POR ANTONIO GASCÓ, CRONISTA OFICIAL DE CASTELLÓN
El otro día caminaba por la plaza del arcipreste Balaguer, junto a la concatedral, y al contemplar establecimientos comerciales y bares, pensé que no están tan lejanos los tiempos medievales en que ese lugar era una sede comercial y de trasiego ciudadano. En el siglo XIV tenía unas dimensiones mucho más reducidas que en la actualidad. El Carreró pes de la farina, hoy conocida como del Ecce homo, en cuya esquina estaba la caseta de la vila, concluía a las espaldas de las carnicerías. Su cara frontal, exteriorizaba pórticos similares a los de la sede de la gobernación, que continuaban por la calle Mayor. Tiendas, de especias, droguerías y telas, se juntaban con los puestos de la carne, con su corral trasero. En uno de los edificios, la casa del degüello y el almacén de la carne y del rafali.
Cabe puntualizar que la carne rafalina también pasaba el control del mustaçaf, o inspector de mercados y procedía de los animales que habían muerto por cualquier circunstancia y no los que procedían del matadero. Esta carne, obviamente, se vendía a un precio inferior a la de matanza. Era el municipio, como hoy, el que alquilaba los puestos para la matanza, almacenaje y venta. La corona, que no dejaba pasar labor de la que no pudiera sacar provecho, percibía una buena parte de los beneficios de esos arriendos.