menos.
La información estadística sobre el cultivo de nopales para cochinilla en Ingenio la proporciona los cuadernos de amillaramiento que se custodian en el archivo histórico del Ayuntamiento entre 1858 y 1880, a efectos de pagar el impuesto correspondiente, donde se indica que las zonas de producción se encontraban principalmente a lo largo de la solana de Guayadeque en su curso medio y bajo, así como en diferentes lugares de la zona de Ingenio, Carrizal y Aguatona. La clasificación impositiva en función de la calidad del terreno se establecía en zonas de riego (nopal de 1ª) y secano (nopal de 2ª) para cochinilla, y se diferenciaban de las plantadas para recolectar tunos.
A medida que avanza el siglo XX, la tunera no se cultiva de forma específica para la cría de la cochinilla y se reduce a zonas aisladas en los regadíos o en predios de secano, en cultivos extensivos sin ningún tipo de cuidado, donde su utilidad son las palas tiernas como alimento del ganado y tunos frescos o pasados (porretas) para consumo de la población. Las tuneras se infectan del insecto de forma espontánea a través del viento y llegan a constituir una verdadera plaga secando las plantas al no poder controlarse el desarrollo del insecto.
Bajo estas circunstancias, la cochinilla se recolectaba en pequeñas cantidades, en general por particulares y se vendía en bruto a algunos comerciantes locales hasta bien entrada la década de 1960, llegando a constituir un ingreso adicional para algunas familias en la precaria economía de la posguerra. Por la mitad de la centuria el dinero obtenido representaba un ingreso adicional para algunas familias. El precio de la cochinilla pagado por los intermediarios a principios de la década de 1960 era de 12 pesetas el kilo.
Con la casi desaparición de la agricultura y ganadería tradicional, las tuneras que crecían en zonas improductivas en terrenos de regadío y secano, sufrieron una merma considerable y la recolección de tunos y cochinilla se hace en pequeñas cantidades y casi de forma testimonial, llegando casi a extinguirse un producto natural que marcó una época importante en nuestra economía.
En la actualidad, a través de la iniciativa de un emprendedor se trata de reactivar el cultivo de las tuneras para la cría y recolección de la cochinilla a la manera tradicional en el municipio de Ingenio, habiéndose logrado a través de una iniciativa promovida por la Asociación de Criadores y Exportadores de Cochinilla de las Islas Canarias que la Unión Europea la reconozca en 2016 como un producto con denominación de origen protegida “Cochinilla de Canarias”, única en el mundo con este distintivo.
FUENTE: CRONISTA