POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
En las cercanías del Teatro Reina Victoria de mi localidad, situado en la calle Binondo, se ubicaba una hospedería también sastrería, regentada por “el tío Blas”. En la planta baja tenía los útiles de sastrería y, en el primer piso, que utilizaba de cámara (aquí se le llamaba cambra), donde acumulaba los enseres (trastos) que no utilizaba por estar inservibles, tenía tres habitaciones, con tabiques a media altura y sin puertas, en donde se alojaban los huéspedes.
Allí, acudían artistas callejeros y, algunos, con más renombre, que actuaban en este Teatro Reina Victoria. También se hospedaban pedigüeños, traperos, “lañaores”, paragüeros y algunos “golfos y maleantes”, que contrataban las pernoctaciones para dar rienda suelta a sus “amoríos repentinos”.
Por cinco céntimos se contrataba el hospedaje de cada noche y, si sacabas un abono de cinco noches, te regalaban una pernocta. Allí, en el suelo, en donde tendían un colchón de “perfollas” o una manta, dormían hacinados y, al rebullirse, se originaba un sonido, acorde con los movimientos, específico de las perfollas secas. Los que dormían sobre las mantas, se levantaban con el cuerpo condolido (lógicamente, el suelo carecía de muelles).
Corrían los años 1890 a 1899 y, el clamor popular de los vecinos, consiguió que las autoridades tomaran cartas en el asunto y, el párroco Juan Guzmán Nicolini, advirtió al Alcalde Francisco Tomás Rodríguez y, posteriormente, a Joaquín Sánchez Valiente, del mal ejemplo que se daba a la ciudadanía, ya que dicha hospedería se había convertido en “un local de desahogos placenteros”, en donde dormían todos revueltos y se desarrollaban ciertas escenas inmorales y repugnantes.
Ante esta situación, en un pueblo tan pequeño, se reclamaba, de las autoridades, mayor vigilancia, con la finalidad de qué, “el tío Blas” no alojara a desconocidos, indocumentados, ni maleantes, ya que la hospedería se había convertido en “un refugio de golfos y golfería”.
De las reuniones que tuvieron el cura y los alcaldes, salió un comunicado, que se expuso en el tablón del Ayuntamiento, en el teatro, en los bares y, en la puerta de la iglesia. En dicho edicto se exigía que todos los transeúntes, mendigos, y “trapicheros”, estaban obligados a pasar por la casa parroquial, con el fin de qué, el señor cura, les dotara de una acreditación en donde constara su nombre, lugar de origen, estado civil, oficio y la certificación de haber confesado y comulgado.
El párroco les dotaba de una cédula especial, con todos estos datos de identificación, que debían exhibir, bien visibles, colgados al cuello.
A la vez, se le advirtió al tío Blas, la obligación de exigir, a todos los alojados, dicha documentación y, si así no lo hacía, se le cerraría la hospedería y sería sancionado.
A principios del siglo XX, la revista murciana “El Asilo de Lourdes”, dio cuenta de la vigilancia que se hacía de estos locales, en Murcia y su provincia, poniendo como ejemplo el celo de las autoridades locales de mi pueblo, con el fin de vigilar y erradicar, si fuese preciso, dichas hospederías.