POR JUAN PEDRO RECIO CUESTA, CRONISTA OFICIAL DE TORNAVACAS (CÁCERES)
Tornavacas cuenta, dentro de su término municipal, con cientos de hectáreas de dehesa enclavadas en sus montes y sierras. En anteriores entradas, de manera indirecta cuando hemos hablado de dos especies animales salvajes como son el lobo y el oso, ya hemos hecho referencia a algunas de esas dehesas y en la de hoy, nos centraremos en una de ellas y, más concretamente, en una actividad que se desarrolló durante los años centrales del siglo XX y que es ya bien conocida por los lectores de este blog: la extracción de wolframio.
Esa dehesa a la que nos vamos a referir es a la del Tejadillo, que se sitúa a los pies del pico más alto de Extremadura, el Calvitero, y que históricamente ha tenido importancia por realizarse en ella variadas actividades para el sustento de los tornavaqueños, pues ha sido un espacio aprovechado por nuestros paisanos desde hace cientos de años, especialmente en lo relativo a su aprovechamiento ganadero por los abundantes y ricos pastos allí existentes. Y, es que, ya nos encontramos con una referencia a esta dehesa en el Libro de la Montería del Rey D. Alfonso XI, del siglo XIV, y sabemos también que en tiempos del Rey Carlos III (siglo XVIII) se concedió a los vecinos de la villa de Tornavacas el aprovechamiento de la misma. Ya en el siglo XIX, cuando se produjeron los procesos de desamortización (venta) de los bienes comunales y de otros pertenecientes a los ayuntamientos, algo que fue impulsado desde el Gobierno, pasó a ser adquirida por diferentes partícipes, siendo hoy, por tanto, un terreno de propiedad privada como lo son también otras de las dehesas de sus alrededores (Talamanca, la Campana…).
En este amplísimo espacio cuya superficie catastral es de algo más de 600 hectáreas y que, como hemos dicho, tan importante ha sido históricamente para el sustento de muchas familias tornavaqueñas, por iniciativa de algunos de sus partícipes, a finales de la década de 1940, comenzó a buscarse también aquí el codiciado wolframio, que también se extrajo en otros lugares de Tornavacas.
De aquella actividad, que en aquellos años supuso una importante fuente de ingresos para cientos de nuestros paisanos, aún hoy quedan testimonios materiales. Y, es que, recorriendo el terreno que se encuentra en los alrededores del paraje y arroyo conocido como Majácerezo (o del Tejadillo), cercano a lo que hoy se conoce como la «Cueva de Santiago León», nos encontramos con las primeras evidencias relacionadas con la explotación de este mineral en la zona. Por una parte, los restos de una edificación de planta rectangular que servía como casa-refugio de los paisanos que hasta allí subían a trabajar -que pasaban allí varios días seguidos dada la considerable distancia que hay entre el pueblo y este lugar-, junto con otra edificación más pequeña que hacía las funciones de almacén para guardar las herramientas e incluso la dinamita (empleada en las voladuras controladas que realizaban para fragmentar la roca y extraer el mineral), como nos lo contó ya hace años Florentino Marcos Bardón, paisano que trabajó en aquel lugar.
A medida que ascendemos en altitud separándonos de la margen izquierda del arroyo de Majácerezo, encontramos las primeras catas que se realizaron para comprobar si existía wolframio. Para ello, era necesario contar con permisos de investigación que previamente debían ser solicitados y aprobados por la Administración.
Siguiendo con el ascenso, y a una altitud de aproximadamente 1.600 metros, es donde encontramos el yacimiento de wolframio más importante de toda la dehesa del Tejadillo, que se trata de una serie de galerías excavadas directamente sobre la roca de donde se extrajeron miles de kilos de wolframio en bruto, durante los últimos años de las décadas de 1940 y los primeros de 1950, que luego se enviaban a la localidad salmantina de Tejares en donde eran sometidos a una separación mecánica, tal y como figura en el recibo de 1953 que a continuación se adjunta, en donde se pueden observar datos de interés como la persona que tenía concedido el derecho de explotación (en este caso, Jesús Martín Ávila, uno de los partícipes del Tejadillo) y la cantidad de wolframio (1.065 kg) enviados, desde Tornavacas, para su separación electromecánica hacia la citada localidad de Salamanca.
Este yacimiento, en cuanto a sus características técnicas y a los minerales existentes en el mismo, ha sido objeto de estudio dentro de la publicación Mapa Metalogenético de Extremadura, impulsada por la Junta de Extremadura en 2007, y estas son algunas imágenes tomadas en aquel lugar en el mes de marzo de 2024.
Para finalizar, no podemos cerrar esta entrada sin señalar que estas líneas, aparte de mostrar y poner en valor un patrimonio singular de Tornavacas, también pretenden ser un homenaje a nuestros paisanos del pasado y un reconocimiento a los del presente. Como homenaje, a nuestros mayores del pasado que allí trabajaron de sol a sol, en condiciones durísimas, simplemente para obtener el sustento básico necesario para sobrevivir, y a las decenas de familias ganaderas de Tornavacas que han tenido allí sus ganados. A ellos, en gran parte, les debemos el bienestar material del que hoy disfrutamos. Y, como reconocimiento, en el presente, a los ya escasos ganaderos que siguen manteniendo, con su esfuerzo y sacrificio, habitada esta parte de la sierra. Sin ellos, y en el caso del Tejadillo de manera especial a los hermanos Buenadicha -los únicos que, a día de hoy, mantienen allí su ganado-, este gran patrimonio natural de Tornavacas estaría, desgraciadamente, en el más absoluto abandono, un estado en el que ya se encuentran cientos de hectáreas de monte y sierra que antaño supusieron el sustento de muchas generaciones de tornavaqueños.