POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Una antigua alumna, muy querida, escribía días atrás un simpático comentario acerca de las liebres (comentario que puede extenderse a los conejos), indicando en él que algunos nombres antiguos de estos vivaces animalitos apuntaban hacia su carácter entre desconfiado, tímido y bobalicón.
Me extrañó esto porque, y siempre escuché esta expresión, para calificar y valorar la inteligencia «activa» de una persona se empleaba esta frase: «¡Coño, hay que tener cuidau con lo que diz, que ye MÁS LISTU Q´UNA LLIEBRE!».
Más aún.
Otra expresión, también muy antigua y que me quedó grabada desde muy niño, decía: «¡Fíjate si esi ye listu que DUERME CON LOS OJOS ABIERTOS COMO LES LIEBRES!».
Comprueben si será antigua esa observación, y lo que llovió desde entonces, que Plinio, en el capítulo 37 de su Liber II, afirmaba que «paténtibus oculis dormiunt lepores» (las libres duermen con los ajos a la vista).
No obstante, y para contentar a mi alumna, añadiré que el Diccionario de Autoridades, de la primera mitad del siglo XVIII, advertía que la libre «tiene muy corta la vista, porque carece de pestañas, por lo cual siempre tiene abiertos los ojos».
Y que las primeras ediciones del Diccionario de la RAE afirmaban que «la libre tiene los ojos muy grandes y sin pestañas, duerme con ellos abiertos y es algo corta de vista, corre con mucha ligereza, y es MUY MEDROSA Y COBARDE».
En fin, que «tou cae en copla y tou ye verdá».
Liebres, lo que se dice liebres de monte, son un recuerdo de mi vida en Sahagún.
Al igual que sus «parientes» los conejos de monte. Hoy, en tiempos de modernidad, tenemos que conformarnos con los que se crían en casa y los ya más «industrializados» de «granjas de cultivo».
¿Y cómo se guisan?
¡Hombre!, podemos seguir estos pasos que, en verso, aconseja un poemilla:
«Uno: se le desconeja.
Segundo: se despelleja,
se le parte… y al sofrito;
cuando purgue su delito,
a la gloria en la bandeja»
Yo, siguiendo los consejos de mis amigos extremeños de Monterrubio de la Serena, lo preparé a mi modo. Vean.
Partido el conejo (ya muy limpio, lo «barnicé» con un adobo de ajo, pimentón, sal y aceite de oliva. Tras un reposo de unas 4 horas, freí en aceite de oliva esos trozos y los llevé a una cazuela.
En el aceite de fritura poché cebolla y pimiento rojo (picados en finos), incorporé, el sofrito a la cazuela, bañé con caldo y un vaso de vino blanco… y a cocer.
Aparte, en otra cazuela con abundante ajo laminado, sal y aceite, dispuse tiras largas y anchas de pimiento rojo y verde, pelado y, al fuego, dejé que se hicieran lentamente.
Ya todo en su punto, emplaté en raciones individuales trozos de conejo guisado y tiras de pimiento asado.
Riquísimo; pero riquísimo de verdad.
Pruébenlo. Es barato y muy fácil de preparar.