POR JUAN PEDRO RECIO CUESTA, CRONISTA OFICIAL DE TORNAVACAS (CÁCERES)
Tiempos duros, de escasez y muy diferentes a la realidad en la que vivimos hoy día. Así se podría definir la situación de la mayor parte de la España rural de las décadas de 1940 y gran parte de 1950, marcadas por el hambre y la escasez que se venían arrastrando desde la Guerra Civil. La España rural, en general, era una zona en condiciones muy precarias y en la que cualquier actividad económica bastaba para escapar del hambre que tantos estragos causó en aquellos años.
Dentro del abanico de posibilidades, una actividad que alcanzó gran importancia en zonas concretas de España fue la extracción de wolframio, mineral con una amplia demanda en un tiempo muy determinado.
El wólfram, y más aún las personas y entidades encargadas de su explotación, fue el gran beneficiado de la II Guerra Mundial (1939-1945), conflicto que hizo temblar los cimientos de Europa, debido al espectacular aumento de su precio. La Alemania nazi, con Hitler a la cabeza, y las potencias aliadas -Reino Unido o la Unión Soviética, entre otras- se disputaban el control de las reservas de este preciado mineral. En el caso de Extremadura, y más concretamente en el norte de la provincia de Cáceres, basta decir que gran parte de la producción sirvió de alimento para la maquinaria de guerra con la exportación de wolframio para la construcción de blindados, cañones o munición pesada. Explotaciones como las de Acebo o Valverde del Fresno tuvieron un papel muy importante durante este período. De esta manera, Franco puso a disposición de Hitler gran parte de las explotaciones de wolframio españolas y, de paso, el Estado recibió ingresos nada despreciables en una época en donde el régimen practicaba una economía de autosuficiencia -autarquía-. Además, el mineral fue declarado de interés militar, lo que blindaba su control por parte del Estado.
Tornavacas se subió al carro de la explotación de este mineral unos años después de haber finalizado la Segunda Guerra Mundial. Eran años de escasez, de falta de recursos, en donde no existía un sustento económico estable, tal y como hoy en día ocurre con la agricultura. De este modo, la “fiebre” del wólfram llegaría a Tornavacas a finales de la década de 1940, pues en el año 1948 ya se empezó a extrarer dicho mineral. Su importancia crecería en los años siguientes (comienzos de la década de 1950), coyuntura en donde su precio se vio incrementando de nuevo coincidiendo con el desarrollo de otro conflicto bélico: la Guerra de Corea (1951-1953). Desde finales de la década de 1940, se concedieron decenas de permisos de investigación en diversos parajes del municipio para comprobar si existía este preciado mineral, llevándose a cabo catas sobre el terreno (cortes en las piedras o pequeñas perforaciones). La producción más destacada comenzó a partir del año de 1950 y se centró en tres lugares concretos: en la mina de Santa Ana (a escasos 500 metros del Puerto de Tornavacas; era la mina mejor equipada de todas y en donde, desgraciadamente, perdió la vida un paisano), en la de «Marisol» (comúnmente conocida como «Mirasol», cercana al nacimiento del río Jerte) y en la del Tejadillo (situada en esta amplia dehesa de las sierras de Tornavacas). De todas ellas, sobresalió la extracción de wolframio en la de «Marisol», llegándose a alcanzar una producción de algo más de 7.500 kg. anuales en 1952.
No podemos cerrar estas líneas sin hacer un sencillo homenaje, desde las palabras, a todos los paisanos que les tocó vivir en este tiempo de sacrificios, penurias y trabajo de sol a sol. A ellos les debemos el bienestar del que hoy disfrutamos. A ellos les debemos todo. Sin ellos, no seríamos nada. También es de justicia reconocer la iniciativa que tuvo el Grupo de Montaña y Senderismo de Tornavacas en el año 2013, al dedicar la VI Semana de la Montaña Extremeña a sacar del olvido este tema, dando voz a los verdaderos protagonistas de esta historia: aquellos que la vivieron.
FUENTE: https://senderosdelahistoria.blogspot.com/2022/10/historias-de-tornavacas-iii-los-anos.html