POR RICARDO GUERRA SANCHO CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
No podía ser de otra manera, después de la primavera extraordinaria en lo climatológico, el principio del verano nos ofrece el fruto de esos verdes poco comunes.
Salí de recados y un corto paseo, sin prisa y observando de una forma como si todo fuera nuevo, que uno pasa a veces sin mirar, y observando esa naturaleza que rodea mi ciudad, la llanura cerealista que tiene manchas verdes de remolacha y pinar además de ese mar de mieses que estos días se mece con la brisa o lo hace ya con más resistencia de caña seca, porque el ciclo llega a su fin y aquellos verdes distintos según las especies, se están tornando en amarillos y ocres. Es quizás el color más característico de este campo nuestro, esos dorados trigales y amarillas cebadas, aunque ahora, con la incorporación de nuevas variedades y plantaciones, el abanico de tonalidades se amplía.
Ya llegaron esas enormes máquinas cosechadoras que van pasando por los terrenos de sur a norte, ya le ha llegado el turno a las primeras mieses, ya huele a mies…
Una parada en el Mirador del Adaja para ver ese amplio panorama que se extiende hacia el este, tierra de Segovia que antaño conformara parte del Sexmo de la Vega, que finaliza en esos altos de San Cristóbal de la Vega y Montuenga, ligera inclinación de la cuenca del Adaja que en este punto es sumamente estrecha, porque a la parte contraria la inclinación se torna hacia el Voltoya. Desde este punto de vista, se puede apreciar el amplio paisaje ese mosaico de tierras de diversas tonalidades, también por su grado de maduración, que conforma el típico paisaje cerealista.
Olor a mies, ese característico aroma que huele a trigo y a pan, que las aves picotean cuando algunos granos ya se desprenden de la espiga. Ha llegado su tiempo y las gentes del campo y las máquinas se afanan en recolectar, es el premio a una labor de un año que en tantas ocasiones ha estado expuesta a los vaivenes del tiempo, a las amenazas de sequía o de exceso de agua, el caso este año, esas tormentas y el pedrisco amenazante que ya hizo mella en algunas partes. La cosecha es buena y da gloria ver esos muelos de granos descargando en las eras, como que da gloria verlos, después de su paso por las máquinas, no como antes, que las labores antiguas se alargaban todo el verano, como segar, hacer haces de gavillas, acarrear en carros con mayas, cargas barrigudas, echar la parva, trillar y aventar… el olor al polvo pajizo era intenso pero agradable, preludio de bienes que nos da la tierra… hoy el pan es del super, de comer o tirar… no huele a la materia prima fundamental, porque la lleva en poco…
Pues hablando de aromas, tenía ganas de dar un paseo por el pinar, uno de nuestros olorosos pinares resineros, otro de los aromas nuestros, que apenas sales un poco, por cualquier dirección, te topas con alguno de los pinares que rodean la ciudad. Mi tío Mauricio me decía cuando era niño, “huele, majete, huele la miera, que abre el apetito y es muy sano…” tanto era así, que muchos madrileños, veraneantes de pinar, venían buscando esos aromas y aún he conocido a alguien que chupaba alguna lágrima de resina olorosa porque era bueno… aromas de mi tierra… ya se ha vuelto a resinar. Una riqueza que antes era el grueso de los presupuestos municipales, que en otro tiempo se realizó para no dejar parados al grupo de resineros, y después se dejó de hacer, otros tiempos, porque era más barata de China y otros sitios… donde habré oído yo eso.
Seguimos hablando de aromas, por estas fechas otros años decíamos alborotados ¡huele a Ferias! Un rito nervioso que nos encandilaba y con los cohetes de la salida de los gigantes y cabezudos, ponía en movimiento todo el complejo ritual del comienzo de las Ferias y Fiestas. Este año, como nada es igual, pues parece mentira, pero ¡no hay ferias!
Nos espera un verano tan distinto a todos los demás que parecerá mentira como un bichito puede alterar tanto nuestras vidas. Volveremos a vivir momentos históricos, por lo distintos, nunca sabremos si para bien o para mal.