POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
En estos día de febrero -febrerillo el loco- la naturaleza nos brinda dos regalos muy simpáticos: las mimosas (árboles) adornan su copa con un precioso manto de flores amarillas granuladas y las gallinas, seguidoras del refrán «por San Antón la gallina pon; y por San Blas más y más», se muestran prolíficas en su puesta de huevos.- Pero, ¿de qué huevos hablamos?
Huevos de los de antes, de los auténticos de casa; es decir, los de aquelles «pitines» nacides de una pollada de casa, ya casi no existen. Sí hay huevos huevos de «pites» ADOPTADAS en la casa, hijas de padres desconocidos, criadas y «bautizadas» en incubadora y, después, como a los esclavos, vendidas en subasta de mercado. Algunas, cierto es, tendrán la libertad que da el gallinero; otras, seguirán enjauladas en esclavitud.
Allá por los años de 1910 (¡cien años ya!) se llamaron HUEVOS CLAROS a los no fecundados; es decir, a los puestos por gallinas que están sin gallo o con gallo viejo.
Los huevos de aldea, los excelentes huevos de aldea, deben proceder de gallina y gallo que canta y tuerce el ala para el cortejo.
¿Cómo aprovechar tanto huevo en estos días? Cuézanlos en agua; eliminen la cáscara y pártanlos en dos mitades a lo largo. Separen las yemas y, deshechas, mézclenlas con migas de bonito y un poco de mayonesa ligera. Rellenen con ella los huecos de las claras y dispuestas en una fuente espolvoreen con algunas yemas cocidas pulverizadas con las manos. Parecerá que las adornaron con flores de mimosa.